Exceptuando los días inhábiles, Jorge abre temprano su Gibraltar de dos puertas, habilitando el boliche al que bautizó con el nombre "del mejor long play de Serrat, el único vinilo que escuché de corrido mil veces, sin la necesidad de andar eligiendo y rallando surcos con la maldita púa". Como retoño del amanecer, su luz tempranera atrae a los laburantes que madrugamos sin esperar una ayuda de dios. Cuatro náufragos, como cuatros puntos cardinales de una misma veleta derrumbada por los vientos, nos sentamos en la misma mesa con la puntualidad de estudiantes secundarios al borde de las veinticinco faltas. Cuatro jugadores de un truco eterno jugado sin cartas, sólo con mentiras, a quienes no nos unen las flores, sino los rizomas. Portadores del mismo silencio, cola de un sueño interrumpido, al que vamos desgajando lentamente a base de monosílabos y sorbos de café, siempre a la espera de que caiga sobre la mesa el primer tema del día, de la misma forma que rebotaban contra los adoquines, cascarudos golpeados en el farol de la esquina en las pesadas noches veraniegas de antaño. Abrió el juego en la última reunión una reflexión en voz alta a cargo del Cabezón de Vita tras presenciar por la ventana la ceremonia matinal en donde Celeste le acerca comida y mimos a Coco, can callejero que duerme en una cucha levantada por manos anónimas sobre la vereda de la calle Agrelo. Se trata de una criatura de pelaje corto, blanco, con grandes manchas color café con leche, de cabeza enorme, patas cortas y cola mal cortada. Después de perderle el miedo, el barrio todo lo fue aceptando y nombrando con distintos apodos. "¡Qué país, mamita querida! Niños con hambre y la gente adopta chuchos. Qué nivel de soledad estará transitando la persona que confiesa que su mejor amigo es un perro... Cuántas frustraciones y miedos habrá detrás de cada palabra". Asombro y dudas que el remisero reflejó con su boca llena, apoyado contra el respaldar de la silla alquilada, masticando la tercera medialunas de su desayuno. Manduví Gazzola, amante del reino animal, paseador nocturno de Pancho, una salchicha color marrón a quien suele festejarle sus cumpleaños invitando a otras mascotas de la cuadra, no tardó en recoger el guante. "A todos los que les escucho decir semejante gansada, nunca le dieron de comer a nadie. Viven solamente para ellos mismos, ningún bicho se quedaría a su lado. Los irracionales perciben al toque el egoísmo". Consideré demasiado temprano para presenciar otro choque de frente entre dos trenes. Como un desesperado cambio de vías ensayé un relato como un paño frío. "El Coco no es lo que parece. Habita un hombre adentro de ese cuerpo. Lo vengo estudiando desde hace años, jamás lo vi vagabundear junto a otro ejemplar de su especie, siempre anda mezclado con seres humanos en lugares públicos, escuelas, ferias, hospitales. Todas las mañanas visita mi kiosco para leer gratis las tapas de los diarios, consciente de que el día que lo haga en voz alta no sólo será parte de ellas, también perderá la paz encontrada en su anonimato canino. Su mirada libidinosa hacia las mujeres y su posterior seguimiento a las damas que viven solas, es alarmante. No estoy hablando de reencarnación, sino de transformación. No creo en las casualidades, creo en la magia, por algún motivo descansa a pocos metros de la casa en la que el Negro Fontanarrosa se adelantó en escribir su historia. Para no hacerla tan larga, lo que estoy diciendo, señores, es que estamos en presencia de un Mendieta de carne y hueso". Como ocurre generalmente, Probeta Gómez, mezcla rara de Fidel Pintos y Adrián Paenza, se encargó de interrumpir mi monólogo levantando su brazo derecho y gritando: "Otro cortado por favor, el canillita ya empezó a hablar boludeces". Su mirada netamente científica sobre lo cotidiano lo fue alejando de la esencia humana, la risa, las contradicciones, la imaginación. Por otro lado sus escasos conocimientos empíricos lo obligan a una sanata constante, logrando en la audiencia lo contrario de lo buscado. "Tengo una teoría de mi autoría que explica claramente lo que nos pasa frente a esta problemática actual". Promocionó su discurso con la habitual soberbia, mientras inclinó levemente su cuerpo hacia la izquierda para permitir que Ayelen reemplace la taza vacía por otra llena. "Mi hipótesis es clara, todo lo que sobra, molesta. En el campo, la vaca es vaca, el caballo es caballo y el perro es perro. No necesitan humanizarlos porque la circunstancia no lo requiere, hay pocos habitantes por kilómetro cuadrado, allí lo que sobran son las bestias. En las grandes ciudades ocurre exactamente lo contrario. Para demostrarlo, sugiero subir a un ascensor ocupado por cuatro desconocidos cargando un caniche entre los brazos. Hasta el más indiferente de los pasajeros se quebrará ante la presencia del cachorro, convirtiéndolo en la atracción de una amena charla hasta llegar a destino. El mismo estado de euforia se conseguirá entre los habitantes de una casa en el medio de la nada ante el reencuentro con familiares o amigos". Los primeros acordes de "Oh! Darling", anunciaron en el moderno celular del chofer trucho el primer viaje del día. Aprovechó la oportunidad para cerrar el debate que él mismo había inaugurado sin otorgarnos el derecho a réplica. "¿Sabés lo que pasa Probeta?, tu teorema no deja de ser una falacia, algo totalmente improbable, con el afán de prevalecer la convivencia entre los propietarios de los departamentos, no permitimos en los edificios la presencia de molestos, ruidosos y sucios perros". Como todos los días hábiles, antes de cruzar el estrecho que une el bar Mediterráneo con la selva gris de fauna variada, con predominio de alterados seres bípedos sin alas, entrenados para sacarse los ojos a picotazos por el diario sustento, colgamos nuestros escrúpulos en un lustroso perchero, con el único fin de sobrevivir y prevalecer a otra larga jornada.
Los náufragos
