Por mucho tiempo me pregunté por qué me hice feminista sin saber bien cómo responder. Fui víctima de la violencia machista, como tantas otras compañeras, pero ésa no es la motivación. El feminismo llegó a mi vida cuando nos vimos cuestionadas por ser putas, por no callar, por defendernos. Mi feminismo nació en la resistencia. En séptimo grado un compañero de clase me tocó la cola de manera sorpresiva en un pasillo oscuro. Siempre me decían cosas por mi busto precoz pero nunca me avergoncé. Una amiga de ese entonces me explicó mediante una carta que ya no quería juntarse conmigo porque yo era una puta.
En la misma época, antes de mi clase de piano, un compañero con tres de sus amigos me acorralaron contra la pared del Conservatorio de Música. Sus amigos estaban en bici y él se acercó a tocarme la cola sin que yo pudiera correr. Alcancé a agarrarlo de los pelos y darle unas cuantas zamarreadas hasta que se soltó y se fue. Cuando le conté a la profesora me dijo socarrona: “Algo habrás hecho”.
Unos años después, caminando con unas amigas de la secundaria por el centro, un pibe desconocido nos merodeaba en la vereda y me marcó con un grito: “la del pantalón blanco”. Al rato pasó con su bici velozmente y metió su mano hasta el fondo de la raya. Me olvidé de los insultos pero recuerdo esa mano con asco hasta el día de hoy.
Desde niña sentía cierta incomodidad con alguien del círculo íntimo. Yo le pedía que no me toque, que no me ayude, en ese momento en el que íbamos de piedra en piedra cruzando el río. Recuerdo mi vergüenza en un video familiar cuando descubro que me filmaban la cola mientras yo miraba los casetes apoyada sobre una mesa del patio de mi abuela. A mis 18 esa persona abusó de mi confianza. Lo acusé pero trataron de hacerme creer que quería llamar la atención. No me resultó gratuito hablar pero a él tampoco le fue gratis que yo hablara.
Muchas veces lloré contando del abuso, y muchas otras sequé las lágrimas de quienes se animaban a contar los suyos. Aun pese a la bronca y al dolor que tienen las historias de violencia, las propias, las ajenas, las de todas nosotras, como muchas de mis compañeras elegimos el feminismo desde la lucha activa por transformar nuestras realidades, para construirnos desde la alegría, para hacer de este mundo un lugar más habitable para todxs.
Buscamos reparación ante las injusticias, no hay duda de eso. Pero el feminismo no es rabia, no es odio, no es castigo. El feminismo es una resistencia amorosa por las otras y por los otros. Porque sostenemos a las mujeres para que no se caigan en los momentos de mayor dolor, porque criamos niñxs libres y respestuosxs del cuerpo ajeno, porque acompañamos a los varones que de a poco se van acercando y le damos la bienvenida con un cálido abrazo. El feminismo propone una revolución que no deja afuera a nadie, ni siquiera a esxs que alguna vez se equivocaron o miraron para otro lado.
Romina Behrens: Docente investigadora de la Universidad Nacional de la Patagonia Austral (UNPA) e integrante del Colectivo de Géneros de la UNPA, sede Río Gallegos.