“Yo no pertenezco a la edad del calendario, pertenezco a la otra edad, al otro calendario: el de las ganas de vivir, de las ganas de hacer, y como nadie me dice ‘quedate quieto’, yo sigo”. Le faltan cuatro años a Víctor “Vitillo” Abalos, único sobreviviente de los legendarios hermanos, para llegar a los 100. Y dice esto. O no solo dice esto. También, es el principal protagonista del excelente documental que puede verse en el cine Gaumont, y que no solo está impregnado por imágenes, palabras y sonidos de esas “ganas de vivir”, sino también por intervenciones sorprendentes, planetarias. El contrapunto que sucede a tales palabras iniciales en Una historia de cinco hermanos ofrece la pista inicial. Su imagen en acción, tocando el bombo y cantando “Nostalgias santiagueñas”, se deja acariciar por una guitarra a lo Mark Knopfler y le abre una puerta al mundo.
La del rancho que en 1966, por caso, los fabulosos cinco eternizaron en un video la “Chacarera del rancho”, o la de un período muy anterior. El de fines de la década del 30, cuando Vitillo, Machaco, Adolfo, Machingo y Roberto, arribaron a Buenos Aires, procedentes de Santiago del Estero. “Estuve tres días sin salir a la calle, por miedo a que me pise el tranvía”, es otra de las rémoras del entrañable Vitillo, cuya historia propia derrama hilos de sentido en su mujer Elvira Aguirrebarrena. También en Juan Gigena Abalos (sobrino nieto suyo, director musical del documental y guitarrista de Ciro y los Persas), que traslada chacareras a lenguaje de guitarra eléctrica. “Hace algunos años, sentí que la música de los Abalos se estaba perdiendo, por eso nació esta idea”, explica Gigena, a medio camino entre el rock generacional y el folklore genético.
Por ese sendero intermedio y rico transita entonces este fresco de 85 minutos. Y lo hace a través de mojones genuinos y sorpresivos. Por caso, un cruce espontáneo con Luis Alberto Spinetta en un estudio de grabación, y la reacción afectiva del flaco que abraza a Vitillo y murmura “Grandísimo... historia de la música nacional”. En un estudio, porque lo que se proponen Vitillo y sus aliados como fin inicial y último es arrebatarle al olvido el rico devenir telúrico y musical de los hermanos. En esa senda de múltiples curvas, el bombisto regraba –acompañado por Juanjo Domínguez– “El gatito de Tchaikovsky” o le cuenta a Jaime Torres cómo grabaron “Carnavalito Quebradeño” para La guerra gaucha de Lucas Demare, en 1942.
Otro cruce del documental dirigido por Josefina Abalos y Pablo Noé sucede con Jimmy Rip, guitarrista de Mick Jagger y Television. “La única forma de comunicarse entre ambos era tocando”, advierte Gigena, y así pasa: le encuentran la vuelta entre el blues lisérgico, copla y vidala, y da una joya llamada “Vidala del universo”. También se lo ve al protagonista abrillantando conciertos de Raly Barrionuevo y La Bomba de Tiempo (ambos en el Konex). Y la más mágica: Vitillo, prócer del arte nativo, tocando el bombo ¡al lado de Roger Waters! en el video de “The Child Will Fly”. O recordando, en línea directa al infinito, cuando el clan Abalos tocó junto a Los Beatles (“esos pibes de flequillito”, evoca Vitillo) durante la despedida del canal NHK de Japón.