Es posible pensar –y para algunos evidente– que el triunfo legislativo que implicó la Ley Antitarifazos, y el divertido hallazgo de llamar Machirulo al Presidente tuvieron un impacto enorme en la tensión política gubernamental. Y no sólo porque el comentario machista del Sr. Macri lo emparentó con la dictadura –que también llamó “locas” a las Madres de Plaza de Mayo–, sino porque además parece haber sido puro rencor lo que movió al Gobierno a instruir al toque a la justicia amiga, que es casi toda, para declarar probada la nunca probada muerte del fiscal Alberto Nisman, y tras cartón pedir el desafuero de la ex presidenta con la obvia intención de avanzar en lo que podría llamarse “la Gran Lula” argentina: encarcelar a CFK e impedir su hoy dudosa pero no imposible candidatura presidencial en 2019.
Debilitado por todos los flancos, con las encuestas por el piso y un horizonte económico pavoroso, sería el inicio de una serie de manotazos desesperados.
“El ejemplo de España es muy bueno para nosotros, estamos siguiendo el mismo rumbo”, dijo el 10 de abril pasado el Presidente ante su par español, Mariano Rajoy. Menos de dos meses después, Rajoy destituido por corrupción es otro espejo desagradable. Y por si fuera poco, su esperanza blanca, la gobernadora Vidal, hoy agrisada, metió la pata hasta el cuadril con un grotesco sinceramiento: “De qué sirve llenar la provincia de universidades públicas cuando todos sabemos que nadie que nace en la pobreza llega a la universidad”. Idea (es un decir, idea) que evoca al cavernario contraalmirante Arturo Rial, partícipe del golpe de Estado de 1955 que fue el más violento y criminal de toda nuestra historia, cuando expuso el sentido profundo de las intenciones de aquel golpe: “Sepan ustedes que la Revolución Libertadora se hizo para que en este bendito país, el hijo de barrendero muera barrendero”.
Parafraseando una vez más al gran Ezra Pound: si todas las indicaciones superficiales hacen pensar que podríamos estar entrando en el Infierno, casi seguramente lo que sucede es que ya hemos entrado en el Infierno.
Furcios y contradicciones del Gobierno parecen combinarse con ciertos reacomodos en el campo nacional y popular. Salvo los conversos, que son los más furiosos, hoy miran para este lado muchos de los que ayer nomás votaron a Cambiemos. Son legión los docentes arrepentidos, y los clasemedieros que por creerles a Clarín y TN dispararon tiros en sus propios pies. Muchos otros incautos chuparon frutos podridos: la inmensa mayoría de los taxistas porteños que hicieron campaña idiota contra el kirchnerismo ahora deben bancarse Uber mientras repiten imposibles “yo no los voté”. Millares de burócratas y empleados públicos que se quedaron sin trabajo después de votar lo que votaron, como tantos jubilados que fueron víctimas de ilusiones estúpidas. Igual que muchos sociólogos e intelectuales que la iban de “republicanos” y ahora trajinan reacomodos, como siempre.
El problema de ciertos Infiernos es que cuando algo no se aguanta más, explota. Verdad de Perogruyo que este gobierno viciado de ignorancia y racismo desconoce. Por eso no ven o no saben lo que hacen, ni les importa la destrucción de la Argentina a la que contribuyen alegremente.
Este gobierno dilapidó mayoría y legitimidad. Que tuvieron, cierto, pero no para destruir trabajo y producción. No para la estafa gigantesca. No para abusar de la confianza de media ciudadanía que de ninguna manera los votó –ningún ciudadano/a lo pensó siquiera– para cerrar universidades. Ni para consentir el achicamiento de la educación, la privatización de la salud pública, la condena a millones de jubilados, el abandono de políticas científicas exitosas o promisorias. Los votantes de Cambiemos en 2015 no querían frenar el crecimiento ni querían tarifazos que son robos. Y mucho menos votaron el cambio del rol democrático de las Fuerzas Armadas, o el retorno a prácticas represivas. Ningún radical votó a Macri anhelando la contrareforma universitaria. Nadie votó cerrar fábricas y dejar cientos de miles de trabajadores en la calle. Acaso ni siquiera los clasemedieros más enfermos de irracional odio a “la yegua” querían todo esto.
La pregunta es entonces: ¿cuánto más va aguantar esta sociedad? Con estos tipos que siguen avante sin filtro, con impunidad y descaro; que se preparan para la guerra y cada día es más evidente que su estrategia es provocar y reprimir, golpear, matar, atacar pueblos originarios e invadir de noche barrios o ciudades pequeñas como en el interior de Córdoba esta semana.
¿Cuánto va aguantar esta sociedad si acaso estos tipos empiezan a practicar el mismo proceder de la Marina en 1955, cuando bombardearon Buenos Aires causando más de 300 muertos civiles en la Plaza que hoy tienen cerrada con candados? Hoy muchos nos preguntamos: ¿van a hacer lo mismo si el pueblo sigue protestando y reclamando, como sin dudas va a suceder? ¿Hasta cuándo seguirá la destrucción de la Argentina? ¿Cuál es el límite, si acaso hay alguno?
La mansedumbre un día puede desatar la ira. Y entonces, ¿cómo detenerla?
Los que no queremos violencia, los que no queremos que haya un solo muerto más, preguntamos: ¿cuánto más se aguanta esto?
Algunas personas, cada vez más, se preguntan si no habrá llegado ya el momento –ahora, cuanto antes– de pedir
el juicio político al Presidente puesto que su gobierno achica más y más la democracia.
Los que sabemos, por convicción democrática, que para el desplazamiento de un gobierno la única vía es la electoral, desechamos toda alternativa que no sea el cumplimiento de la Constitución, y ello más allá del llamado y la vocación de cambiar profundamente la actual. Los que sostenemos que es imperioso un nuevo contrato social, no estamos dispuestos a caminos oblicuos. Los demócratas somos nosotros. La paz la cuidamos nosotros.
Pero es un hecho que el solo pedido de que las Fuerzas Armadas se involucren en tareas ilegales, reprobadas y prohibidas, sería causa suficiente para ese juicio. Lo sepa o no, el presidente lo que ha hecho es una declaración de sello golpista. Que se suma al montón de otras razones para ese supuesto juicio: corrupción, falacia, impericia, atentado contra la Constitución y la democracia, y poner en riesgo la paz de la república. Por lo menos.
¿Es ése el camino? Difícil afirmarlo, pero tan difícil como descartarlo.