Mucho se habló en los últimos años del “fin de ciclo” de los gobiernos nacional-populares, progresistas y de izquierda de la región. Aquel titular recorrió los principales editoriales de los medios concentrados del continente, en un mix de información y deseo: si bien habían accedido Macri y Temer al poder político en Argentina y Brasil, respectivamente, existían (y existen) una serie de gobiernos que, aún en nuevas circunstancias continentales, se planteaban una resistencia al neoliberalismo: Bolivia, Uruguay, El Salvador, Nicaragua y Venezuela, entre otros, aún con sus diferencias, y situaciones internas disímiles y complejas.
Sin embargo, la primera vuelta electoral colombiana y la campaña mexicana añaden un elemento al análisis: la derecha podría (y lo planteamos en potencial, visto y considerando la peculiar situación electoral en ambos países) llegar a perder ambas elecciones ante expresiones nacional-populares lideradas por Gustavo Petro y Andrés Manuel López Obrador, respectivamente. El ex alcalde de Bogotá viene de obtener unos cinco millones de votos logrando, por primera vez en la historia del país, que la izquierda colombiana pueda disputar la presidencia. Frente a el tiene a Iván Duque, candidato de Alvaro Uribe Vélez, ex presidente que se recuperó tras la fuerte derrota de su delfín Zuluaga en 2014, ganando con el NO el plebiscito de la paz en 2016.
Un gobierno uribista -o incluso un post uribismo a la Santos, en caso que Duque también lo traicionara- sería una pésima noticia pero no una novedad para la política interna colombiana: aquel país ya sufrió en el pasado aquel (des)gobierno. La novedad sería la llegada de Petro al Palacio de Nariño, hecho inédito que signicaría un verdadero realineamiento de Colombia en el escenario regional, por ejemplo, en lo referido a la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur). No le será fácil al ex líder del M-19: deberá captar 7 de cada 10 votos de Sergio Fajardo, quien quedó cerca de ingresar a la segunda vuelta, y esperar a que haya una participación creciente. El escenario está abierto y nada está dicho.
En el caso mexicano, López Obrador parece pisar incluso más firme: hasta la revista Forbes lo sitúa encabezando encuestas con comodidad, lejos de Anaya (PAN) y Meade (PRI). AMLO estuvo cerca dos veces: en 2006 –cuando denunció un fraude electoral– y en 2012. De ahí que uno de sus slogans de campaña sea “la tercera es la vencida”, recurriendo a una perseverancia que recuerda a la que tuvo el hoy detenido Luiz Inácio Lula da Silva, quien perdiera tres elecciones antes de ganar la presidencia de Brasil. Obviamente esto genera resistencias: el segundo hombre más rico del país, Germán Larrea, acaba de llamar a votar contra “el modelo económico populista”, en tiro por elevación a López Obrador, a quien buscan incansablemente emparentar con Hugo Chávez, tanto en los medios concentrados de comunicación como en los spots de campaña de los partidos tradicionales.
Colombia y México son dos países pivotes de la derecha continental. Ambos formaron la Alianza del Pacífico en 2011, junto a Perú y Chile, con EE.UU. –con quien los dos países tienen Tratados de Libre Comercio en plena vigencia– como invitado en carácter de observador. Ambos forman parte del autodenominado Grupo de Lima, un foro político cuyo único tema de discusión es la situación venezolana. Un hipotético cambio de gobierno allí significaría un duro golpe a la restauración conservadora que intenta tomar forma en América Latina. Representaría un “fin de ciclo”, sí, pero para dos países emblema de la derecha regional, que jamás formaron parte del bloque de países nacional-populares, progresistas y de la izquierda. El tiempo, gran ordenador, dirá si esto sucede o si, por el contrario, se profundiza la orientación neoliberal de ambos.
Juan Manuel karg: Politólogo. Magister en Estudios Sociales Latinoamericanos, FSOC-UBA.