Valeria Bellusci es un secreto a voces. Una fotógrafa que se ocupa de hacer fotografía y de nadar en esas aguas sin una expectativa de mercado o de circulación legitimadora para seguir haciendo lo que hace. En sus inicios fue parte de los grupos guiados por Adriana Lestido, quien deviene cómplice, chamana y en algunos casos, como éste, en curadora del trabajo fotográfico de quienes le compartieron sus procesos –creativos y personales– en encuentros y retiros.
Bellusci es platense, nació cuando empezaba la década del 70 y luego de estudiar brevemente Museología, se adentró en el mundo foto, en el del disparo como presencia silenciosa, en el del revelado como magia inenarrable. A ella se llega como a un misterio nunca develado, en muchos casos por una red de mujeres fotógrafas a las que a su vez Bellusci guía en los talleres que da en su casa, en el espacio que propicia para la compartida de profundidades planteadas como preguntas de entrada más que como fórmulas de salida.
Con su ensayo La vereda del corazón quieto, Valeria obtuvo una beca del Fondo Nacional de las Artes en 1999 y, en los años siguientes, expuso piezas y selecciones de series en míticos espacios de Buenos Aires como la foto-galería del Centro Cultural Ricardo Rojas y la del Teatro San Martín. También lo hizo en la Bienal de San Pablo (Brasil) y compartió espacio con un centenar de autores de Latinoamérica en la enorme muestra Aquí nos vemos, en el Centro Cultural Kirchner en 2015, curada también por Lestido junto a los fotógrafos Juan Travnik y Gabriel Díaz.
Todas las manzanas cayeron... es una muestra clásica en su montaje y puesta, es fotografía neta. Es también un mundo que no finge colorearse. Es simple y deja sensación de juego, de ficciones como realidades difusas donde los humanos nos permitimos la fantasía como lo vivible en lo cotidiano. Es una fotografía habitante de mundos oníricos a la vez que documentos históricos, esos de las historias mínimas, de las que se cuentan como fábulas y se confunden con leyendas tejidas por lo existente.
Su ser madre delinea gran parte de su experiencia vital y también incide en su producción de imágenes. Esto último, más que una búsqueda consciente, fue/es lo que decanta de la sinceridad con la que fotografía. Es la reciprocidad de vida y fotos, fotos y vida.
Bellusci hace las cosas a su tiempo y respeta sus maneras. Elige desde siempre las mismas cámaras –pocas– y lleva el proceso de construcción de un libro sin fecha obligada de publicación, con pausa y buen cauce.
Todas las manzanas cayeron... es –como muestra– la decisión de proponer secuencias de visiones íntimas desde un mundo que no niega sombras en la hermosura. La autora misma escribe el texto de sala que acompaña el recorrido, y en él dice que “es recorrer con el corazón bombeando rápido un pasillo, un bosque. Es toparse con el miedo y disimular, son las migas que se comió un pájaro.”
La sala porteña que alberga la muestra, ubica el trabajo de Bellusci luego de otros dos. Una curaduría futbolera de Pablo Cabado, que reúne piezas de video, instalaciones y parte del archivo de la revista El Gráfico, incluyendo una copia vintage de la célebre El abrazo del alma. Sigue la antesala con una serie de Juanita Escobar, una joven llanera colombiana que con 20 años dejó su formación como cineasta para subirse a un caballo y habitar el barro y las historias del Orinoco.
Con un ojo abierto y el otro cerrado, a punto de dormirse, Valeria, la mujer del rectángulo en la mano, responde un mensaje por audio días antes de la muestra. Está en esa vigilia que se asocia con el hábitat de sus fotos. Y ríe –de nervios, pero no nerviosa; ríe relajada– quizás por la pronta extrañeza del cruce entre lo más privado de sus atmósferas y el evento público que lo denomina obra.
Sabe que el movimiento de exponer después de un rato largo necesitará del uso de una “cápsula protectora” y que la apertura la afectará (usa este término en su acepción más noble).
Puede que a veces incomode que hablen de una y no de lo que una hace, de lo que la excede aunque sea interno, de lo que la traspasa y es otra cosa, un viaje aparte. Se acomoda todo cuando la coherencia entre ambas facetas pone todo en un mismo lugar. Se obra para la vida, nunca al revés.
Todas las manzanas cayeron... se puede visitar en FoLa, Godoy Cruz 2626, de 12 a 20. Miércoles cerrado.