Transcurría el hiato más extenso de su carrera, y patinaba en las secciones de chimentos decadentes: implante capilar y causas judiciales por toneladas de dinero. De su ex mujer Aracely Arámbula por la pensión de los hijos, del colega Alejandro Fernández y el ex representante William Brockhaus por incumplimiento de contrato, del Estado de México por evasión de impuestos. Pero en un movimiento maestro, a los 48 años, Luis Miguel volvió a la órbita del Sol: su imagen y música se revitalizaron; la escucha en Spotify incrementó un 64%, según el diario El Universal. Hace poco más de un año, dos días después de que lo arrestaran brevemente en Los Ángeles por reiteradas incomparecencias en tribunales, Netflix publicó un video donde él mismo –en off, paseándose en traje por una casa de superficies tersas– anuncia la llegada de una serie biográfica como “el momento de que mi verdad salga a la luz”.  

Luis Miguel: la serie se estrenó a mediados de abril, no al modo Netflix, todo de una vez, sino al televisivo, un capítulo por semana, los domingos (es un proyecto conjunto con la cadena Telemundo). Una dosificación acorde a un astro como él, con una historia llena de clichés públicos, pero de trama desconocida. El famoso misterio: si finalmente se sabrían los cómo, mejor con expectativa. Pero la serie tiene un plus, que es la calidad. Eso la eleva de categoría: no se trata de una obra solo para fans y curiosos –lo que ya sería un público considerable–, sino para cualquiera que guste de los dramas románticos y familiares. Una vez más, Luis Miguel es un producto perfecto.

Como telespectador, cuando Diego Boneta sonríe por primera vez y tiene el hueco entre los dientes, se siente una especie de comodidad. Distinto sería el efecto sin esa luz negra que hace decir “es Luismi”. En la intimidad no lo llaman así (Luismi es total apropiación del público), sino Miqui, y para 1988, el año que está retratando Boneta en la primera temporada, el apodo aparece como el único detalle materno que conserva. Marcela Basteri, italiana criada en Argentina, desapareció en 1986, cuando Luis Miguel tenía 16, su hermano Alejandro 14, y el más pequeño, dos. Hasta hoy no se pudo comprobar teorías de asesinato, muerte en tiroteo ni encierro en un neuropsiquiátrico. Hace unas semanas, Luis Ventura, uno de los periodistas que viene siguiendo el caso, publicó en Infama una nota con una mujer en situación de calle en Buenos Aires, de acento extraño, ojos azules y verdadero parecido con Basteri. “Solo quiero saber si usted es la madre de Luis Miguel”, insistía Ventura con el micrófono. 

No se sabe aun cómo la serie va a abordar el conflicto decisivo que separa a la familia. Hasta ahora, los flashbacks a 1981 muestran cómo Luis Rey, español con una carrera de cantor estancada, acaba con la infancia de Luis Miguel –lo arranca de la cama, de la escuela, de la madre–, y lo convierte en una máquina de trabajar que, además de dinero, lo provee de status y jolgorio. Marcela Basteri está retratada como una mujer dulce que adora a su hijo y hace lo posible por protegerlo. Se sabe ahora que antes de ser “el sol del México”, como lo presentaron a los doce años –aunque nació en Puerto Rico–, Luis Miguel era el sol de la madre. 

En la actualidad de la serie, la figura femenina es Mariana Yazbek, su primer amor, la fotógrafa que conoció durante el rodaje del video de “Cuando Calienta El Sol”. Coronada una mega exprimida etapa de estrella infantil en EMI –cuatro discos de estudio, uno de covers de rock y otro en italiano, más dos protagónicos en películas con sus bandas sonoras–, en 1987 Luis Miguel abrió el vínculo con Warner con el álbum Soy como quiero ser. A los 17 años, era el momento en que, en las fantasías, pasaba a representar al varón de sus canciones: el mismo imposible carilindo súper enamorado, pero que ya podía funcionar sexualmente. 

La adultez abría el mercado y por eso Luis Rey –el villano del momento, creación de Óscar Jaenada–, no quería que su hijo tuviera novia. Menos, una persona con valores y vida propia como se muestra a Mariana Yazbek. Es a través de esta historia –que en la vida real duró apenas unos meses–, que Luis Miguel eligió dejar constancia de algo: que intentó tener el control de su vida, ser alguien personal, un hombre de relaciones verdaderas y también con deseos de crecer como artista y experimentar. Si el niño Luis Miguel –fabuloso Izan Llunas, nieto de Dyango– solo puede obedecer y su recompensa es la aprobación de los grandes, el joven de Diego Boneta, mexicano radicado en Los Ángeles, de 27 años y ya algunos de ídolo teen por su cuenta, quiere además disfrutar. Tiene ambiciones de performer, empieza a tomar clases de baile, quiere hacer música con beat, sintetizadores, un dueto con Michael Jackson, todo lo cual Yazbek alienta y los empresarios no. Finalmente, en 1988, apareció el disco Busca una mujer, el de las clásicas baladas “Fría Como el Viento” y “La Incondicional”, escritas por Juan Carlos Calderón.

En ese conservadurismo se parecieron Luis Rey y Hugo López, el productor argentino que lo empezó a representar cuando cumplió la mayoría de edad. López pasó a la historia como ángel guardián porque no lo explotó ni estafó como el padre, pero tampoco le fomentó la creatividad. Para López (César Bordón en la serie) esa voz no podía desperdiciarse “cantando boludeces”, y fue él quien lo consagró como intérprete en el estable mercado de los lentos, con el momento cumbre en 1994: el dueto con Frank Sinatra. Ya nunca más Luis Miguel se sacó el traje. Su último hit se puede decir que es del 96, “Cómo Es Posible Que a Mi Lado”, aunque su gloria pop fue sin duda “Suave” del disco Aries (1993). Quién sabe a dónde habría llegado por la senda que pasó a dominar Ricky Martin. La serie no parece ir hacia esos cuestionamientos: está contando su novela personal y ojalá sean muchas temporadas. Mientras, Luis Miguel gira un nuevo disco, ¡México Por Siempre!, rancheras de José Alfredo Giménez que, como todo lo que ha cantado, le salen fenomenal.