“15 de enero de 2011-Abdín, El Cairo”. La placa ubica al espectador con total precisión, mientras corren los títulos de apertura y el comandante Noredin Mostafa, vestido con su traje oficial de gala, termina de peinar prolijamente su cabello hacia un costado. A pesar de esa pulida apariencia, Mostafa podría ser un primo lejano del bad lieutenant de Abel Ferrara: su rutina diaria incluye levantar las coimas por protección en los puestos de venta callejeros, no dudar ni un segundo a la hora de quedarse con el dinero de bolsillo de algún detenido, fumar marihuana y consumir pastillas de todo tipo e incluso, a pesar de las costumbres culturales y religiosas, beber alcohol en cantidades poco prudentes. Sin embargo, las prácticas de este particular oficial de policía no son muy diferentes a las de varios de sus compañeros e incluso a las de su superior y padrino en la fuerza, con quien parece pasar más tiempo discutiendo posibles “mordidas” de tal o cual negocio –no importa si este es legal o ilegal– que en los mecanismos necesarios para combatir el crimen dentro de los límites de control del precinto. Todo parece estar tranquilo en la capital egipcia, pero dos hechos de diferente tenor –uno de ellos individual, el otro masivo, ambos violentos– harán que ese equilibrio estalle en mil pedazos. Ese mismo día, el 15 de enero de 2011, una famosa cantante de música popular será degollada en una suite del hotel cinco estrellas Nile Hilton y la única testigo casual del hecho, una empleada de limpieza de origen senegalés, desaparecerá en uno de los barrios marginales de la ciudad. Diez días más tarde, sin que pueda establecerse una línea directa entre ambas situaciones –aunque, en el fondo, exista una gruesa filiación de índole social– los primeros indicios de la inminente Revolución Egipcia comenzarán a sentirse en el aire. The Nile Hilton Incident (Crimen en El Cairo en la Argentina), que podrá verse en salas de cine a partir de este jueves, es el último largometraje del realizador Tarik Saleh, una coproducción entre Suiza, Dinamarca y Alemania completamente hablada en idioma árabe. Una intensa relectura del film noir –con sus detectives y policías caminando sobre la delgada cornisa que separa el bien del mal, sus mujeres fatales envueltas en humo de tabaco y las calles de la ciudad como testigo mudo de las alianzas, traiciones y crímenes que la atraviesan día a día– que no necesita hacer alarde de ningún esteticismo posmoderno o de la simple imitación formal de códigos y formas, prefiriendo en cambio la construcción de un realismo de género. A su manera, además, es un film político, como lo son algunos de los grandes policiales negros de la historia.
“Ojalá pudiera estar en este momento en Argentina presentando la película. Estuve allí solamente una vez y me pareció una ciudad fascinante, muy europea y al mismo tiempo diferente”. Eso es lo primero que dice Tarik Saleh luego de atender el llamado telefónico. “Fue en el año 2001, cuando fuimos invitados por el Instituto Goethe a presentar mi primera película, el documental Sacrificio: Who Betrayed Che Guevara, que codirigí junto a Erik Gandini”. Esa visita de hace casi dos décadas a Buenos Aires y a la Sala Leopoldo Lugones, donde fue exhibido el film (un retrato de Ciro Bustos, el hombre acusado oficialmente por el gobierno de Castro de haber proporcionado la información que terminó con la detención y muerte de Guevara) formó parte de un recorrido latinoamericano que también lo llevó a Cuba, justo en momentos en los que el filósofo francés Régis Debray pasaba a ser considerado persona non grata por el régimen. “Nos invitaron porque nuestra película no concordaba con las actitudes de Debray, pero al mismo tiempo no confiaban demasiado en nosotros, por lo que todo el tiempo fuimos seguidos de cerca por dos personas de seguridad interior, disfrazados de periodistas. Como en un film noir”. Nacido en Estocolmo hace 46 años, de padre egipcio y madre suiza (“Soy uno de esos bastardos, la pesadilla de este nuevo mundo”), Saleh dejó atrás su pasado como joven maravilla del grafiti –su pieza “Fascinate”, de 1989, no sólo sigue en pie, sino que es preservada por el estado suizo como bien cultural– para dedicarse al cine y la televisión. Luego de dirigir un puñado de documentales, entre ellos Sacrificio, debutó en la ficción con Metropia (2009), relato de animación distópico con las voces de Vincent Gallo, Juliette Lewis y Udo Kier. Crimen en El Cairo es su tercer largo de ficción y, como si la mirada atenta de los agentes cubanos tuviera un eco reciente, a poco de comenzar la producción tuvo que mudar toda la maquinaria técnica y artística a Marruecos: “Nos echaron del país tres días antes del comienzo del rodaje principal. Nos obligaron a cerrar todo. Básicamente tuvimos que sacar de contrabando unos cuarenta trajes de la policía egipcia y todo lo que habíamos hecho allá y llevarlo a Casablanca. Pero no me gusta hablar de esa historia porque mucha gente puede ponerse a mirar la película a la defensiva y pensar que no puede ser buena porque tuvimos esos problemas. La idea a partir de ese momento fue que nada de eso no se notara en pantalla y, entre lo que filmó la segunda unidad y lo que logramos realizar con efectos especiales, terminó habiendo muchísimos planos de El Cairo en el film. En algún punto creo que fue lo mejor. Al fin y al cabo, en Amarcord Fellini reconstruyó gran parte de su pueblo natal en los estudios de Cinecittà”.
