A principios de 2017, Willy Crook rompió doce años de silencio discográfico con X, un interesante EP de cinco canciones que significó su vuelta a la creación musical. El lanzamiento lo repuso también en la arena escénica e hizo más de sesenta shows en esa temporada. Todos creían que el sucedáneo de aquello sería otro álbum, sin embargo la sorpresa llegó de la mano de Memorias improbables, autobiografía publicada por Planeta. “Siempre me gustó tanto la literatura que me impuse como premisa no arruinarla escribiendo un libro, a pesar de que queda muy bien darse jactancias diciendo ‘¡estoy escribiendo un libro!’”, bromea Crook, quien en los últimos años descubrió que varios periodistas recordaban hechos de su vida con mucha más precisión que él mismo. La oferta de escribir el libro le resultó tentadora, aunque a la vez le planteó un dilema: “Hablar de uno es hablar de sus amigos y eso en un punto supone también contar intimidades ajenas como quien confiesa crímenes. No quería vulnerar esas cosas. ¿Cuánta sinceridad deberían tener esos textos? También pensé en algo al estilo ‘Falsos recuerdos de mi niñez’, de Salvador Dalí. Finalmente, como siempre, los recuerdos se precipitan solos y quedó lo que mejor me salió”.
–Cuando presentó el libro sobre su programa de radio, Alejandro Dolina dijo en este mismo diario que el recuerdo es un género ficcional...
–¡Absolutamente! ¡Como mi hígado, que sólo existe en la ciencia ficción! Es muy gracioso como varias personas recuerdan cosas completamente diferentes sobre una misma noche. Personas que encima son amigas, con lo cuál uno confía en sus palabras. Pero parece que ellos confían sólo en su memoria. El libro debió haberse llamado ¡Qué la cuenten como quieran!
Crook siempre despuntó el vicio de la prosa, aunque de manera íntima y aficionada (salvo cuando publicó sus columnas Fax de W en la revista La Mano). El principal impedimento, dice, fue el idioma. “Escribo siempre a mano, aunque me gusta hacerlo en castellano. Lo mismo me ocurre con las canciones: en inglés suena todo más musical, mientras que en español me siento dando una declaración en el Senado. Y no quiero hacer crónica social, sólo quiero abrir la puerta para salir a jugar”.
El músico y cantante estila quemar todo aquello que no prospera. Lo que sobrevivió a impugnaciones personales y materiales se transformó en canciones. Y, claro, en “Memorias improbables”, un libro que recopila su vida de punta a punta. Desde sus primeros años en Villa Gesell, la curiosa experiencia en el Liceo Naval de Ensenada, el exilio familia en España, sus viajes por Europa y el norte de África, la vuelta a Argentina, su ingreso a Los Redondos y a los Abuelos de la Nada, un breve retorno a Madrid y el inicio de su carrera solista a la cabeza de Los Funky Torinos, banda con la que tocará esta noche en el Konex (Sarmiento 3131).
–¿Cómo atravesó ese proceso intenso de revisar su vida?
–Me pareció como incierta. ¿Pasó eso? Sí, pasó. Es que uno no tiene una vida pasada. Tiene miles. Un amor, una banda o un lugar... ¡hasta las cosas que comés delimitan tu vida! Vas armando una pequeña existencia por partes que te justifican. O no. Los amigos de verdad son aquellos con los cuales podés retomar una charla inconclusa después de años y en el preciso lugar donde la habías dejado. Eso es sensacional.
–¿Este proceso le sirvió para exorcizar algo de su pasado?
–Hay cosas de mi vida que me las banco, porque me conozco desde que nací y me despierto conmigo todas las mañana. Pero con el tiempo empecé a darme cuenta de la repercusión que puede tener aquello que digo, entonces trato de ser cuidadoso con determinados asuntos. Por ejemplo, no me jacto de haber sido un autodidacta,porque algunas personas, ya no recuerdo si muchas o una, me dijeron que se interesaron en el saxo gracias a mí. Aunque, en verdad, fue gracias a él. Me refiero al saxofón. Soy un ejemplo de cómo tocarlo a través del analfabetismo, pero lo ideal es que se espejen en los que estudian y verdaderamente saben. Asimismo, el libro revela varias situaciones de drogas y alcohol que de ningún modo deseo celebrar. Jamás recomendaría esclavitudes personales. Y menos esas, que son las que te abrazan y te dicen “¡sí, vamos”. Tres patovicas te están matando, pero ellas te gritan: “¡dale, ya los tenés!”. El alcohol es peor consejero que el amor.
–¿No le generó conmoción recordar esas cosas?
–Faltaron situaciones en las que se ponen más de manifiesto los sentimientos que tenía en ese momento. De hecho, en una época, no tuve ninguno: fue cuando descubrí la heroína. Te deja el cerebro intacto y no necesitás nada más que la próxima dosis. Y si nada más necesitás, dejás de necesitar a tu hermano; si es necesario podés carnearlo para conseguir heroína. Cocteau decía era la novia más perfecta y más celosa. Si hablaba de mi vida, tenía que hablar frontalmente.
–Describe todos los lugares en los cuales vivió como quien va de una esquina a la otra, aunque por otro lado se asume un tipo solitario. ¿Se siente de algún sitio?
–Siempre pateé solo porque me resultó más práctico. Solo se llega más rápido; con gente, en todo caso, más lejos. En la época que viajé mucho, cuando viví en Europa y alrededores, sentía cada lugar como mi casa. Fue una experiencia kerouaquiana, pese a que a Kerouac lo descubrí después. Hacía dedo y me levantaba un auto que ni sabía adonde iba. La idea era ir lejos. Me estaba tragando el mundo en un bostezo. La que está ahora está viviendo algo muy parecido es mi novia. Partió y desde hace meses que me dice “vuelvo en un mes”. Y aquí estoy, juntando telarañas en mis caricias, aunque de ningún modo quiero poner el ancla del maldito novio. Porque cuando viajás, no tenés que mirar atrás: el mundo es tuyo. Uno tiene esa pequeña sensación cuando agarra la ruta y se sumerge en ese limbo que no es ni de donde salió ni adonde debe llegar. Uno siente que nada ni nadie lo tiene.
–¿Qué le pareció el texto final? ¿Se sintió representado?
–¡De ninguna manera! ¡Hubiese preferido leer la biografía de otro! Hablando en serio, mucha gente me dice que escucha mi música mientras hace el amor, frega el piso u opera del corazón a otro. Así que alguna cosa de mi vida me reconforta. Igualmente, quiero creer que todo está por empezar, porque aún no llegué a nada. Si hubiese llegado a la nada, o a todo, estaría desconfiado de mi vida. Me falta mucho para escribir buena poesía. Como sea, la conclusión la voy a hacer a los 200 años o cuando esté por morirme. Lo que suceda primero.