Los gestos hablan por sí solos. Santiago Lange lo sabe, y por eso este ingeniero naval creador del exitoso optimist que lleva su apellido, y tres veces medallista olímpico, se colgó en noviembre pasado una nueva cucarda: fue elegido por la World Sailing “Mejor navegante del mundo 2016”, la más alta distinción en el universo del yachting internacional, y algo que ningún otro argentino había logrado desde que en 1994 se instauró este premio que se le otorga a aquellos navegantes “que han demostrado resistencia, rendimiento y logros” en la disciplina. La ceremonia fue en la ciudad de Barcelona, sede de la Conferencia Anual de la Vela Mundial, y cuando Lange fue llamado a recibir su premio, luego de imponerse en la categoría masculina ante los neozelandeses Peter Burling y Blair Tuke -ganadores del premio en 2015-, los croatas Sime Fantela e Igor Marenic, el británico Giles Scott y el francés Damien Seguin, lo quiso compartir con Cecilia Carranza Saroli, su compañera de navegación en la clase Nacra 17, con quien logró la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río, la primera de esa categoría para la vela argentina. El gesto de Lange hacia su joven compañera rosarina fue también para reconocer el trabajo de todo su equipo.

Es cierto que Carranza Saroli también figuraba entre las candidatas elegidas por la ISAF, el organismo internacional que rige el deporte de la vela, para Mejor Navegante del Mundo 2016, pero entre las chicas se impusieron las británicas las británicas Hannah Mills y Saskia Clark, ambas medallistas de oro en los JJ.OO. de Río en la clase 470. La nómina de candidatas incluía, además, a la holandesa Marit Bouwmeester, las brasileñas Martine Grael y Kahena Kunze y la francesa Charline Picon.

Pero volviendo a Lange, el reconocimiento que este veterano navegante, con 55 años cumplidos y que venía de superar un cáncer de pulmón, fue también un premio a su próspera trayectoria. Su trabajo comenzó a dar frutos allá por 1976, cuando este navegante y constructor se proclamó campeón argentino de la clase Optimist. Una década después llegaron sus cuatro campeonatos del mundo en las clase Snipe -en la que también se ha destacado como constructor- en 1985, 1993 y 1995, y uno en la clase Tornado en 2004, año en el que, además, obtuvo en la misma categoría su primera medalla olímpica de bronce: en los Juegos de Atenas junto al correntino Carlos Espínola, éxito que cuatro años más tarde repitió en los JJ.OO. de Beijing.

A estos logros en su palmarés se suman dos medallas de plata en los Juegos Panamericanos de 1983 y 1987; dos campeonatos europeos Gold Cup en 1982 y 1983; el Trofeo Su Alteza Real Princesa Sofía en 1986 y 1987; y otros seis campeonatos sudamericanos en diversas clases: MiniTon, en 1978; Snipe, en 1985; Europa, en 1989; Laser, en 1996; y Tornado, en 1997 y 1999.

Decíamos al principio que los gestos hablan por sí solos. Allí estaba Lange, sonriente, el 25 de agosto pasado aplicando sus conocimientos para intentar arreglar el mecanismo del mástil del Obelisco cuando la Ciudad de Buenos Aires preparó el acto para izar la Bandera Olímpica que señala a la ciudad como sede los Juegos Olímpicos de la Juventud 2018. Lange, mecánico de emergencia, había sido convocado junto a Carranza Saroli, la judoca Paula Pareto y Los Leones del hockey para el izamiento, y para presentar frente a los argentinos sus flamantes medallas de oro.

Ese gesto es parte de la intensidad de Lange, que apunta ahora a los Juegos Olímpicos de Tokio. “Hay que pensar en eso ya”, dice. Pero no piensa solo en él, piensa en su equipo y en largo camino realizado, esos cimientos que son inspiración para sus hijos Yago y Klaus, quienes en su primera participación olímpica obtuvieron en Río de Janeiro un diploma por el séptimo puesto en la clase 49er, y también para el resto de los regatistas argentinos que trabajan duro en el agua, semana tras semana, para intentar superarse a sí mismos.