Es mayo de 1968 y Estela de Carlotto viaja a Brasil. Todavía no busca a Laura, su hija, ni imagina el horror que vivirá dentro de una década. Ahora acompaña a su marido, fanático de Estudiantes de La Plata, a ver la final de la Copa Libertadores que el equipo de Osvaldo Zubeldía jugará contra el Palmeiras, en el estadio Pacaembú.
Es junio de 1978 y la mujer que busca con desesperación a su hija llora junto a su marido. En su casa también está su hermano mayor, que grita, festeja. La Selección argentina es campeona del mundo y es tan grande el contraste, que cuesta creer que la alegría y la tristeza más honda convivan en el mismo ambiente.
Es agosto de 2014 y Estela recupera a su nieto Ignacio Guido Montoya Carlotto. Dos meses antes, la Selección argentina le había puesto el cuerpo a la campaña: “Hace diez mundiales que te estamos buscando”. La Selección subcampeona pierde la final ante Alemania pero presagia la mayor conquista de Estela: “Laura sonríe desde el cielo. Este es un triunfo de los argentinos”, dice.
Es abril de 2018 y la presidenta de la institución que en unas semanas será postulada al Premio Nobel de la Paz se junta en un almuerzo íntimo en la casa de una de sus hijas con el técnico de la Selección, Jorge Sampaoli. Hablan de la vida, de la lucha de Abuelas, del compromiso del entrenador por la causa de los Derechos Humanos y de fútbol. Porque Estela, también, está hecha de fútbol.
–¿Cómo fue tu primer acercamiento al fútbol?
–En mi familia nadie practicaba ese deporte. El que era fanático era mi marido. Cuando yo lo conocí, a los 16 años, él jugaba en Estudiantes de La Plata. Y llegó un momento en el que el papá le habrá dicho “estudiás o hacés fútbol”.
–¿Veías partidos con él?
–Sí, fui a muchos partidos. Cuando lo mirábamos en casa, porque por ahí se hacía lejos, yo me iba porque me parecía que era mufa. Porque yo llegaba y “fa”, un gol contra Estudiantes. Yo le decía “bueno, me voy, me quedo allá, cuando es la parte del descanso vengo, te doy unos mates, y me vuelvo a ir”. En el año 68 fui con él a San Pablo, Brasil. Se jugaba un partido muy importante de Estudiantes. Era un poquito paseo y un poquito eso. Perdió, por eso digo que soy mufa. Era una pena porque habíamos ido con una ilusión tremenda.
–¿Ahora ves los partidos de Estudiantes?
–Yo vivo a tres cuadras del Estadio Único, así que los goles los siento.
–¿Los escuchás?
–Sí, pero no quiero saber hasta el día siguiente si perdió o ganó Estudiantes. Tengo una muy linda relación con (Juan Sebastián) Verón.
–¿Te juntás a charlar con él?
–Sí, no en mi casa ni en ningún lugar en especial pero sí cuando nos vemos. Él me llevó al Estadio Único, y los chicos pasearon nuestras consignas ahí. Después él grabó un spot. Mi marido era socio vitalicio y a mí me hicieron socia honoraria. A veces me equivoco y en vez de sacar la cédula de identidad saco el carnet. Me dicen “no señora, éste es el carnet de Estudiantes”.
–¿Y el vínculo de Abuelas con el fútbol cómo se estableció?
–Empezamos allá por el noventa y pico. A medida que fuimos creciendo vimos la posibilidad de darle visibilidad a nuestra lucha en todos los espacios posibles. Se nos ocurrió tener contacto con los jugadores y mostrar nuestras banderas en los entretiempos. Al ser conocidas, el público nos ovacionaba. Pensamos que ahí, entre esa gente, puede haber algún nieto que tenga alguna duda o que conozca a alguien que pueda ser un nieto buscado y entonces nos mande su información. Siempre llevamos una bandera: a veces podemos desplegarla y otras no.
–¿De qué depende que puedan mostrar su bandera?
–De cómo tengan organizado el partido, si lo creen conveniente. Hubo tiempos en los que no hubo ningún inconveniente. En estos últimos tiempos por ahí no nos atrevemos a comprometer a alguna institución del fútbol porque sabemos que este Gobierno no nos quiere. Nos combate, nos insulta, nos ofende. Nos trata de “curro”, dice que mentimos, que no son 30.000, dicen que no es cierto que son nuestros nietos, ponen en duda todo lo que está probado. Entonces nosotros también pensamos en que no le queremos quitar público al fútbol. Que alguien diga “che, yo no voy porque este (club) está con las locas”.
