Entre los economistas profesionales están de moda las proyecciones plurianuales. Se proyectan, por ejemplo, la inflación y el déficit fiscal hasta 2021. Vamos de nuevo: en Argentina se proyecta la evolución de los precios y las metas fiscales para dentro de tres años cuando hasta podría existir un gobierno de signo distinto al actual. Todo se acompaña con gráficos “convergentes” y, por supuesto, con mejoras en los indicadores.
La moda fue iniciada por Alfonso Prat-Gay, el “progresista” primer ministro de Economía de Cambiemos, el del “trabajo sucio”, y seguida con entusiasmo por el hoy vuelto a empoderar, Federico Sturzenegger, el siempre sonriente funcionario que en esta segunda oportunidad –luego de haber secundado a Domingo Cavallo en tiempos de la primera Alianza– será recordado por chocar el Banco Central y dilapidar 8000 millones de dólares de reservas en una sola corrida que además perdió. Los resultados de las proyecciones tan bellamente ilustradas están a la vista. Las amplias clases medias, sector en el que se autoperciben incluso los asalariados de menores ingresos, ya lo sienten en la piel.
La pregunta inmediata es por qué, dados sus evidentes fracasos objetivos, Sturzenegger resulta premiado en el reparto interno de cuotas de poder. La respuesta también es evidente. Como se afirma en este espacio desde diciembre de 2015, el programa económico de Cambiemos siempre tuvo los mismos contenidos que un programa del FMI: apertura, desregulación y achicamiento de las funciones del Estado en el marco de endeudamiento acelerado y altas tasas de interés. La diferencia post mayo de 2018 es que ahora las “condicionalidades”, si bien se seguirán aplicando “voluntariamente”, tendrán al menos la contrapartida de un desembolso de alrededor de 15.000 millones de dólares. Otros 35 mil millones quedarán como potencial resguardo para una crisis de pagos externos, a la manera del Blindaje de fines de 2000. Como en tiempos de Fernando de la Rúa, el paquete global de 50 mil millones fue anunciado y festejado –sí, festejado– como una buena noticia, un presunto éxito gubernamental que se traduciría en que los populistas “no vuelven más”, es decir en la presunción alucinada de que el acuerdo garantiza la “sustentabilidad política” del ajuste, según se anunció oficialmente el pasado jueves.
El éxito de Sturzenegger, quien trabaja en tándem con del ministro de Deuda Luis Caputo, el reconstructor del endeudamiento externo, fue la liberación de todas las trabas para la libre circulación de capitales, es decir, la reconstrucción de Argentina como una plaza de superganancias para el capital financiero, secundado por el exportador, para su valorización y fuga. La reaparición del FMI es el reaseguro de última instancia para la continuidad de la transferencia de dólares al exterior contra deuda, así como de la aplicación del paquete de políticas para garantizar las transferencias en el largo plazo, al menos en los papeles.
Sin embargo, el acuerdo carece de verdaderas condiciones de sustentabilidad por dos razones principales. La primera es el diagnóstico según el cual el problema central de la economía es el exceso de gasto del sector público, siendo el déficit externo un derivado del interno. Bajo esta óptica el ajuste del sector público mejorará las cuentas externas. La segunda razón se deriva de la primera, el programa que aumenta el endeudamiento no generará más dólares, es decir no morigerará estructuralmente el problema de la restricción externa. Aquí también se presentan gráficos con deuda descendente como porcentaje del PIB a partir de 2019, cuando todos los indicadores reales conducen en sentido contrario, un peso creciente del endeudamiento y del pago de intereses que se potenciará aun más si el Producto se contrae.
El panorama real es que el ajuste anunciado del gasto pegará por dos lados, los salarios públicos y, por lo tanto el consumo, y la obra pública, en ambos casos incluidas las transferencias a las provincias, un factor de inestabilidad política para los gobernadores opoficialistas.
A pesar de la algarabía de la mayoría de los economistas profesionales, que hicieron fila para decir que en adelante el programa pisará el acelerador abandonando el supuesto gradualismo, el factor que habría conducido al “fracaso”, todos coincidieron, entre metáforas de vida sana, de dieta y austeridad, que vienen meses de frío y no precisamente por la llegada del invierno. La consultora PxQ, que dirije el ex viceministro Emmanuel Álvarez Agis, fue una de las pocas con una visión crítica. En su último informe estimó una caída de tres puntos del Producto hasta fin de año, los que se restarán al arrate estadístico de 2017.
La dirección que tomará el PIB es evidente: de todos los componentes de la demanda agregada sólo se prevé una trayectoria levemente positiva para las exportaciones, no por la devaluación sino por la demanda externa, aunque habrá que monitorear el impacto de lo que suceda en Brasil. Las importaciones ayudarán cayendo algunos puntos por el dólar más caro y otro poco por la recesión inducida los restantes componentes de la demanda, los más impactados por el ajuste: las caídas del consumo, público y privado, y de la inversión, también pública y privada.
Perdido 2018, la única posibilidad de recuperación en 2019 será, precisamente, la implícita en las necesidades declaradas de “sustentabilidad política” del modelo que Washington desea mostrar para la región. Podría esperarse que a medida que se aproximen las elecciones se reimpulse el gasto como en 2017, un objetivo que, sin embargo, resulta incompatible con el programa acordado con el Fondo. El corsé deseable y compatible podría comenzar a jugar en contra.
Luego está el corto plazo. El humor social, según lo muestran todas las encuestas, cambió rotundamente. Macri sólo parece conservar el núcleo más duro de sus apoyos de 2015. El cambio ocurre a pesar del blindaje mediático, que sólo muestra fisuras de advertencia. Sin embargo, por ahora el descontento llegó apenas en cuentagotas a la dirigencia opositora política y sindical, la que mantienen con el neoliberalismo más duro, tan duro como puede ser un programa con el FMI, una actitud de prudencia y moderación que sería la envidia de cualquier gobierno popular