El presente intoxica. Pero es lo que hay (nunca mejor dicho). Y no hay forma de evadirlo. Podés no mirar televisión ni escuchar radio, pero basta con subir a un taxi o pasar frente a un kiosco para que se te meta en la oreja primero y en el cerebro después la cotización del dólar, el tarifazo y otros dolores.
Quizá por eso tendemos a idealizar el pasado y blandimos cual leyes universales frases de héroes y no tanto. Nos identificamos con personajes congelados en un imaginario, parte de una mitología personal (cada uno la suya): Evita, San Martín, Fangio, Jauretche, Tato, etc., inmersa en el panteón de la historia, donde están los propios, los ajenos, los buenos y los malos también.
Pero, ¿estarían ellos a la altura de lo que fueron si vivieran este presente que intoxica? ¿O estarían, como nosotros, en el ring de las ideas, que es como esos espectáculos donde se pelea en el barro y todos, ganadores y perdedores, salen roñosos?
Supongo que tipos como Roca, Lugones o Mitre seguirían siendo lo que fueron, o peor. Con Sarmiento nunca se sabe, aunque con tanto periodismo errático, no estaría mal contar con su escritura y su inteligencia, esa que ennoblece incluso al enemigo. Seguro que Belgrano no seguiría proponiendo una monarquía encabezada por un inca. Y menos por un mapuche, aunque Belgrano no le temía a nadie, y menos temía morir pobre y solo, realista y adecuada metáfora para estos tiempos. No es difícil imaginar a San Martín del lado de los desamparados. Uno cree (quiere creer) también, que hubiera estado en contra del rol de los militares del siglo XX: represores e instrumentos del poder económico.
Y en tanto el mundo se volvió una aldea, y ya no hay exilio lejano ni anonimato posible, en lugar de rajarse a la inhóspita Boulogne Sur Mer, don José andaría por los alrededores, después de gritarnos: ¿Yo tengo que liberar Chile para que ustedes puedan comprar televisores baratos, coño? Y desde su exilio tuitearía como loco buscando combatir las traiciones de cada día, lo que significarían mil tuits por día, como mínimo. "Y si no, andaremos en pelotas, como nuestros paisanos los indios", sería su tuit preferido, lo que generaría una respuesta de la primera dama: ¿No es mejor andar de Cheeky? Para rematar con un: ¿Y eso no lo angustia?
¿Gardel sería de los nuestros? Seguro que estaría escribiendo canciones de protesta puteando a los chorros y maquiavelos, y siempre tendría cambio en el bolsillo para darle a los que lavan los vidrios en los semáforos. Arlt, Marechal y Borges seguirían siendo también lo que fueron, no por nada escribieron (y participaron, en parte) de la fundación simbólica del país.
¿Qué tipo de peronista sería Perón hoy? ¿Peronista de Perón, kirchnerista, de los civilizados, de los tibios? Seguro que no habría cambiado su opinión sobre los traidores, sobre todo de los del riñón propio, y con sus frases de ocasión tendríamos diversión garantizada y retruques instantáneos a cada chicana del enemigo. Eso sí, tendríamos record de muertes de antiperonistas por tantos hígados o cabezas explotadas como en películas de zombies.
¿Y Tato? Qué divertido era. Aunque por mucho se siga riendo con él de ciertas anomalías gauchas perpetuas, no es difícil imaginarlo con la clase media y sus luchas mediocres. Está su familia (o parte de ella) que lo avala. Y quizá me equivoco. Si bien es cierto que el fruto no cae lejos del árbol, a algunos frutos se los lleva el viento o ruedan por la pendiente. La historia de los Lugones es la prueba, frutos cerca, frutos lejos.
Mariano Moreno sería trending topic y andaría en la tele todo el día, tirando frases como: "Quiero una libertad peligrosa antes que una servidumbre tranquila". Y este país le respondería con la gran Maradona, lo ensalzarían por genio y al día siguiente sería un apestado.
El patriotismo ya no es lo que era, podrían decirnos ellos para justificar las agachadas, y tendríamos que darles la razón. Eso sí, nos divertiríamos mucho con sus trapitos sucios al sol, que los tenían. ¿Cuál sería el primero en tener un romance merecedor de tapa de Paparazzi?
El paso del tiempo hace también que la épica se diluya. Vea la (supuesta) frase de Cabral "Muero contento, hemos batido al enemigo", que en el siglo XX nos llega reversionada por Rodolfo Walsh en Operación Masacre: "...oí morir a un conscripto en la calle y ese hombre no dijo: "Viva la patria", sino que dijo: "No me dejen solo, hijos de puta".
Quizá exagero, pero tengo la impresión de que los "malos" tuvieron la capacidad de dejarnos a sus herederos, como si hubieran querido vigilarnos aún después de muertos. O vivían mejores vidas, tenían más hijos y así perpetuaban la tradición y la hijaputez. Los Mitre, Bullrich, Martínez de Hoz, Braun, Blaquier, entre otros, supieron dejar sus semillas del mal. Algo debe significar, pero no sé qué.
Si uno lee El salto de papá, de Martín Sivak, historia del padre y a la vez de la familia del autor, durante los últimos 40 o 50 años, se chocará con los nombres de muchos de los que aún hoy mandan el país cual estancieros. Si no están ellos, están sus herederos. Una plaga, vea. Curiosamente, muchos de los que uno considera "necesarios" no dejaron herederos. Resultado de la pobreza, de sufrir el escarnio, de ser callados, reprimidos. O el azar que juega en contra, simplemente.
¿Y cómo nos verían ellos a nosotros? Quizá acomodaticios, incluso débiles, poco dispuestos a jugarnos la vida. Habría que explicarles que el enemigo tiene rayos láser y bombas atómicas, y de este lado espadas desafiladas, lenguas viperinas y poco más. Uno podría explicarles también que no abundan los líderes. Y que si existen, ya están las rotativas inventándoles crímenes de estado, romances o lo que dé más rating.
Este ejercicio lúdico nos demuestra que algunas de las batallas de los héroes de verdad siguen absolutamente vigentes. Uno podría cruzarse en una marcha, codo a codo (no tanto, porque no eran de bañarse seguido), con Belgrano, y al decirle: "Qué bueno, bolú, verte acá", recibiría esta respuesta: "Me hierve la sangre al observar tanto obstáculo, tantas dificultades que se vencerían rápidamente si hubiera un poco de interés por la Patria", o aquella otra: "La vida es nada si la libertad se pierde". San Martín se acercaría para agregar: "Seamos libres y lo demás no importa nada".
Muchas verdades, viejas, nuevas, siempre vigentes.