–Y la cara más reconocida del fútbol es la Selección.
–Me remito al Mundial 2010 en Sudáfrica. Estuve con Maradona. Fui a trabajar por los organismos de Derechos Humanos y me quedé poquitos días. Pero estaba allá, lo vi también a Messi. Bilardo me prestó su campera para que me abrigara. Se jugó un partido no sé si contra Holanda y se ganó 4 a 0 (N. de R.: Argentina goleó 4 a 1 a Corea del Sur) y al día siguiente me tenía que ir, y no me querían dejar ir. “No, quédate que nos trajiste suerte”, me decían los jugadores, Maradona y Bilardo.
–¿Este Mundial también es una posibilidad para ustedes?
–Seguro, porque si llega a venir este grupo y Sampaoli con la Copa hacemos un acto para Las Abuelas.
–¿Lo toman como una buena oportunidad para transmitir su mensaje?
–Claro. Nosotros no perdemos tiempo, hacemos todo con intención, je.
–¿Cuándo conociste personalmente a Sampaoli?
–Fue, más o menos, hace un mes y medio. Sampaoli fue a almorzar a la casa de mi hija en La Plata. Estaban los chicos de la banda Don Osvaldo, los que eran de Callejeros, porque él los quiere mucho. Y fue un almuerzo hermoso porque conocí a un hombre con convicciones, muy puro, muy sano.
–¿Cómo se dio ese encuentro?
–Porque él me quiso conocer y mi nieto Juan Julio Falcone, que está en Don Osvaldo, recibió a través de sus compañeros de la bandael pedido de Sampaoli.
–Ese almuerzo nunca había trascendió en los medios.
–No, porque eso era íntimo. Es más, estaba en la cárcel Pato Fontanet. Entonces no fue una cosa pública ni mucho menos. No tenía por qué decirse; tampoco ocultarse. Después salió Pato y empezaron a juntarse para tocar con la banda. Y entonces se pensó en que fueran al partido que se hizo en Boca contra Haití. Fueron dos de la banda. Yo fui también a ver el partido. Sampaoli nos consiguió un palco, allá arriba de todo, donde podíamos verlo tranquilos.
–¿Y después de aquel almuerzo en La Plata las visitó en la casa de Las Abuelas?
–Sí.
–¿Qué les dijo?
–La charla que tuvimos ahí no fue netamente de fútbol. Hablamos de la vida en general, de los bienes espirituales, porque es un hombre muy sabio en sus pensamientos. Es un gusto hablar con él. A mí me quedó una sensación muy linda y lo mismo a todas las Abuelas que estuvieron con él. Los nietos, todos, quisieron conocerlo. Además tiene un tatuaje en la espalda que dice “yo te busco, para que vos te encuentres”, que es una frase de Abuelas.
–¿Te mostró esa frase tatuada?
–A mí no, pero a una abuela atrevida sí. Porque le dijo “quiero verlo, quiero verlo, quiero verlo” y entonces él dijo “sí, cómo no” y se levantó la remera. Y yo dije “ojo con las abuelas”, siempre en broma. Y dijo “¿cómo van a ver el partido ustedes, con ese televisorcito?”. Le dijimos que sí, es el que tenemos, es el más grande. “No, no, yo les voy a regalar un plasma”. Y nos regaló un plasma.
–¿Para ver los partidos en la sede de Abuelas?
–Para que los veamos acá en Abuelas, en una pantalla bien grande. O sea que es un amigazo. Además estamos viendo cómo lleva la conducción de esta Selección. Yo leí en los diarios que les dio un día de descanso y esparcimiento a los jugadores. Un día está bien, porque están cansados, han viajado mucho y van a viajar más.
–¿Pudiste hablar con algunos de los jugadores?
–No, solamente con Sampaoli. No pudimos verlos, como hicimos en el campeonato éste que salieron muy bien…
–En el 2014.
–Sí. Porque ya estaban totalmente cerrados a visitas, viajaban enseguidita.
–¿Vas a ver todos los partidos de la Selección?
–Sí, sí, acá, seguro. Para eso nos regaló el televisor.
