Tucumán arde...de creatividad: Agustín Toscano, nacido en la provincia más chica de la Argentina, debutó en el cine a lo grande: junto a su colega Ezequiel Radusky se iniciaron en el universo cinematográfico con Los dueños, película escrita y dirigida a cuatro manos, que en 2013 tuvo su première mundial en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes. Los dueños fue el primer largometraje de tucumanos que se filmó en la provincia norteña en las últimas tres décadas. Ahora, Toscano debuta como director solista con El motoarrebatador, que también se vio por primera vez en el Festival de Cannes, pero en el de mayo pasado, y en la prestigiosa Quincena de los Realizadores. “Fue muy interesante la nueva posición esta vez allá”, reconoce Toscano en la entrevista con Páginai12. “Aquella vez era el ingreso, la Semana de la Crítica tiene esa característica de que todas las películas son de debutantes o segundas películas y todas tienen un carácter de presentación. Es como ser un bebé: todos los bebés son lindos. Pero en la Quincena ya son todos adultos, no hay bebés. Hay películas súper maduras de directores que, por ahí, ya están en el final de su carrera o en carreras muy avanzadas como podría ser Bruno Dumont o Gaspar Noé, que estaba esta vez; es decir, gente que ya estuvo en competencia en el festival”, recuerda el cineasta. Ahora llegó el turno de saber qué pasa en la Argentina: El motoarrebatador se estrena mañana en la cartelera porteña.
Hace unos años, la madre de Toscano sufrió un robo violento desde una moto. Le agarraron la cartera y como no se cortó la tira, la arrastraron. Ese episodio inspiró el comienzo de El motoarrebatador. “Pero toda la historia tiene un trasfondo de pérdida de memoria y de redención que nada tiene que ver con la vida de mi mamá”, aclara Toscano. “Eché manos a la historia familiar pero no fue el inspirador de la película porque no me interesaba hacer una ficción sobre arrebatos”, completa el cineasta. Como consecuencia del robo, una mujer mayor es hospitalizada y tiene una pérdida de memoria. Miguel, el que manejaba la moto, conoce la delgada línea entre un robo y una muerte. Por eso, se queda muy preocupado por lo que le pudo haber pasado a esta mujer y decide ir al hospital a verla. Como la accidentada perdió la memoria, no lo reconoce y, a partir de eso, Miguel decide cuidarla: siente culpa por haber lastimado a una persona. Cuando la mujer recibe el alta, Miguel decide seguir a su lado.
–¿Una de las ideas nucleares es la de un ladrón que busca una nueva vida?
–Sí, sin duda. Un tipo al que la vida de ladrón ya no le va más. Y eso viene porque robar está a un pasito de asesinar y no quiere entrar en eso. Para él el límite está clarísimo. Tiene que ver con eso, con el impacto de haber sentido que mataba a alguien o que al menos le dejaba en un estado que si se moría era culpa suya. Empezó a darse cuenta de que tiene cargos de conciencia o hubo un despertar de su conciencia en ese momento. Ese tipo súper hábil para la mentira se encuentra ahí en ese momento en el que a él mismo no se la puede caretear. No puede disimular que quiere cambiar, quiere borrar lo que hizo. Le dice al otro: “¿Por mil pesos vamos a dejar tirada a una señora ahí?”.
–Lo interesante de la conducta es que no siente peligro porque la policía lo puede llegar a descubrir sino que siente culpa por un ser humano que dejó herido en el camino.
–Exacto. Por eso, me resultaba interesante lograr apartar la policía. Y fue el primer disparador para narrar esa huelga policial que viene de una herramienta documental ya que ambienté la película más o menos en la huelga de sedición policial tucumana en 2013. Pero lo que más me interesaba era que no hubiera investigadores sino una especie de vacío institucional en cuanto a los delincuentes. Un pueblo sin superhéroes. En las ficciones norteamericanas aparecería un héroe entre el pueblo. En esta película no lo hay. Si hubiera una policía que los persiguiera, capaz que esa adrenalina misma volvería a inyectarles ganas de robar y se enajenarían de nuevo. En cambio, la ausencia de casi todo peligro de que lo descubran lo pone totalmente en jaque.
