En diciembre de 2007, la multitud que atestó dos veces la cancha de River pudo dar testimonio de que a veces hay tipos que demuestran estar a la altura de su propia leyenda. Y eso que Sting, Stewart Copeland y Andy Summers tenían más para perder que para ganar con la gira de reunión de The Police. Va el repaso para el extraterrestre que desconozca esos datos: en solo seis años, de 1977 a 1983, el trío londinense se las arregló para poner todo patas arriba en la escena pospunk. Grabó cinco discos imprescindibles, Outlandos D’amour (1978), Regatta de Blanc (1979), Zenyatta Mondatta (1980), Ghost in the Machine y Synchronicity (1983). Clavó no menos de una docena de hits universales e inoxidables. Giró por todo el mundo, incluyendo algunos shows legendarios en la Argentina de 1980 (en los que un muchachito llamado Gustavo Cerati encontró el fuego que necesitaba para impulsar su propia banda). Hizo mundialmente famosos a un compositor inspiradísimo, capaz de tocar una cosa en el bajo y cantar otra completamente diferente; un baterista lleno de recursos y con un sentido del ritmo único; y un guitarrista que demostraba que se podía combinar virtuosismo y furia rockera, amo de los acordes deformes. Cargó con el sambenito de “la mejor banda del mundo” hasta que no se la bancó más y se disolvió entre cuestiones internas que eran algo más que las usuales “fricciones”. Y sin embargo esa gira de regreso, otra “burbuja en el tiempo” en el mismo año del retorno de Soda Stereo, coronó y hasta superó toda expectativa. El Police de 2007 también la descosió, y quien tenga dudas puede comprobar el DVD adecuadamente titulado Certifiable, retrato de esas dos veladas inolvidables en el Monumental. 

Y si la banda se subió al escenario dispuesta a demostrar que conservaba la química y la pasión, el resto corrió por cuenta de la música. No hay exageración: las canciones de The Police son eternas. Añejan. Basta poner cualquiera de esos cinco discos para volver a quedar de boca abierta, bajo el impacto de la energía, la originalidad y la vigencia de ese sonido. ¿Cómo no entusiasmarse, entonces, ante la cita del jueves 14 en el Teatro Coliseo? El asunto se llama Call The Police, y presenta a Summers en combinación con Joao Barone y Rodrigo Santos. El baterista de Paralamas es, sin dudas, el candidato perfecto para entrarle a los extraños patrones de Copeland; el bajista y cantante de Barao Vermelho tiene todo lo que se necesita para que la noche, sin ser un show de The Police, tenga todos los condimentos para darle cuerpo a una celebración que vaya más allá de la mera nostalgia. De eso, entre muchas otras cosas, habla Andy Summers en esta entrevista telefónica desde Los Angeles, su lugar de residencia desde hace años. 

–Es de suponer que mucha gente le pregunta esto, pero hay que hacerlo otra vez: ¿Por qué decidió iniciar este proyecto?

–En realidad no fue algo que decidiera comenzar, fue algo que simplemente sucedió. La gente con la que trabajo en Brasil desde hace años, que se encarga de manejar mis asuntos allá, me presentó hace cuatro años a Rodrigo Santos, un gran fan de The Police. Como teníamos asuntos en común, el mismo manager, empezamos a tener varias experiencias juntos que resultaron muy bien. Y luego nos juntamos con Joao Barone y fue como un paso más, todo se volvió más serio. No fue que nos encontramos y dijimos “uh, hagamos una banda que toque temas de Police”, solo estábamos en el mismo lugar, éramos tres músicos, nuestros nombres quedaban bien juntos... y por supuesto sucede que Rodrigo es un gran bajista y un gran cantante y Joao es un baterista bien conocido en Sudamérica por su talento. Juntarse fue algo muy orgánico, nos entendimos muy bien casi inmediatamente. El año pasado hicimos un primer tour y pronto apareció mucha gente interesada en que lo hiciéramos de nuevo, en llevarlo a otros lugares de Sudamérica. Sucedió todo bastante rápido, en verdad. Es una muy buena banda, una banda que te mata. Y sobre todo es muy divertido hacerlo.

–Parecen los músicos ideales para tocar estas canciones.

–¡Lo son! Normalmente ni se me hubiera ocurrido hacer esto, pero se produjo esta situación inusual. Grandes tipos, una música maravillosa: todos estamos felices. Es algo bueno por todos lados.

–Estas canciones son como fotos para el público. Todos conocen hasta el más mínimo sonido y los arreglos. ¿Qué cambios, qué nuevas visiones –si las hubo– tomó en los arreglos, en la manera de tocarlas?