–El fútbol ayuda a las Abuelas a difundir el mensaje. Pero en el Mundial del 78 al país le impusieron la fiesta de un Mundial para ocultar el horror.
–Exactamente. Pero hay que pensar en esa época. El fútbol era una cápsula cerrada y los jugadores no salían, no sabían qué pasaba. Hoy en día, todos los futbolistas saben de política, no partidaria, si no la política de los Derechos Humanos. Están involucrados, están sabiendo no solo jugar al fútbol, si no muchas otras cosas más. Entonces ya hay una apertura muy grande. En aquella época yo no podía culpar a los que estaban jugando ahí y tampoco al director técnico, a Menotti.
–¿Tu familia cómo vivió ese Mundial?
–Yo lo recuerdo muy bien porque mi hermano mayor estaba en mi casa con su familia mirando el partido, festejando, y nosotros con mi marido llorábamos porque esas voces estaban apagando el grito de los prisioneros, las muertes. Y que un asesino les diera la mano (a los jugadores) y brindara como si fuese un héroe… (Videla) era un asesino, él y toda su gente. Y nosotras estábamos desesperadas, buscando, sin que nos dieran una respuesta. Fue bravísimo. Yo pensaba: la gente está feliz y no se da cuenta, cómo puede ser que eso de los argentinos somos Derechos y Humanos, que era la consigna de ellos, fuera creíble. Fue muy tremendo eso tanto en lo familiar, como en lo social.
–¿Querías que no ganara la Selección?
–No tenía un sentimiento en contra de eso, yo no utilizaba eso de “ojalá que pierdan para…”, no se me dio por ahí. No culpaba a los jugadores, ellos estaban haciendo lo que sabían hacer.
–¿Escuchaste o leíste lo que dijo el Pato Fillol últimamente?
–¿Fillol está acá en la Argentina?
–Sí. Dijo que le da vergüenza decir que fue feliz porque fue campeón del mundo. Que a los jugadores les queda pedir perdón. ¿Estás de acuerdo?
–Menotti también me lo dijo. Yo me acuerdo haber estado en Italia y encontrarlo en uno de esos tantos pueblos que visité. Y nada, yo no le atribuyo ningún tipo de culpabilidad. Él también fue victima de eso. Y me encontré en Noruega con un jugador de fútbol de ese equipo, que no volvió a la Argentina, y ahora está en contacto con Inglaterra. Había una exposición de Abuelas en esa ciudad, en Oslo, y me dijeron que estaba. Yo no me acuerdo el apellido…
–¿Ardiles?
–Ardiles, uno bajito. Sí, estaba Ardiles. Yo estaba mirando la muestra y me dicen está Ardiles, pero tiene vergüenza porque él fue parte del equipo del 78. Ah, sabés cómo me fui yo a saludarlo. Y le dije “pero por qué vergüenza, al contrario, ustedes fueron víctimas. Ustedes hicieron lo que sabían hacer, que era jugar al fútbol. Ustedes no fueron a decir qué suerte que están matando gente mientras nosotros jugamos”. Así que ahí lo dejé, medio lloriqueando.
–¿En qué año fue?
–En 2012, creo. Cuando estaban gestionando ya el premio Nobel de la Paz para Abuelas.
–¿Ahora vas a ir de nuevo a Noruega?
–Creo que no. Mirá, yo me alegro de este reconocimiento interesante de quienes lo hacen acá. Después el premio sabés adónde va a ir, ¿no? Como fue a Obama, como fue a Kissinger, como fue a tantos. Otras personas con méritos, pero méritos muy acotados a la oportunidad de dárselos para un fin determinado. Porque a Obama se lo dieron para que no mate.
–¿Qué sentiste cuando Messi, que no suele expresarse por fuera del fútbol, contó que se emocionó porque habías recuperado a tu nieto?
–Y bueno, fue muy grato, porque no solo me queda eso. Lo de Messi o lo de Maradona se sabe, se hace público. Pero la reacción de mi país, de la gente, fue como un milagro. Esta casa se llenó de gente. La calle se cortó. El ómnibus 114 había puesto “bienvenido, Guido”, cosas así. La gente en la calle vivándonos. Y cada uno dice que se emocionó hasta las lágrimas y te dicen dónde estaban y qué estaban haciendo exactamente en ese momento. Por eso digo que el Premio Nobel si sale, bárbaro, nos vendría bien. Pero más premio que encontrar un nieto no hay.