La negociación de un crédito condicionado con el FMI introdujo una visión más amplia de los problemas de la economía argentina. Los tecnócratas del organismo matizaron la visión puramente fiscalista de los funcionarios del gobierno, según la cual, el déficit externo de la economía era una consecuencia del déficit de las cuentas públicas. Para los técnicos del Fondo, el ajuste fiscal que intenta solucionar el déficit de las cuentas del Estado no resuelve el problema externo. Para solucionarlo proponen acompañar el programa fiscal con una política de tipo de cambio flexible.
El Fondo parece dispuesto a financiar sólo los vencimientos de deuda en divisas desde el segundo semestre de 2018 hasta 2020 (50.000 millones de dólares), para evitar una cesación de pagos que dañe a los acreedores. Pero no parece dispuesto a financiar la fuga de los demás actores locales e internacionales. La reciente salida de grupos financieros “amigos” del gobierno por cerca de 1400 millones a un dólar a 20 pesos encendió señales de alerta sobre el uso de los créditos internacionales para extender ese mecanismo a otros grandes actores de la economía local. Para evitar que la asignación crediticia del FMI se vaya por la canaleta de la timba y la fuga, el organismo exige dejar flotar al dólar hasta que alcance su “nivel de equilibrio”. Un eufemismo para advertir a los capitales que intenten salir del mercado argentino que no encontrarán la canilla del Banco Central abierta y sufrirán una fuerte desvalorización.
La propuesta del FMI puede servir para persuadir una salida de grandes grupos que, ante el temor de generar una estampida cambiaria que desvalorice sus activos, acepten optar por negociar una política más razonable. Es el caso de los bancos y otros grandes tenedores de Lebac que negocian con el gobierno un canje “voluntario” por títulos a mayor plazo, disminuyendo el vértigo financiero. Sin embargo, el “tipo de cambio flexible” puede ser una mala herramienta para contener una corrida cambiaria en pleno desarrollo, donde la suba del dólar genera incertidumbre y retroalimenta la demanda por miedo a que siga aumentando. En ese caso, el riesgo de una extensión de la crisis del mercado cambiario al financiero (el paso de la dolarización de los depósitos a su retiro del sistema) montado en el accionar de los pequeños y medianos ahorristas imposibles de sentar en una mesa de negociaciones, puede combinar una suba descontrolada del dólar con una importante caída de las reservas.
Además, si se extiende la mirada económica más allá de cómo llegar a las elecciones sin que explote, ni el crédito del FMI ni la política de cambio flexible soluciona el problema estructural del déficit externo. Como mucho, pueden moderar coyunturalmente el déficit de turismo vía suba del dólar y, vía caída de la actividad económica y el empleo, contraer parcialmente las importaciones