–Bueno, uno tiene las canciones y la estructura muy claras, pero como músico y como guitarrista siempre tiene espacio para moverse alrededor de eso. No es que buscamos deliberadamente cambiar los arreglos pero sí tuvimos una aproximación libre; yo jugué con las partes de guitarra, nos largamos a zapar un poco, a jugar, algo que quizá es más excitante que solo tocar el tema. El mismo hecho de que cante Rodrigo ya lo hace diferente a Sting, y eso es bueno. Esta es una música a muy alto nivel, y eso permite probar cosas. No son standards que tenés que respetar, es música pop en la que estás tocando canciones y aunque algún arreglo pueda parecer complicado tocamos juntos de una manera muy libre, sin ataduras. Nos dejamos llevar por nuestras habilidades y dejamos que operara la química entre nosotros, y funcionó muy bien desde el principio.

–Dejaron espacio a la diversión, más que a hacer covers.

–Es muy divertido, sí. Fue lo que hizo que volviera a hacerlo, porque fue muy fácil armarlo y hacerlo funcionar. Yo volví a Río de Janeiro y Barone y Rodrigo ya habían estado tocando mucho juntos, repasando las canciones, con lo que cuando volví ya estaban listos, solo tuve que enchufar y tocar. Ellos prepararon la torta, yo vine y me puse a decorar. Llegué, tocamos tres días y listo, ya podemos salir (se ríe). 

–¿Qué clase de material encaró? Obviamente habrá varios temas ineludibles, pero ¿se puso a buscar alguna rareza?

–No tanto. Obviamente está todo eso que debe estar, cosas como “Roxanne” y “Message in a bottle”, “Every Little Thing She Does Is Magic”, “Invisible Sun”... Son hits, pero con muchos pasajes en los que nos dejamos ir. No fuimos a buscar lo raro o lo oscuro, porque queríamos hacer una especie de celebración de esta música.

–Usted está muy asociado a The Police, pero trabajó en la escena británica mucho tiempo antes de formar parte de la banda, para ese momento ya era una especie de joven veterano. ¿Qué recuerdos tiene de esa era seminal para la música inglesa, los 60  70, un momento tan explosivo?

–Tengo grandes recuerdos, porque yo era un pibe, y la verdad es que los ‘60 fueron un momento increíble para el mundo y para la música, por supuesto. Sexo, droga y rock and roll, qué puedo decir, no puedo sino tener buenos recuerdos (se ríe)... no hay remordimientos, además trabé amistad con mucha gente muy buena, fue un gran momento para comenzar porque en mi caso siento que estaba en el lugar justo, estar en Londres en los ‘60...

–En su libro One Train Later usted escribe sobre una situación no tan inusual para muchos músicos: cuando uno comienza quiere ser reconocido, quiere obtener fama. Pero en el caso de The Police eso significó una absoluta locura, al punto de desear al menos 10 minutos volver a ser anónimo. ¿Cómo se encuentra un balance en esa paradoja?

–Sí, sí, totalmente, es una gran paradoja. Lo que pasó con The Police... de pronto ya no éramos algo que se circunscribiera a Inglaterra, era un fenómeno mundial. Es algo extraño que de pronto seas famoso en todo el mundo. Era algo increíble, que te reconozcan en absolutamente todos lados, ser parte de un suceso enorme, enorme. Y se volvió algo bastante... intenso. Llegó a un punto en el que estaban todos los clichés, las multitudes, los cuartos de hotel, el tener siempre tres tipos alrededor donde vayas, todo eso. Muy loco. Y sí, en un momento decís “bueno, pero quiero ser solo un guitarrista” (se ríe). Al mismo tiempo es gratificante, porque te queda claro que lo que estás haciendo evidentemente lo estás haciendo bien. Pero con eso viene mucha presión: nunca podés parar. Nosotros de hecho no terminamos manejándolo bien y nos separamos. Con lo que sí, toda persona que se vuelve famosa en lo que hace tiene que lidiar con ello, y es loco lo difícil que puede ser a veces vivir con eso que estabas buscando, y pensar que quizás nunca puedas superarlo. Pero más allá de que hay gente que espera que hagas eso por el resto de tu vida, te permite empezar a hacer otras cosas. De algún modo es un regalo, una bendición.

–Teniendo en cuenta eso, ¿cómo ve la escena actual? A diferencia de aquellos tiempos en los que The Police trabajó mucho antes de convertirse en un fenómeno, hoy la hipercomunicación permite convertirse en un suceso masivo casi de la noche a la mañana.

–Sí, es raro... para nosotros la fama no llegó de pronto, yo ya era músico desde hacía años, empecé a estudiar música en el colegio, y la fama llegó quizás de un modo inusual, en un momento y lugar inesperado, más allá de que estara seguro de que lo merecía. Hoy la escena es tan diferente, y tan deprimente en muchos aspectos... pero me gusta pensar que hay mucha gente que quiere escuchar música, y entonces hay muchos músicos que hacemos música. No soy la clase de tipo que pone Spotify a investigar qué cosas nuevas salieron esta semana, prefiero poner mi propia música, seleccionar qué quiero escuchar de acuerdo a lo que me gusta. Y definitivamente no pongo música pop, me interesan otras cosas. Esto que hacemos con Rodrigo y Barone... al ser tan buenos músicos nos permite improvisar mucho, llevar las cosas a un terreno que me gusta mucho, que es bueno para mí, porque soy instrumentista y me gusta ejercer mis habilidades. Soy músico y me ciño al programa, sigo tocando y ejercitándome todos los días. No tengo el más mínimo interés en mantenerme alerta con la estúpida escena pop (se ríe).

