“¿Cómo le gustaría ser recordado?”, le preguntó la periodista al hombre de 52 años, que lucía como si tuviera unos veinte más, consecuencia del cáncer de próstata que lo carcomía en silencio desde hacía más de una década, y oficialmente desde hacía un par de años. El tipo, de larga barba entrecana y gesto cansado y tristón, hizo una mueca de disgusto. “Recordados quieren ser tipos como Reagan o Bush”, dijo. La entrevista fue a comienzos de los 90. “Ellos hacen todo lo posible para que el recuerdo sea bárbaro”. Antes de eso, cuando la periodista le había propuesto jugar con algunas palabras y había deslizado la expresión rock star, Frank Vincent Zappa había respondido como un látigo: “Es patética”. Como pocos músicos de rock (pero en verdad Zappa era un músico contemporáneo, casi más que uno de rock), el autor de Las comadrejas desgarraron mi piel tenía algo para decir. Y lo decía arriba y abajo del escenario, en joda o en serio. Por eso es particularmente atinada la idea de registrar en un documental su pensamiento vivo. Eso es Eat that Question: Frank Zappa in His Own Words, film que pudo verse en la reciente edición del Festival de Mar del Plata y ahora, con el título Frank Zappa en sus propias palabras, acaba de incorporar la plataforma Qubit.TV en la modalidad on demand, que implica un desembolso extra de 20 pesos.
Gran acierto: el documental dirigido por el alemán Thortsen Schütte no es una biopic, como los documentales de músicos suelen serlo (ver Amy, ver Janis, ver What Happened to You, Miss Simone). Aquí no hay infancia –torturada o no–, no hay hermanos mayores o menores, no hay padres ausentes o presentes, madres abnegadas o ligeras de cascos. Nada. Hay una personalidad plenamente desarrollada, un pensamiento ídem y una idea musical también. Desde que la película empieza hasta que termina, se asiste a la exposición de ese conglomerado en el curso del tiempo, poniéndose en juego en diversas circunstancias. Las circunstancias son básicamente de dos tipos: los escenario y las entrevistas, en casi todos los casos (o en todos) televisivas. En otras palabras, Zappa toca, casi siempre (o siempre) con distintas formaciones de The Mothers of Invention, y Zappa habla, solito, frente a algún entrevistador. O sea, Zappa y la música, Zappa y el público, y Zappa y los medios, Zappa y la política.
“Una entrevista es una de las cosas más anormales que puedan concebirse”, se lo escucha decir de entrada. “Está a dos pasos de distancia de la Inquisición.” ¿Por qué se la pasó entonces dando entrevistas, a diferencia de Dylan, que no va ni a recibir el Premio Nobel? Para hacerse conocido, para vender. No hay que olvidar que desde temprano Zappa fue su propio productor, tuvo sus propios sellos (Bizarre Records, Straight Records, Zappa Records, Barking Pumpkin) y éxitos de venta ya en los primeros 70 (Overnite Sensation, de 1973; Apostrophe, de 1974), a pesar de que su música, influida por compositores concretos, serialistas o dodecafónicos como Edgar Varèse, Stravinsky y Anton Webern, jamás fue lo que se dice accesible. “Es curioso”, afirmó en una de esas entrevistas. “Soy famoso, pero la mayoría de la gente no sabe qué es lo que hago”. A fines de los 70, sin embargo, editó dos de sus álbumes más vendidos: el doble Sheik Yarbouti y el ¡triple! Joe’s Garage. El primero de ellos incluía “Dancing Fool”, nominada a un Grammy (a fines de los 80 terminó recibiendo uno por Jazz from Hell), y la genial “Bobby Brown”, tal vez su canción más popular.
A pesar de esa popularidad, Zappa se concebía a sí mismo como músico contemporáneo, escuchado por dos o tres tipos, y no como el músico de rock que tocaba en estadios. Eran continuas sus quejas con respecto al lugar sucedáneo que sentía que le daban no sólo los medios y espectadores, sino la sociedad como tal. “Te van a mirar como la basura de la tierra”, dijo en uno de los momentos más oscuros. De modo contrario, cuando se sentía reconocido se lo veía chocho. Así sucedió en un viaje a la República Checa, donde se encontró con el recién electo Presidente Václav Havel, que era su admirador y le propuso, además de un contrato de distribución de sus discos en aquel país, que fuera su representante en Estados Unidos en materia de comercio, cultura y turismo. Fue la última aparición pública del padre de Dweezil, Ahmet, Diva y Moon Unit (Unidad Lunar). No sólo porque al gobierno de su país no le gustó nada la idea de Havel, sino porque enseguida después de eso se detectaría su enfermedad.
Si en todas las épocas resultó notoria su conciencia política, sabedor de que hay unos que mueven los hilos y otros que somos movidos, esa conciencia bajó rotundamente a tierra a partir del momento en que el actor Ronald Reagan asumió la presidencia de Estados Unidos. Hasta entonces, Zappa había provocado desde el escenario con el uso de la escatología y una versión grotesca de la política sexual (“La dimensión de mi pene/ me está preocupando/ …/ ¿vos te preocupás y gemís/ porque la dimensión de tu pene no es lo suficientemente monstruosa?”). “Las malas palabras no existen”, dijo en televisión. “Son una fantasía manufacturada por fanáticos religiosos y organizaciones gubernamentales para mantener a la gente estúpida”. Si suena parecido a Philip Dick es porque posiblemente lo sea. “Cualquier palabra que dice lo que quiere decir es una buena palabra. Si yo quiero decirle a alguien fuck you, ésa es la mejor manera y la más directa que tengo de decirlo.” Un adelantado. ¿Alguien tendría problemas en este momento por decirle fuck you a otro?
Desde el momento en que Zappa descubrió quién era Reagan, fue como si se hubiese dicho “se acabó la joda” (aunque nunca del todo). Y eso que en los 60 había tenido un problema bárbaro, en Berlín, con un grupo insurreccional, por no querer ayudarlo a prenderle fuego a la sede central del Comando Aliado en esa ciudad. “Las Madres de la Reacción” rebautizaron los acalorados estudiantes a su grupo. Pero en 1980 gobernaba Reagan y Zappa advirtió: “la mayor amenaza que enfrentan actualmente los Estados Unidos es el camino que el país está tomando hacia una teocracia fascista”. Eso lo afirmó en el Congreso, donde se presentó para impedir que fuera votado positivamente el proyecto presentado por la esposa del futuro vicepresidente demócrata Al Gore, dirigido a que los discos que incluyeran material potencialmente “ofensivo” llevaran una advertencia para padres. Como un abogado, Zappa argumentó largamente en contra, y luego chicaneó un rato a una de sus rivales –a las que llamó “las esposas de Gran Hermano”–, como el stand up comedian que siempre fue. Como algunos recordarán, terminó incluyendo una advertencia en joda en su siguiente disco.
Reflexionando sobre la relación entre los Estados Unidos –a los que no les reconocía ningún mérito cultural, olvidándose tal vez del jazz, el propio rock, y mucho cine y literatura– y el mundo, Zappa afirmó: “Tenemos los Levi´s, las hamburguesas, la Coca Cola y a REO Speedwagon. Tal vez no deberíamos existir”. Nunca le gustó mucho el pop.