Demostrando que los años lejos de tornarlo más sabio han potenciado su obcecación y su fanatismo Vargas Llosa declaró hace un par de días en Madrid que la elección de Gustavo Petro en los próximos comicios presidenciales de Colombia sería un grosero error. Según el novelista peruano Petro es “un candidato muy peligroso que puede empujar a Colombia cada vez más hacia soluciones de tipo colectivista y estatista, es decir, a un populismo”. Por supuesto, se trata de opiniones que carecen de fundamento. A esta altura de su vida Vargas Llosa no se preocupa por estudiar seriamente los temas sobre los cuales opina sino que emite despreocupadamente sus “ocurrencias”, productos cerebrales que no deben confundirse con las ideas, que son expresión de un razonamiento complejo por completo ausente en aquéllas. Quien quiera ver un completo catálogo de sus “ocurrencias” no tiene más que leer su último libro, La Llamada de la Tribu, para comprobarlo.
En el caso que nos ocupa no sólo el Nobel peruano no se tomó la molestia de estudiar la propuesta de Petro y de Colombia Humana, la coalición política que lo apoya, sino que además se permitió incurrir en un dislate mayúsculo al afirmar que Colombia “es una democracia que funciona; las instituciones en Colombia funcionan, hay una tradición institucional.” Una democracia que estuvo en guerra durante más de cincuenta años y que por la presión de una parte del Congreso y el Poder Judicial (no así la Corte Constitucional) ha incumplido y saboteado sistemáticamente el proceso de paz. Recordar también que, cuando consultada, la población rechazó los acuerdos de paz entre el gobierno y la guerrilla (50.2 % por el no, 49.8 % por el sí) y los medios de comunicación tuvieron mucho que ver con tan lamentable resultado que mostró, además, la profunda fractura que divide a la sociedad colombiana. Una democracia que, según cifras oficiales “desde el momento de la dejación de armas en junio de 2017, han sido asesinados 85 ex combatientes o sus familiares … y entre comienzos del año pasado y lo corrido de este, la violencia homicida ha recaído sobre 260 `líderes sociales’, entre los cuales cuentan parte de los 166 de Marcha Patriótica asesinados entre el 2011 y 2018”. Seguramente cuando Vargas Llosa habla de “tradición institucional” estará pensando en la que instituyó el padrino del candidato que goza de su favor, Iván Duque. Hablamos, claro está, del narcopolítico Álvaro Uribe Vélez, denunciado como tal por el FBI y la DEA en 1991 y que desde entonces es un rehén de Washington, so pena que le pase lo que le ocurrió a otro narcopresidente, el panameño Manuel Antonio Noriega, que terminó purgando una condena de cuarenta años de cárcel (ver https://nsarchive.gwu.edu/briefing-book/colombia/2018-05-25/narcopols-medellin-cartel-financed-senate-campaign-former).
En su condición de rehén de Estados Unidos Uribe -y por extensión su peón, Iván Duque- deberán hacer lo que Trump les ordene. Y si el rehén del rehén no obedece Uribe puede seguir los pasos de Noriega. Seguramente que para Vargas Llosa este es un detalle menor que para nada empaña la inmaculada tradición institucional de Colombia. Lo mismo que haya 13 estrechos colaboradores durante la presidencia de Uribe Vélez condenados o procesados por la justicia colombiana (ver “Las batallas perdidas del uribismo en la justicia”, El Tiempo, 18 de Abril de 2015. http://www.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-15593157). O que, cuando presidente, Uribe Vélez hubiera organizado el reclutamiento (o el secuestro) de miles de jóvenes colombianos de los pueblos más apartados del país engañándoselos con la promesa de un empleo, se les vistiera de guerrilleros y luego se los fusilara, para mejorar las estadísticas, presentando a esas víctimas como prueba de la “eficiencia” de la política de combate a la guerrilla que proponía el presidente. Hay que recordar que cómplice de estos crímenes fue el actual presidente Juan Manual Santos, que era su Ministro de Guerra. Las fosas comunes que se encuentran por todo el territorio colombiano son otro indicio de la calidad de la democracia de ese país, puesta en peligro ahora por la candidatura de Gustavo Petro lo mismo que los más de siete millones de desplazados por el paramilitarismo, el narcotráfico y el conflicto armado.
En fin, las listas de las monstruosidades perpetradas por esta peculiar “democracia” colombiana sería interminable. Pero eso no arredra en lo más mínimo a Vargas Llosa, devenido en un killer literario fiel a sus reaccionarias obsesiones y leal con sus jefes políticos en Washington y Madrid. Por eso sale a matar con sus palabras a quienes, como Petro o López Obrador hoy, y antes Cristina Fernández, Dilma Rousseff, Lula, Chávez, Maduro, Correa, Evo, Kirchner, en suma, a todos los que tuvieron la osadía de negarse a ser sirvientes del imperio. ¿Cómo calificar la conducta del narrador peruano? Simple. Eso se llama “apología de la violencia”, y es una figura criminal.