El lado equivocado
El cuerpo sin vida de Lalena, la cantante, yace en el piso sobre un charco de sangre. Mostafa ingresa en la escena del crimen mientras la cámara, imitando su mirada, se detiene un instante en los pies de un oficial de policía, responsable de haber dejado las marcas ensangrentadas de sus zapatos desparramadas a lo largo y a lo ancho del cuarto. Es una de las varias instancias de humor ligero que el film de Tarik Saleh desperdiga por aquí y por allá, reflejo no tanto de la inoperancia como de una máxima nunca explicitada: la contaminación de las pruebas no tiene la menor relevancia ya que todo el mundo sabe que nadie resolverá el crimen. La razón es simple: las personas involucradas son invisibles allá en lo más alto de la pirámide política y social. El caso será cerrado y abierto varias veces a lo largo del relato, dependiendo de los intereses en juego, de qué piezas del ajedrez necesitan ser movidas. En medio de todo y de todos, el comandante Mostafa, que será ascendido a coronel de la noche a la mañana, un regalo como tantos otros, aunque éste en particular ha sido digitado desde muy arriba. Un obsequio de lujo que, lógicamente, también puede ser removido sin previo aviso. Entre las pertenencias de Lalena, el recibo de un local de fotos se transforma en una posible pista, que el (anti)héroe en construcción esconde sin seguir ninguna clase de protocolo. Algunas imágenes íntimas y unas tiras de negativos proveen la posibilidad del chantaje infinito, un motor de acción y reacción desde los tiempos de Philip Marlowe. “Para mí el cine es una religión, un templo. Por lo tanto, los géneros son algo así como un Testamento”, afirma el realizador entre risas, pero sin ocultar la seriedad de la aseveración. “También encarnan una posibilidad para romper las reglas, el contrato entre la película y el público. El noir es un género que me encanta, pero no me senté a estudiar los clásicos ni a intentar una imitación de determinados planos o cierta clase de imágenes. Lo que sí hice fue dejar que la realidad se interpusiera entre los códigos del género y la historia. Mientras escribía el guion y durante el rodaje siempre me preguntaba lo siguiente: ¿cómo ocurriría esto en la realidad? Luego hay otra cosa interesante. En Egipto, la idea de la femme fatale tiene una larga tradición. El poder de las mujeres como arma de extorsión. Algo que seguramente ya estuvo presente en tiempos faraónicos, pero que en épocas más actuales remite a muchísimos ejemplos famosos de la realidad. Eso habla a las claras del poder que tiene el sexo en una cultura donde el matrimonio y la religión son muy fuertes”.
