Mis queridos chichipíos o también colegas: me hubiera gustado repetir vermú con papas fritas y good show, como solía despedirse el gran Tato Bores con cierto escepticismo y no sin cierto dejo de piedad y fatiga por los vaivenes de la política vernácula que incluía a jueces y juezas dispuestos a la censura, policías dispuestos a reprimir, presidentes dispuestos a la repetición de medidas antipopulares y periodistas dispuestos a todo. Siempre admiré el talante efectivo del humor para grandes afrentas políticas aunque suele ser difícil por momentos al descender al pantano de lo real. Pero la lectura de los diarios del frio domingo 3 de junio me alejó del humor ingenuo de Tato para lanzarme a la sinuosa tarea de viajar por el laberinto de un Leviatán que deja a su paso rastros de odio, huyendo rumbo a la noche después del festín. Los diarios más importantes de nuestro país y de algunos medios infopersistentes dedicaron a sus principales columnistas a contarnos historias de un zoológico lleno de animales recontra peligrosos y donde, como cruzados de un gobierno de gente como uno, alertaban de las bestias al acecho luego de que se hubieran atrevido a dejar desnudo al rey en la batalla ganada en el Senado contra el tarifazo. Los términos usados fueron varios contra los senadores y en especial contra “la doctora” como la llama Jorge Asís a CFK, que ganó la parada por un millón de espectadores esperando y viendo su discurso contra el tarifazo a las tres de la madrugaba, según la consultora Ibope, y ya había dado un tarascón mortal con “Machirulo” como llamó al Presidente que la trató de loca y que, como se supo, tuvo 200 mil consultas instantáneas en Google y fue el tuit más retuiteado en español amén de ser –como dijo un columnista en el programa Brotes verdes de C5N– “el mensaje más retuiteado en la historia del tuiter en la Argentina”. En fin, no pude sustraerme, lo confieso, a seguir el rastro del odio en cada línea de los editoriales del domingo pasado, donde la bestialización del otro, su transformación en la Hidra de Lerna, un monstruo del inframundo con forma de serpiente de múltiples cabezas, tal como contó la mitología griega –que Macri y sus espadachines deben enfrentar– hace a los columnistas de los grandes diarios lanzarse a las aguas oscuras para cortárselas. Porque eso es el peronismo para ellos: una serpiente de tres o mil cabezas casi inmortal que se reproducen y que representan desde CFK y el resto del kirchnerismo hasta los “peronistas buenos” –como denominan a los que no habían sacado los pies del plato hasta ahora. Son “tiburones que huelen sangre” en un caso, o simples “loritos”, en el otro, que repiten a cambio de la papa. En algunas líneas se atreven a repetir que el peronismo es un “animal político depredador” –por supuesto no en el sentido que lo definió Aristóteles– cuando “huele sangre”, es decir siente la debilidad del rey o virrey o quien gobierna, como señaló el colega Hugo Muleiro en el vía crucis de los domingo cuando se dedica a decodificar los mensajes de los dueños de los medios. Y el peronismo es –Macri lo definió como el problema de la Argentina desde hace 70 años– entonces, la Hidra o esos “tiburones” implacables, hambrientos, sanguinarios. Nunca son políticos, nunca ciudadanos críticos, nunca movimiento popular que tiene la representación de por lo menos la mitad del país; nunca representantes del pueblo en el Congreso –el poder más democrático de nuestro sistema de gobierno– del que se animan a definir, por haber rechazado el tarifazo que Macri vetó de inmediato, como el centro de una “sublevación demagógica”. El Congreso, entonces, no es más que una cueva de subversivos. Semejante tergiversación del sentido político basado en el miedo a la pérdida de privilegios y el odio derivado tiene una larga historia en el golpismo nacional. En el fascismo de las elites que no dudaron en defender el saqueo del Estado, sus negocios off shore, con uñas y dientes. Comenzaron por censurar la protesta contra las patéticas condiciones de vida de los argentinos y el arrasamiento de sus derechos. En auxilio del análisis no puede dejar de pensar en el credo del jurista alemán Carl Schmitt, ideólogo del nacionalsocialismo al que adhirió en 1933, cuando Hitler se alzó con el poder total luego de definir más que su programa de guerra, a un “enemigo” al que culpar de los padecimientos del pueblo alemán: responsabilizó a los judíos, a los socialistas y las potencias ganadoras de la Primera Guerra, de “la pesada herencia” alemana. También pensé en Jaime Durán Barba, el culto asesor del macrismo, estudioso de Joseph Goebbels, es decir, del ideólogo y ministro de Propaganda de Hitler a quien dijo “admirar”. Lo cierto es que en su Teología Política, Schmitt dio como fundamentación central del fascismo la creación del “enemigo”, categoría central “en la constitución de un pueblo y que se establecía por decisión arbitraria del líder.” Y el enemigo es “un animal, y como todo animal cuyo instinto es bestial es el amante de la guerra, es el que no tiene ley, que debe ser aislado y no puede vivir en comunidad. La ‘bestialización’ del enemigo es, en efecto, un índice muy importante del posible desencadenamiento de la violencia contra él– dijo Jacques Sémelin, director de Investigaciones del CERI–CNRS (Centro de Estudios e Investigaciones Internacionales en París)– que abordó en Los imaginarios de la destructividad social. “Lo que Schmitt nos dice parece fundado: en los momentos de alta tensión social, todo tercero mediador se desploma y la relación conflictiva se reduce a la confrontación radical amigos/enemigos, tanto imaginaria como física. La representación de ese ‘Otro total’, totalmente enemigo, se une, entonces, con la de la esencialización de su diferencia. ‘Él’ no tiene nada en común con ‘nosotros’. La barrera simbólica de la diferencia se vuelve simplemente infranqueable.” Ese Otro, totalmente otro, no es ya verdaderamente humano: es una bestia. ¿Un tiburón que huele sangre como –señalan los columnistas– por las heridas del gobierno de Cambiemos, del Presidente que descendió como nunca en las encuestas? ¿Y esa bestia, ese tiburón es el peronismo, es el populismo entendido como un modelo político nacional y popular, latinoamericanista, y un modelo social inclusivo y un modelo económico de desarrollo industrial, científico, sin deuda y sin el FMI? ¿Lo es? Por todo esto, mis queridos chichipíos, a cuidarse más del lenguaje que transforma nuestra vida política y social en una selva. Deberían escribir una y mil veces: no odiar, no mentir, no manipular, porque la realidad –como se dice– no siempre se puede tapar aunque no se haga tapa.
Las venas abiertas de la bestia
Este artículo fue publicado originalmente el día 5 de junio de 2018