Fábrica de cultura
Alguna vez fue una enorme metalúrgica. Por eso quien entra al Morán se encuentra con un espacio amplio, estructuras de metal y un piso de cemento que evocan un pasado fabril. Sin embargo, los muebles de madera y una decoración tan cálida como vanguardista advierten que algo novedoso está ocurriendo acá. Es que el Morán, según explica su coordinadora, Carla Danio, gravita sobre dos ideas complementarias: que una construcción cultural requiere compromiso colectivo sólido pero que eso no implica olvidar la necesaria luminosidad que dé la bienvenida a los que quieran sumarse.
Ubicado en Agronomía, este flamante centro cultural abrió sus puertas en abril. Pero ya desde el año pasado vecinos, amigos y artistas de la zona se venían reuniendo para pensar una propuesta deliberadamente inacabada: sólo se completaría con quienes le dieran vida al lugar. Y en consecuencia, identidad propia. Por eso la agenda del Morán incluye propuestas culturales pero también, miradas sobre la economía y la política. Ahí está su sello distintivo.
De tarde funcionan talleres de actuación, pintura y percusión para chicos. Y para el público adulto se abrió un espacio de reflexión sobre géneros y diversidades, que se suma a un taller de fotografía, otro de francés y un tercero de literatura y política. Además, este mes se inicia un curso de Economía para no economistas a cargo de Axel Kicillof, Lucía Cirmi Obón y Laura Goldberg.
En la entrada funciona un bar a precios amigables, con pizzas y sandwiches que rondan los 100 pesos y tragos entre 120 y 150. Los talleres se realizan en el primer piso. Ahí cerca hay una sala acustizada para recitales y obras teatrales por donde pasaron Pablo Dacal y Ezequiel Borra y también actores como Luis Machin o Lorena Vega. Los jueves hay ciclos de jazz.
Si Morán es una calle arbolada de casas bajas, ahora también es un espacio que busca enaltecer su barrio y situarlo como novedoso destino cultural.
Como en casa
El año pasado Mónica Szalkowicz junto a su marido y sus dos hijos (uno músico y otro vinculado al mundo de la filmación) decidieron mudarse a un espacio que pudiera ser casa y centro cultural al mismo tiempo. El lugar elegido es atípico para esto último ya que se encuentra en una zona de Barracas donde se multiplican los talleres mecánicos. Ahí, sin embargo, el Luzuriaga plantó bandera. Así que de día es un restaurant a precios muy accesibles y de noche, una peña que combina tango, folklore y jazz.
Al principio, los vecinos miraban con curiosidad esa fachada cubierta de stenciles con un cartelito de neón que ostenta un cosmopolita “open”. Pero con el tiempo descubrieron que adentro hay un comedor con típicos mantelitos a cuadros y un gozoso aquelarre de posters que incluye a Charly García, Charlie Parker e incluso Aníbal Troilo. “Esto es un auténtico club argentino, donde se juntan laburantes y artistas”, se enorgullece Mónica mientras dice en tono de broma que en el lugar no se cobra cubierto “porque comemos con la mano”.
Cada mediodía se ofrecen menúes de pastas, milanesas o tartas a 95 pesos. Los precios son amigables también en la barra: las empanadas cuestan 25 pesos, las pizzas rondan los 150 y la cerveza oscila en 100, según sean artesanales o de factura industrial. Durante la tarde se abren los talleres de teatro, plástica y música.
La noche se viste de lentejuelas pero también son bien recibidas las camperas de cuero. Es que allí confluyen músicos de diversos estilos y generaciones. De hecho, los jueves y sábados de 19 a 21,30 hay club de tango con música y bailarines en vivo; los miércoles y domingos la propuesta es similar pero para amantes del folklore y los viernes es el turno de los jazzeros. Después de las 21,30 es el turno del rock, las propuestas teatrales y el cine club. De manera paralela, se exhiben muestras de plástica con artistas que buscan poner en diálogo sus temáticas con las de este club de corazón nacional y popular.
Una historia poderosa
“Nivangio Donisvere” fue el seudónimo que Severino Di Giovanni utilizaría para publicar en diversos medios anarquistas italianos antes de exiliarse en Argentina. Cuando Mariana Rodrigo y Lucas Lombardía decidieron abrir un centro cultural hace dos años, se enamoraron del nombre “Nivangio”. Además, el lugar elegido para iniciar el proyecto fue una casa de comienzos del siglo XX, la misma época en la que Severino llega a Morón escapando del fascismo. Así que allí, en la terraza de esa casa señorial de Boedo, el rostro de Di Giovanni se multiplica en stenciles para recordar cuál es el latido original del lugar.
Cuando Miguel Grinberg recorrió esas habitaciones donde funcionan una tienda de libros y discos de sellos independientes y un espacio que se utiliza para actividades literarias u obras de teatro dijo “al fin un espacio resistente”. De hecho, entre los primeros eventos del Nivangio estuvo la presentación de Lo que quedó en el tintero, volumen donde Rocambole incluyó dibujos inéditos para homenajear los treinta años del lanzamiento de Oktubre. Incluso Skay Beilinson ha tocado algunas veces allí.
Pero la impronta rocker del lugar (que se denomina a sí mismo “club social”) es apenas una de sus facetas. En Nivangio también se realizan peñas de tango y folklore. En verano, estas tertulias se prolongan en la galería y también en la espaciosa terraza. Allí, además, se realizan ciclos de cine, presentaciones de libros y talleres de stencil a cargo del colectivo Cartooneros. Durante todo el año hay diversos cursos como los de teatro o el de poesía, que coordina el platense Horacio Fiebelkorn. Además, Nivangio está a punto de lanzar su propio sello editorial.
“Somos un club porque nos sostenemos con aporte de los socios”, se enorgullece Mariana, activista cultural y actriz, al momento de señalar las cualidades diferenciales de esta casona en Boedo. Allí también hay un pequeño bar con promos de pizzas y cervezas artesanales en combos que rondan los 150 pesos.