Paula Pareto vive siempre acelerada. Hace un ejercicio, luego otro, se concentra, sale disparada y vuelve a empezar. Recalcula. Es como una ardilla. Tal vez por eso en los combates se escabulle con facilidad y logra neutralizar un ataque. Cuando no compite, provoca ternura porque tiene un enorme corazón y un tremendo sentido del humor. Pero en el tatami pone cara de mala, y enfrenta a su rival de turno como si se la fuera a comer cruda.
En Beijing 2008 ganó la medalla de bronce y en 2015 se consagró campeona mundial. Pero la yudoca de 30 años disfrutó en 2016 el mejor momento de su vida, al transformarse en la primera deportista argentina en conseguir una medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.
Pequeña gigante que calza 34, mide 1,50 y acusa 48 kilos en la balanza, Pareto acumuló expectativas de máxima en la Argentina, hizo historia y parece seguir en medio de un sueño. “Aún no caigo –dijo cuando se consagró–. Estoy feliz. Me ha pasado mucho en estos últimos años. Pero cada vez que pienso que soy campeona olímpica, me emociono”. Como se emocionó al escuchar el Himno Nacional sobre el podio verde y amarillo en la Arena Carioca 2. Esa noche, la Peque quedó tan pasada de rosca que le costó un montón bajar la adrenalina. “Y si te despertás y tu sueño se hizo realidad?”, escribió al día siguiente en su cuenta @paulipareto.
Así y todo, Pareto siempre prefirió la quietud de una charla a las luces de un set de televisión. Dicen que cuando obtuvo el oro, Susana Giménez la esperaba en su programa. “Les dije: ‘No, gracias, me quedo acá’”, contó con sencillez. Es que ella sintió que debía estar con los que siempre estuvieron cerca. Por eso el día siguiente a su consagración lo pasó junto con Laura Martinel (su entrenadora) y con Oritia González (su sparring), viendo las luchas de judo de la categoría de 52 kilos. Siempre hay lugar para despuntar el vicio. Porque la Peque Pareto es una bestia trabajando, dedicada al ciento por ciento, obstinada a más no poder y también se entrena con varones.
Otro de los puntos clave para su buen rendimiento fue su familia. En la Cidade Maravilhosa estaban todos, aunque su mamá Mirta –con quien comparte un departamento alquilado– fue la más enfocada por los medios. Precisamente a los brazos de ella corrió a abrazarse ese dorado 6 de agosto. “Mis hermanos me decían que nombre también a mi viejo, porque él viene siempre, está siempre, pero es introvertido. Cada vez que ve una cámara se corre, sale para otro lado, por eso nunca aparece. Siempre se pone muy nervioso cuando compito, pero realmente que en Río hayan estado todos mis seres queridos fue un plus muy importante”, contó Pareto.
Más allá de su incuestionable sensibilidad, la Pareto es un roble, puesto que tiene una mentalidad fuerte que la hace transformar cualquier situación negativa en positiva. Por eso mismo pudo revertir un combate que comenzó chivo, pero terminó consagrándola campeona olímpica. “Era una oportunidad que tal vez no volvería a darse en la vida. Si perdía dando todo, seguramente no lo iba a sufrir tanto, pero no quería sentirme así y eso me dio fuerzas para no desperdiciar la chance en la final”, señaló por entonces.
Así las cosas, la Peque jamás baja la guardia; porque la auténtica grandeza descansa en su perseverancia para no claudicar ante cualquier escollo. Ya recibida de médica, continúa los estudios porque su aspiración es ser traumatóloga. ¿Cómo hace para combinar el estudio con el deporte de alto rendimiento? “La clave es aprovechar cada minuto. Cuando viajaba de La Plata a San Fernando, estaba tres horas arriba de un colectivo y me llevaba cosas para leer o escuchaba clases grabadas”.
En Londres 2012 se quedó con las manos vacías, en 2013 se dedicó a su carrera universitaria, y el año anterior trajo el primer oro a las mujeres de nuestro país. Pareto es una deportista completa que aúna el tecnicismo de la escuela asiática y la fuerza del yudo europeo, a lo que le suma una capacidad de concentración que la hace una fuera de serie.
Así es la Peque. Un ejemplo para miles de chicos.