El macrismo edificó un ajuste asimétrico que recae en los sectores populares y medios (la caída del consumo, la pérdida del valor del salario y el endeudamiento familiar así lo confirman), mientras enflaqueció la capacidad de recaudación del Estado y aceleró los plazos de una crisis terminal. Como el gobierno no cambiará sus políticas, la sociedad terminará cambiando de gobierno.
Ante el veloz desgaste del oficialismo, a la oposición se le presenta el desafío de consolidar una construcción amplia y plural. No sólo debe ganar porque ellos son peores. Tiene que seducir a la sociedad con ideas que permitan romper las limitaciones del desarrollo que transitó el país en el pasado. Pero no hay que confundirse: en la sociedad líquida la hegemonía también lo es. La hegemonía macrista es fugaz. Un chispeo en la historia. Sin embargo, si la oposición equivoca el rumbo puede darle al oficialismo, en 2019, una posibilidad de sobrevivir. Si eso sucediera, el costo social sería imperdonable y la recuperación del país se convertiría después en una tarea titánica.
Vista desde hoy, en medio de la reacción social contra el tarifazo y el descalabro financiero e inflacionario, parece tener fecha de vencimiento la hegemonía de la nueva derecha que gobierna la Argentina. Supuestamente es “democrática y renovada” pero reparte palos con una frecuencia cada vez mayor. También su hegemonía es líquida, siguiendo la categoría de “sociedad líquida” que acuñó el sociólogo Zygmunt Bauman para describir una sociedad inestable, precaria y cambiante. Bauman narraba los ejes de un tiempo en el que reina lo fugaz y nos sorprenden los cambios repentinos.
El macrismo es una acabada expresión de estos tiempos de modernidad líquida: promueve la flexibilización del trabajo, idolatra el camino del individualismo y abraza tardíamente una globalización que nos asfixia. No escucha a la sociedad. Antes, cuando era oposición, el macrismo acusaba al gobierno anterior de una presunta incapacidad de reflexión frente a las demandas. Hoy, por casa, ¿cómo andamos? Administrar los asuntos públicos es difícil. Si a eso le sumamos la mirada empresarial de los decisores, que parecen más interesados en beneficiar a sus “antiguos” socios o patrones, y la liberalización de un mercado imperfecto incentivando la bicicleta financiera, el cóctel se transforma en explosivo. La columna del pasivo se robustece día tras día: endeudamiento, inflación, precarización laboral, pérdida de capacidad de compra de los salarios y las jubilaciones, programas sociales más débiles, tarifazo. La incertidumbre social ya es un océano.
No habría que sorprenderse. Las políticas neoliberales fallan. El único misterio es cuándo llega la debacle. El Gobierno busca estirar su sobrevida apelando a la “pesada” herencia recibida, y se mantiene aún de pie porque recibió un país muy distinto al que el menemismo le dejó a la Alianza.
La construcción hegemónica del macrismo, acorde a estos tiempos, fue fugaz y superficial, sostenida con alfileres con una comunicación que no puede tapar sus fallas estructurales. Como sentenció el presidente estadounidense Abraham Lincoln: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo.” Sabia reflexión en momentos de la posverdad.
El gobierno convirtió en dogma sus políticas económicas. De ese modo comprometió su propia subsistencia, porque la corrida cambiaria lo descolocó. Al capital no le alcanzaron las prebendas y los beneficios. Fugaron las ganancias dolarizadas de sus apuestas especulativas y lo siguen haciendo. De allí, sin escalas, el Gobierno llegó al Fondo Monetario Internacional y a una súplica de clemencia al proteccionista Donald Trump. Un último tubo de oxígeno para un respirador artificial al que ya le inyectaron más de 100 mil millones de dólares.
El camino del endeudamiento se agota. El ajuste se acelera. El tiempo se consume. La sociedad sufre. Las políticas de ajuste, maquilladas detrás de un supuesto gradualismo, llevan el germen de su propia muerte. Las expectativas que Macri generó para ganar las elecciones, asumiendo compromisos que abandonó el día uno, dragaron su propia base electoral. Es miope el Presidente cuando usa equivocaciones del pasado para justificar hoy la pérdida de derechos. Pensar que quienes marchan y se manifiestan son sólo sectores politizados o militantes kirchneristas es un yerro que le costará caro.
La Argentina necesita un programa de desarrollo estratégico multipartidario de cuyo diseño deben participar colectivos sociales, trabajadores, empresarios y universidades. Encerrado en sí mismo el gobierno se equivoca cuando pretende socializar las medidas de ajuste y procura transformar a opositores en cómplices de un fracaso previsible e inevitable. No hay ejemplo en el mundo en el que el neoliberalismo haya traído prosperidad. No se ve por qué la Argentina sería la excepción a una regla que, además, no tiene excepción.
* Rector de la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo.
@trottanico