La verdad es que respecto de todo lo sucedido en estos días en la Justicia no quiero entrar en los detalles de cada caso, ni en sus protagonistas, porque ya he leído las opiniones de otros colegas que han explicado muy bien las cosas y no es necesario redundar porque oscurece. Creo que está pasando algo sumamente grave. Desde hace tiempo, por lo menos un sector de la Justicia argentina ha perdido la vergüenza que, como se sabe y dice el Martín Fierro, cuando se pierde no se vuelve a encontrar más. No obstante, la pérdida de vergüenza no es una anomalía ni una patología; como máximo es una “psicopateada” comprensiblemente humana. Pero en estos días noto que se ha perdido mucho más, es decir, que se ha perdido el pudor mismo, el mínimo pudor jurídico. Y la pérdida del pudor es mucho más grave, porque esa sí es patológica. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando un sujeto se pone a defecar en la calle Florida. Aunque no podamos reprimir el gesto de dar vuelta la cara para no ver, al final lo vemos con piedad más que con bronca, porque la pérdida del pudor es enfermedad. ¿Qué ha pasado? ¿Nos hemos equivocado en las facultades de Derecho? ¿Hemos escrito mal los libros? ¿Qué hicimos mal al enseñar? ¿Hemos errado al señalar el camino de la discusión y de la no violencia? La verdad es que no lo sé, pero siento temor, miedo, no sé. Por suerte las circunstancias no son iguales y espero que no lo sean nunca, pero no puedo dejar de pensar que si las circunstancias se diesen, no todos, pero tal vez alguno podría ser tan patológico que resucitase las imágenes terribles de un Freisler, de un Thierak. Creí que había pudor, que no tendría que sentir nunca este temor, pero lo siento. El derecho es lucha, y habrá que seguir luchando. No creo que nos hayamos equivocado tanto, pero algo hicimos mal, fuimos ingenuos o creímos demasiado en la sustancia buena y racional del ser humano. Habrá que repensar algunas cosas.
* Ex juez de la Corte Suprema, profesor emérito de la UBA, miembro de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.