–En esos momentos en que escucha música, ¿consigue dejar a un lado su faceta profesional, relajarse y escuchar simplemente como público?

–¡Sí, sí! Para es mí es muy importante, uno tiene que mantenerse muy receptivo a cosas que no escuchó antes, escuchar con curiosidad. Quizá eso te inspire a componer, pero se trata de acercarse a la música con... no sé, ayer estuve escuchando algo de un coro africano con cellos, creo que para un músico es esencial escuchar muchas cosas diferentes. Y en mi caso el pop no entra en el menú.

–¿Qué clase de guitarrista es usted? ¿Es un acumulador de guitarras, es de esos músicos que llegan a desarrollar una relación casi romántica con su instrumento, o es simplemente la herramienta para expresarse?

–Tengo un montón de guitarras... un montón de todo, en verdad (se ríe). Pero no soy de esos tipos obsesionados, “Uh, tengo que tener esto, tengo que tener aquello”. Sí, debo tener unas 170 guitarras y puedo acceder al sonido que quiera, tengo también muchas guitarras clásicas. Y algunas favoritas, al punto de que a veces miro y digo “bueno, me parece que son demasiadas guitarras”, es loco, no puedo mudar fácilmente mis guitarras de un lado a otro. Pero sin llegar a lo obsesivo, no he perdido la apreciación y el amor por un buen instrumento, me encantan... y me siento muy afortunado de poder tenerlas.

¿Querés ser policía?

–¿Cómo fue para usted la reunión de The Police? ¿La disfrutó? Teniendo en cuenta esto que decía sobre la locura en que se vieron inmersos, ¿se arrepintió en algún momento de haberse metido en ese baile?

–Hubo muchas cosas con la reunión. Por un lado, fue un éxito enorme, tocamos allí en Argentina y fue un gran show y lo grabamos y editamos, y de hecho lo estuve escuchando para refrescar cosas que necesitaba para tocar con Rodrigo y Barone, recuperar cierto espíritu y sentimiento. Fue algo de lo cual me sentí muy orgulloso, haber vuelto a tener éxito después de tanto tiempo. Y no hablo sólo de éxito económico, porque fue exitoso también en lo musical. Creo que en esos shows tocamos mejor que nunca, la banda sonó como nunca. Poder hacer esa gira con Live Nation fue también muy bueno porque la hicimos en el momento justo, aún no había comenzado la recesión en Estados Unidos. Me gustó hacerlo, más allá de volver a estar en esa vida de hoteles y jets, la creme de la creme del estilo de vida rockero (se ríe). Cuando terminó fue “OK, la pasé muy bien, muchas gracias y adiós”. Pero sobre todo tocamos muy bien cada noche, frente a estadios llenos. Fue una experiencia asombrosa. Y un día dijimos “OK, terminamos, esto estuvo muy bien” y quedó la satisfacción de que el espíritu creativo había estado presente. El deseo de seguir adelante permaneció, no era el final de nada, solo un momento más. Y uno de los grandes aspectos para mí es que mis hijos pudieron venir y verlo por sus propios ojos. Cuando eran más chicos les decía “Saben, yo estuve en una banda muy famosa” y ellos decían “sí, pa, seguro, seguro” (se ríe). Y entonces vinieron a vernos y fue “Fuuuck!”. Fue muy lindo, de verdad, tener en el público a mis hijos, mi familia, en Londres y en París, en los lugares que pudieran asistir.

–¿Habla a veces con Sting y Copeland? ¿Le han dicho algo de este proyecto?

–Saben que lo estoy haciendo, y además Stewart conoce a Barone. No tienen problemas, claro. ¡Perdón, yo estuve en esta banda también! ¡Hooola! Cuando Sting sale de gira, ¿qué hace? Canciones de The Police. Yo también puedo hacerlo. Estuve en todos esos discos, creo que puedo hacerlo. Este año se cumplen 40 años de la salida de Outlandos, y van a salir todos los discos en vinilo remasterizados a media velocidad, y cajas de lujo y todo eso, con lo que hay muchos diálogos entre nosotros para tomar varias decisiones. Tenemos un diálogo amistoso, no salimos a tomar algo pero hablamos sin problemas.

–Estamos terminando y no le pregunté nada sobre el episodio con el policía en Obras...

–Bueno, eso que pasó...

–No, espere: no le quiero preguntar por el episodio, le quiero preguntar  si no está harto de que cada vez que habla con un argentino le hablemos de lo mismo.

–(Se ríe.) Sí, es loco, el tema vuelve una y otra vez... es increíble que ese momento en Argentina se haya vuelto algo tan simbólico. La verdad es que fue algo muy estúpido, podría haber terminado en prisión. Pero ahora es algo heroico. Vamos muchachos, ¡deberían hacerme una estatua en alguna avenida! (pronuncia “avenida” en castellano) ¿Por qué no?