Desde Roma
De las distintas medidas anunciadas por el flamante gobierno italiano integrado por el anti establishment (y para algunos populista) Movimiento Cinco Estrellas (M5E) y la derechista Liga, las que más alarma han provocado son aquellas referidas a la inmigración. Es sobre todo la Liga y su líder, Matteo Salvini –ahora ministro del Interior– quien ha levantado desde siempre banderas antiextranjeros sintetizadas ahora en el slogan “Los italianos primero”, una versión local de “America First” del presidente estadounidense Donald Trump.
Salvini anunció que hoy ira a Pozzallo, en Sicilia, un lugar de llegada de migrantes, como señal política de su compromiso a ocuparse del tema, claro que a su manera. El viernes, cuando entró por primera vez al ministerio del Interior, dijo que debía estudiar el “dossier migrantes” pero ya se sabe que, entre otras cosas, quiere cortar los fondos destinados a la recepción de los migrantes en Italia– cerca de 5 mil millones de euros –, devolver a sus países a cerca de 500.000 inmigrantes que él llama “clandestinos” y poner en discusión seriamente las normas del acuerdo de Dublín de los países de la Unión Europea que, entre otras cosas, establece que los migrantes deben ser hospedados en principio por los países donde llegan.
Según la Fundación ISMU (Iniciativas y Estudios sobre la Multietnicidad) de Milán, que se ocupa de temas migratorios, el 2017 registró el número más bajo de migrantes vía mar que llegaron a Europa. Fueron 171.000 en 2017, menos de la mitad de los que llegaron en 2016 y muy lejos del más de un millón que llegó en 2015. Durante los primeros tres meses y medio de 2018, los migrantes que desembarcaron en Italia, Grecia y España llegaron a 17.581. El flujo a Italia ha disminuido en un 70 por ciento, dijo ISMU.
El profesor Nicola Pasini, docente de Ciencia Política en la Universidad estatal de Milán, coordinador de la Línea Estratégica Inmigración-Europa de la Fundación ISMU y Director de la Escuela de Periodismo Walter Tobagi de la Universidad de Milán, en una entrevista con PáginaI12 abordó todos estos temas y temores.
–¿Es posible que se lleven adelante todas las medidas contra los migrantes que ha prometido el nuevo ministro del Interior Matteo Salvini?
–La inmigración es un tema muy polarizante, tiene un contenido simbólico muy importante. La gente se divide como los hinchas en el fúbol, hay quien está a favor y quien en contra, por cuestiones muy distintas, sobre todo culturales. Salvini y la Liga han hecho de la inmigración una bandera muy importante que ha creado una identidad entre los propios militantes. Y eso le ha dado mucho consenso electoral. Salvini además ha tenido una posición bastante similar a la del primer ministro de Hungría, Viktor Orban, que tiene una actitud muy anti inmigración. Otro tema es la implementación de esas políticas, porque una cosa es anunciarlas y otra implementarlas. La Liga tiene sobre la inmigración una posición muy neta, mucho más neta que el Movimiento Cinco Estrellas. Y Salvini se juega la reputación sobre este punto. Pero este tipo de política no puede ser puesta en práctica sólo por Italia sino que tiene que ser negociada con los otros miembros de la Unión Europea (UE).
–¿Eso supone que Salvini dará una batalla en Europa sobre este tema?
– Probablemente habrá una dura batalla entre Salvini y otros miembros de la UE que tienen una actitud muy distinta respecto de la inmigración. Por ejemplo, el martes hay una reunión (en Luxemburgo) de todos los ministros del Interior de la UE sobre la reforma de los Acuerdos de Dublín (que reglamenta la llegada de inmigrantes a territorio europeo), de la que Salvini no participará porque ese día el gobierno debe recibir el voto de confianza del Senado. Aunque no lo haga se sabe que tiene una posición muy neta sobre la reforma de Dublín y de hecho tiene países aliados en este sentido como Hungría, Austria, Polonia, entre otros. Si la UE dice que no a los cambios de Dublín que se propongan, Salvini puede agitar otra bandera como que Italia tiene una soberanía limitada porque las políticas sobre la inmigración son decididas por la UE y por eso acusará a la UE de intrometerse en decisiones soberanas que debería tomar Italia. Según los acuerdos de Dublín, el país donde llega el migrante se debe hacer cargo de la hospitalidad y por eso algunos países del sur de Europa lo han puesto en discusión.
–¿Cómo ha cambiado la inmigración en los últimos años?
–La inmigración ha cambiado mucho en los últimos años. Antes, los que venían lo hacían porque querían hacerse un nuevo proyecto de vida. Eran los migrantes económicos, que querían mejorar su nivel de vida, traer sus propias familias, etc. Italia, sobre todo el norte, se benefició mucho, especialmente el sector primario, la agricultura. Pero también el sector secundario, como por ejemplo siderurgia, y el sector terciario no avanzado, como es el sector hotelero y de restaurantes. En los últimos años las cosas han cambiado. Los inmigrantes saben que Italia no es un país de gran bienestar, los recursos son menores, hay menos posibilidades de trabajo. Pero en cambio se ha transformado en un país donde llegan los que quieren sobrevivir, que escapan de guerras, de carestías, de desastres ambientales.
–¿Pero Salvini podría cortar por su cuenta el dinero destinado a la recepción de los migrantes? Me refiero a los 5 mil millones de euros de los que se habla.
–Ese es un acuerdo europeo que debe ser renegociado. Se debe concordar con la Unión Europea.
–¿Es necesario preocuparse?
–Hay que esperar algunos meses para verificar si las propuestas de Salvini son llevadas al Parlamento y aprobadas. Hay una cierta alarma sobre sus declaraciones sobre la inmigración. Pero por ahora estamos hablando de lo que Salvini ha dicho, no de lo que ha hecho. Hay que monitorear la política de la inmigración porque es un tema que divide el electorado. Y hay que monitorear también las alianzas que Salvini pueda establecer con los países que en Europa tienen una posición muy dura como los del llamado grupo Visegrad (Polonia, República Checa, Eslovaquia y Hungría). El hecho de que Salvini vaya a Sicilia, además, es muy simbólico, como para demostrar que está tomando el asunto en serio.