Sabemos lo que es el termo: un recipiente de vidrio, de paredes dobles, entre las que se ha hecho el vacío, que conserva durante largas horas la temperatura de lo que en él se guarde, sin tomar otra precaución que la de aplicar su cierre hermético. Por lo común es de forma cilíndrica y está revestido de una ligera armadura metálica que lo protege de golpes y lo hace más manuable.

Su nombre deriva del griego, a través del vocablo latino thermos, que significa calor; pero corresponde, en realidad, a la denominación comercial o marca de fábrica con que se registró el invento y con que se lanzó a la venta, inicialmente, el original artefacto. Lo hemos castellanizado termo como llamamos termas a los baños de aguas minerales calientes, que calificamos de aguas termales. Pero, aunque su nombre aluda a calor, este artefacto sirve lo mismo para mantener la temperatura de cosas calientes o frías.

Hay termos de boca ancha, destinados a guardar cosas sólidas o poco fluidas, y de boca más estrecha, para líquidos, es al que vamos a referirnos especialmente, por la utilidad notoria con que se ha vinculado a nuestra más antigua costumbre nacional: el mate.

En efecto: mediante la aplicación de un tapón especial, atravesado por dos tubitos de aluminio, uno de los cuales sirve de pico para verter el líquido, el termo ha sido adaptado en el Río de la Plata para cebar mate, por las ventajas que significa mantener invariable la temperatura del agua destinada a la infusión tradicional. Así como la pava, de pico tubular, sustituyó hace más de un siglo a la primitiva caldera, que era una jarrita de cobre vulgar y silvestre, hoy el termo ha sustituido a la pava (sobre todo en los hogares ciudadanos) en la clásica función de administrar el agua durante las mateadas.

Iniciativa uruguaya  

Si no es posible determinar quién fue el juicioso innovador que incorporó el termo a la práctica de cebar mate, en cambio, podemos asegurar que la generalización de su uso en tan grato menester corresponde a nuestros hermanos uruguayos, según las constancias obrantes al respecto. Fue en la otra banda del Plata, en efecto, donde primero se popularizó el reemplazo de la pava por este cómodo recipiente que mantiene inalterable la temperatura del agua mientras dura la mateada.

A pesar de que los uruguayos tienen fama de ser más apegados que nosotros a las tradiciones del criollismo, la verdad es que se nos anticiparon notoriamente en la innovación de adaptar el termo en una costumbre tan gaucha como el mate. Se diría que el espíritu de Batlle y Ordóñez –tan dado a reformar en materia institucional sin alterar el fondo de las instituciones– hubiera inspirado esta violenta cuanto provechosa ruptura con la tradicional caldera, como todavía llaman allí a la pava. Pero la cosa no quedó ahí.

El termo sacó el mate a la calle. No a la vereda que ya es cosa vieja. Lo sacó a la circulación callejera. Tal ha sido su boga en aquella banda del Plata, que en Montevideo ha llegado a constituir una nota típica el ciudadano que va con su mate y su termo por la calle. Con decir que el hecho dio margen a una ordenanza municipal prohibiendo tomar mate en los tranvías y ómnibus, queda todo dicho...

Guerra al termo

Debemos reconocer que los uruguayos han sido también los primeros en reaccionar contra el abuso del termo. Es decir: contra la proliferación desorbitada de ese mate callejero, en el que la clásica costumbre pierde toda su gracia primitiva, su recatada intimidad, para volverse –aplicando al caso la sarcástica expresión culinaria de Julio Camba– “verdaderamente impúdica”.

Y ya que hemos nombrado a este gran humorista español, digamos también que la reacción uruguaya contra el abuso del termo no radicó únicamente en la saludable ordenanza municipal que prohíbe tomar mate en ómnibus y tranvías: la reacción más simpática y eficiente se produjo por vía del humorismo.

Desde “La torre del vigía” en las columnas del diario El Plata, de Montevideo, el humorista uruguayo Isidro Mas de Ayala comenzó a castigar riendo la exagerada costumbre de andar de mate por la calle. Y tuvo que emprender la guerra, naturalmente, contra el termo, esa especie de hibridación de fogón y pava que permitió al mate circular por la calle, sin peligro de que se enfriara el agua destinada a renovar su cálida sangre verde. Decía el humorista uruguayo que la decadencia de nuestro mate había comenzado con la invención del termo. Que ese “artefacto, extraño a la liturgia matera, había modificado con su aparición todo el ceremonial de su ritmo ortodoxo”. Hasta le reprocha el hecho de no tener nombre nativo y de haber “modificado los tiempos de esa sinfonía para flauta y oboe que es el acto de tomar mate, haciendo un andante de lo que era un lento maestoso”...

Es claro: el mate había tomado el ritmo propio de la calle, de lo transeúnte o trashumante. “De continuo” anotaba Mas Ayala este hecho histórico, “os cruzáis con gente que con el termo apretado contra el cuerpo, andan por todas partes, caminan, hablan, hacen negocios y hasta no hacen nada, mientras toman mate”.

–Podemos imaginar ese espectáculo –me decía un amigo– trasladado a la calle 25 de Mayo a la hora de los bancos. O a Florida, cuando empieza a caer la tarde. O a Corrientes, en los momentos de las colas de entrada y salida de cines y teatros. Y, con semejante espectáculo, las consecuencias: los mates chorreados, o volteados, las quemaduras con agua caliente y, lo que es peor, las biabas, a cada tres baldosas recorridas en la vereda...

En realidad, el escandaloso es el mate: sáquesele el mate al hombre del termo y todo motivo de escándalo habrá desaparecido. De modo que es una guerra mal planteada.

Indudablemente, por lo tanto, el termo concluirá ganando la guerra que le planteaba el humorista, aunque este haya obtenido una brillante victoria táctica, parcial, con las felices páginas consagradas a la más antigua tradición popular rioplatense, cuyo largo porvenir puede apreciarse en su capacidad de asimilar las más curiosas invenciones de la técnica.

Fragmentos de El arte de cebar, de Amaro Villanueva, periodista y escritor de Gualeguay, Entre Ríos, quien dedicó una enorme cantidad de estudios al mate, su historia, léxico, costumbres y orígenes. La Universidad Nacional del Litoral y la Universidad Nacional de Entre Ríos acaban de publicar un volumen que recoge este trabajo y el que le siguió, El lenguaje del mate, dos obras ya clásicas de la etnografía nacional, publicadas en los años 60, volumen que incluye prólogos explicativos y un apartado de láminas de las ediciones originales.