El incidente del Nile Hilton ocurrió realmente, aunque los acontecimientos no fueron exactamente como los describe la película y, además, tuvieron lugar unos años antes de la revolución que terminó destituyendo al presidente Hosni Mubarak luego de casi treinta años en el poder. “El guion fue escrito un año antes de los hechos que desencadenaron la revuelta en Egipto. Nunca quise hacer una película estrictamente sobre la Revolución, creo que eso es algo que debe hacerlo alguien más cercano físicamente a los hechos. Pero, al mismo tiempo, pensaba que la historia de la película tenía alguna relación, decía algo sobre la sociedad egipcia. Pienso que muchas de las películas que solemos llamar ‘políticas’ no envejecen demasiado bien e incluso hay casos en los que la historia termina demostrando que estaban equivocadas. Pero con el arte narrativo en general hay algo que se puede hacer y es muy potente: ser una especie de testigo de una experiencia humana. Creo que la Primavera Árabe fue un hecho importante, quizás tanto como la caída del Muro de Berlín. Y no creo que haya acabado, apenas ha comenzado. En el caso del film, sentía que lo fascinante era la historia de este hombre que tiene todo para ser un ganador gracias al viejo sistema y que es aplastado cuando se pone en contra de éste. Para lograrlo era importante que el punto de vista fuera siempre el de la policía y nunca el de los revolucionarios, de reforzar el hecho de que la revolución es mirada desde el lado equivocado de la reja. En más de un sentido, la de Crimen en El Cairo no es una típica historia detectivesca. Lo más importante no es quién asesinó a esa mujer –algo que, por otro lado, queda claro en la escena del crimen– sino quién gana con esa muerte. Y lo realmente fuerte es que, a fin de cuentas, queda claro que todos deseaban que esa mujer estuviera muerta, porque todo el mundo tenía algo que ganar a partir de ello. Y eso es lo genuinamente noir de la película, la forma en la que se mira el mundo. Aunque debo decir que todo el tiempo lucho contra eso y trato de ser un poco más optimista”.
El Cairo multicolor
El policía Noredin Mostafa; su superior, el general Kammal Mostafa (su tío, para más datos); la víctima, Lalena; su amiga Gina, también cantante; la principal testigo, Salwa; el extorsionador Hatem Shafiq. Algunos de los personajes principales del drama. Peones, caballos, alfiles, reyes y reinas del que quizá sea el personaje más importante de todos: la ciudad de El Cairo, con sus calles laberínticas y locales multicolores reconstruidos por la producción cerca del Mediterráneo. “Me han dicho muchas veces que la película es esencialmente acerca de la corrupción. Pero creo que hay algo más grande y que es común en ciudades como El Cairo o Nueva York o Londres. Y supongo también Buenos Aires. Las ciudades tienen su personalidad. Estocolmo, por ejemplo, quiere que al visitante le guste la ciudad. Pero a esas ciudades grandes realmente les importa una mierda lo que piensen de ellas. Noredin Mostafa es el príncipe de El Cairo y algún día, cuando su tío deje la jefatura de policía, será el rey. Él conoce muy bien esa ciudad... y sin embargo rompe la regla más sagrada: no se le puede decir a la ciudad qué es lo que tiene que hacer. Uno la acepta tal cual es y juega según sus reglas y, de esa forma, ésta acepta que seas su príncipe o su rey. Pero nunca, jamás se inventan e imponen reglas nuevas. Eso es que hace el personaje y justamente por eso será aplastado. Esa es una pregunta más grande que aquella relacionada con la corrupción. En la mayoría de los países occidentales se habla constantemente de corrupción, pero hay que entender que en muchos lugares del mundo que estuvieron regidos por poderes extranjeros los sistemas paralelos florecieron, incluso desde hace miles de años. Y ese sistema solía ser el único que realmente funcionaba para la gente que vivía allí. Por supuesto, eso es corrupción, pero al mismo tiempo era el único esquema de subsistencia viable”. Antes de despedirse y continuar con el proceso de edición de un nuevo proyecto, el realizador confirma que, como le ocurría a Buenos Aires hace un siglo, también a El Cairo solían apodarla La París de Medio Oriente. “Lo único que nunca sabremos con certeza es si eso es un halago o un insulto, ¿no es cierto?”. Tarik Saleh se encuentra preparando un largometraje de ficción que será rodado en idioma inglés y recientemente pasó por una experiencia novedosa en su carrera, un encargo: rodar un capítulo de la serie Westworld, la superproducción futurista de HBO. Sin embargo, sus ideas respecto de las diferencias entre ambos medios son bien claras: “Todo el mundo está fascinado con la televisión y la exitosa factoría de series, pero creo que nada puede compararse al cine, la idea de meterse en un mundo extraño, de acompañar a un personaje e incluso ser ese personaje durante un par de horas”.