Por méritos propios, consecuentes con el paso de los años y las obras, los términos “Patagonia” y “Sorín” pueden convocar en la mente la figura retórica del pleonasmo. El director de La película del rey, Historias mínimas y La ventana regresó una vez más al sur de la Argentina para rodar su nuevo largometraje, tocando esta vez el límite más meridional en toda su filmografía: Tolhuin, una localidad de 6000 habitantes en la provincia de Tierra del Fuego. Podrá pensarse que la geografía es un dato, si no menor, al menos secundario en sus películas, pero cada uno de esos relatos confirma exactamente lo opuesto, ya que solo pueden desarrollarse dramáticamente de determinada manera en ciertos contextos. Joel no es la excepción: si bien la historia de una pareja que decide adoptar a un chico de ocho años –con los consecuentes miedos, desafíos, satisfacciones y frustraciones– puede ser mudada a cualquier otro ámbito, las características sociales de un pueblo pequeño, sumadas a un clima extremo que conjuga la belleza con la desolación, aplican tal presión sobre los personajes y sus dilemas que terminan delimitando una singularidad difícil de trasplantar.
“Llamaron del juzgado. Tienen un nene”, le dice Cecilia (Victoria Almeida) a Diego (Diego Gentile), luego de ubicar a su esposo en medio de un pequeño bosque, interrumpiendo con las buenas nuevas su jornada laboral. En ese momento y en el diálogo que sigue a bordo de la camioneta, camino a casa, se intuye que la espera ha sido extensa, más de lo deseable. Por otro lado, existe un detalle nada menor, delicado incluso: la edad del chico no coincide con la esperada, más cercana a los tres o cuatro años, esos dígitos mágicos que suelen coincidir con el inicio de la memoria total. Los primeros minutos de Joel, con su viaje al centro urbano más cercano y una charla con la jueza encargada de entregar al chico en pre-adopción (el paso previo a la adopción plena, literalmente una etapa de prueba) confirman la confianza de Sorín en una clase de construcción narrativa que comenzó a afianzarse en la mayor parte de su obra luego de Historias mínimas: el naturalismo de las actuaciones como brújula estética y la construcción de un verosímil realista que empapa las psicologías, las formas del habla y los trasfondos sociales.
El problema más profundo de esa búsqueda –un riesgo del cual la película no siempre logra escapar– es la transformación del relato en una ilustración didáctica de ciertas ideas. En este caso, las dificultades de los trámites de adopción en nuestro país y la necesidad de la comprensión y la empatía como primeros pasos en la consecución de ese ideal tan difícil de alcanzar llamado inclusión. De no ser por una férrea seguridad a la hora de mantener bajo control las emociones (las de los personajes y las que la película intenta transmitirle al espectador), la película corría el riesgo de derrapar y perderse por completo en la mera declamación de las más bellas intenciones. Son Almeida y Gentile quienes sostienen en gran medida el equilibrio, aunque no es nada menor la presencia del debutante Joel Noguera, ese chico cuya mirada triste y actitud silenciosa –apenas cortada por algunos monosílabos– desnudan rápidamente un pasado complicado. Y una perspectiva de futuro que su escasa pero dura experiencia de vida le impiden ver con optimismo.
Cecilia, una profesora particular de piano, comienza a adquirir un lugar central en la trama cuando la escuela le hace saber que su hijo, algo atrasado en los estudios, no podrá seguir cursando diariamente. Un comentario sobre pequeños crímenes supuestamente cometidos en aquella vida previa –algún hurto, el uso de la palabra “paco”– disparan la preocupación e indignación de un grupo de padres y madres, dispuestos a enfrentar a las autoridades escolares, si ello es necesario, para deshacerse de una posible mala influencia. A partir de ese momento –con el apoyo casi único de otra madre, interpretada por la actriz Ana Katz–, Cecilia ingresa en un universo narrativo y ético semejante al de los hermanos Dardenne: la heroína deberá visitar a algunos de sus vecinos y convencerlos de la impertinencia, hipocresía e injusticia de su accionar, antes de que una reunión en la escuela defina el futuro inmediato de Joel. Luego de una decisión consensuada por los padres llegará otra –personal, íntima–, que dibuja la silueta de un personaje y de una manera de pensar y sentir. De la defensa de una ideología como forma de construcción individual, familiar y comunitaria.