–Hay una ambivalencia en el personaje porque comienza como victimario y con el desarrollo de la película se va transformando hasta en una suerte de víctima.
–Sí, sobre todo de sí mismo, pero víctima del otro porque todo el mundo lo ve como alguien fácil de aprovecharse. Quizá de eso se estaba liberando. Es divertido intentar pensar desde cuándo él arrastra esto. Durante la película, hay datos que te van haciendo pensar cuál es el principio, en realidad, de la historia. No es de donde empieza la película.
–Respecto del título, si le hubiera puesto “El motochorro” podría dar lugar a pensar que se trataría de una película sobre la inseguridad y no es así.
–Exacto. Estoy totalmente de acuerdo. Incluso, contrarresta. Si le dicen “motoarrebatador” al argentino promedio le puede llegar a venir a la cabeza: “Ah, el motochorro”. En cambio, si uno dice “El motochorro” no viene otra cosa que la condena social. Acá te obliga a hacer la metáfora, te la pone afuera, te la descoloca y sobre todo extrae el término más jodido. Aparte, en Tucumán no se dice “Chorro”, se dice “choro”; en otras provincias, se dice de otra forma. Es muy ambiguo poner eso. Así que decidí que era mejor así.
–La posición ideológica de la película está sostenida en la culpa que siente el delincuente, ¿no?
–Exacto. Sí, es como que le ofrecemos una segunda oportunidad al tipo. Y el tipo la acepta. La lleva por su camino y tropieza en otros lugares, pero acepta la segunda oportunidad y la cumple y, en algún momento de todo eso, hay poesía. Es algo hermoso lo que logra. Se vuelve realmente un ángel. Y eso es interesante de vivir como espectadores porque nos cura de algo, de alguna cuestión del odio que hemos ido generando con la inseguridad. Las veces que nos dimos vuelta y pensamos que alguien nos estaba por robar y no nos estaba por robar nada o las veces que se han dado vuelta y nos han mirado a nosotros con cara de que les íbamos a robar... Nosotros no les íbamos a robar nada. Todas esas veces hemos cargado una negatividad en un lugar que yo considero que el arte viene a descontracturar ese lugar. Es verdad: estamos en este estado de la sociedad y la civilización en que mientras unos piden la cabeza de los motoqueros y que prohíban las motos, otros deberían decir: “Que prohíban las carteras, la ostentación, que la gente no pueda salir a la calle con plata, que solamente se pague todo virtual”. Ni una cosa ni la otra es la cola del monstruo. Las dos son parte del cuerpo. A la cola nadie la conoce.
–Suele decirse que el peor enemigo de una persona es el enemigo interior. ¿Algo de esto sucede con Miguel que no sabe salir de las cosas en las que se mete?
–Es muy potente la frase porque contra cualquier otro enemigo el que tendría que defenderse es uno, pero contra uno mismo no se tiene a nadie que lo defienda. En ese sentido, lo interesante fue crear un personaje que se llame Miguel. Yo no soy religioso, pero le puse el nombre de la ciudad, San Miguel. El arcángel de la ciudad de Tucumán es San Miguel. Toda la vida lo tuvimos. Uno vio muchas veces el icono de ese ángel que está pisando el demonio, que se defiende y tiene alas, y, de alguna forma está dominando el mal, pero no lo mata. Un poco la metáfora de la ciudad me venía por ese lado. Sin querer ser literal decidí que le quedaba San Miguel y me gustó. En un momento de la película, alguien le dice: “Vos sos como San Miguel”. Y a él le choca que le digan eso porque sabe que no es ningún santito. Pero bueno, está haciendo una lucha.