La verdadera naturaleza del tiempo se suele escurrir de las manos. Se intuye que es algo misterioso, un objeto desconocido que, al tantearlo en la oscuridad de los límites mentales, apenas muestra sus contornos más difusos. Cuando se tiene un libro de John Berger, el asombro aumenta a la par de la sensación de que hay que tomarse un tiempo para paladear la intensidad de su narrativa, desde la inicial Un pintor de hoy, pasando por la más experimental G., hasta esa trilogía De sus fatigas, compuesta por tres novelas excepcionales, Puerca tierra, Una vez en Europa y Lila y Flag, en las que narra con esa profunda preocupación que tenía por el ser humano la vida de los campesinos que luchan por sobrevivir ante la extinción del mundo rural y el desplazamiento hacia las grandes ciudades. Todavía resuena el eco de una frase certera de Émile, uno de los personajes: “Ponen impuestos a todo lo que pueda agradar a los pobres. La sal, el tabaco el aguardiente; los pobres no tienen derecho a los placeres. ¡Si lo tuvieran, los ricos se desanimarían!”. El escritor, pintor y crítico de arte británico, que murió ayer a los 90 años, deja en los lectores del mundo la sensación de que no hay peor manera de empezar el año que con un agujero en el alma porque con Berger se pierde una sensibilidad colosal a la hora de mirar a los ojos y reconocer a las criaturas más frágiles y humilladas de la tierra.
Berger nació el 5 de noviembre de 1926 en Hackney, Londres. Después de enrolarse en el ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial, retomó sus estudios en la Chelsea School of Art y dio clases de dibujo en la misma escuela, entre 1948 y 1955. En ese período se vinculó con el partido comunista británico, pero nunca se afilió, y pronto publicaría artículos en el Tribune, editado por George Orwell. En 1951 comenzó a colaborar con la revista New Statesman. Durante diez años se desempeñó como crítico de arte desde una perspectiva marxista. A fines de los años 50 decidió dejar la pintura para dedicarse a la escritura literaria. “Cuando estoy dibujando –y aquí dibujar es muy distinto de escribir o razonar—, en ciertos momentos tengo la sensación de estar participando en algo semejante a una función visceral, como la digestión o la sudoración, una función que es independiente de la voluntad consciente. Exagero la sensación, pero es verdad que la práctica o la búsqueda del dibujo roza, o es rozada, por algo anterior al razonamiento lógico”, explicaba el escritor en El cuaderno de Bento (2012), libro en el que conecta su pasión por la filosofía vitalista de Baruch Spinoza en un puñado de relatos autobiográficos y dibujos que le permiten rescatar y potenciar pequeños momentos, engarzados con las proposiciones de la ética spinoziana.
Su primera novela, Un pintor de hoy (1958), fue traducida y publicada al castellano recién en 2002 por Alfaguara, editorial que tiene la mayor parte de la obra de Berger, exceptuando algunas joyitas como dos novelas de los años 60, El pie de Clive y La libertad de Corker, ambas traducidas por Marcos Mayer y publicadas por Interzona; y Cada vez que decimos adiós, traducido por Graciela Speranza para Ediciones de la Flor. G. (1972), paradigma de tensión máxima entre experimentalismo y politización de la novela, que obtuvo el Booker Prize ese mismo año. El personaje sin nombre que protagoniza la novela ha generado interpretaciones variopintas: G por Giovanni, por Garibaldi, por punto G, y hay más. Hijo ilegítimo de un italiano rico y una aristócrata inglesa, G es fruto de la decadencia e hipocresía del Estado burgués en tiempos donde se respiraba revolución proletaria y expansión imperialista, un momento en que surgirían los primeros movimientos nacionalistas que desembocarían en la Primera Guerra Mundial. Suerte de Don Juan desencantado y desclasado, su crianza y doble nacionalidad lo alejan del resto de los mortales. “Nacer mujer significaba nacer en un espacio asignado y limitado, que controlaba el hombre. La presencia de la mujer era la destilación de su ingenio para vivir bajo ese control en una constreñida celda. Amueblaba la celda, como si dijéramos, con su presencia, no para hacérsela más agradable, sino con la esperanza de convencer a otros de que entraran”, plantea el narrador de esta singular novela o “antinovela” que resignifica a Don Juan en clave feminista y marxista. “Tranquilo, tranquilo”, le susurró un integrante de las Panteras Negras a Berger mientras el escritor despotricaba contra el conglomerado de negocios Booker-McConnell, la compañía que empezó a organizar el premio en 1968, y anunciaba que la mitad del dinero lo destinaría a un libro sobre las personas explotadas por empresas como esa, y la otra mitad sería para las Panteras Negras británicas.
Guionista de películas de Alain Tanner, Jonás, que cumplirá 25 años en el año 2000 y El centro del mundo, entre otras, escribió poesía y varias obras de teatro. Un libro mítico, no sólo desde una perspectiva teórica, es Modos de ver (1972), ensayo ilustrado en el que se empeñó en demostrar que la fascinación por un cuadro permanece incluso después de indagar en las condiciones materiales en que fue encargado, pintado y expuesto. En los años 60 abandonó Inglaterra y comenzó un itinerario movedizo que lo llevaría a recorrer las zonas periféricas de Francia, Suiza e Italia, hasta que a fines de los años 70 se instaló definitivamente en la Alta Saboya, en la zona fronteriza con Suiza, para escribir la trilogía De sus fatigas. Su producción literaria, afortunadamente, recorre todo su abanico existencial, como si hubiera estado escribiendo hasta el último aliento. Se podría mencionar, entre los títulos que publicó en los últimos veinte años, El sentido de la vista, El tamaño de una bolsa, Aquí nos vemos y Con la esperanza entre los dientes. Cuando cumplió los 90 años, en noviembre del año pasado, salió Rondó para Beverly, un homenaje del narrador británico a su esposa Beverly Brancof, que murió en 2013, un libro que escribió junto a Yves, uno de sus tres hijos.
Los paisajes pueden ser engañosos para la mayoría de los mortales, pero Berger tenía tan entrenada su mirada que podía ir más allá de las apariencias hasta sumergirse en cada uno de los pliegues de un mundo regido por un “proceso dialéctico”: el vínculo de un médico rural y sus pacientes. En Un hombre afortunado, crónica con una prosa poética admirable, bellísima, o novela –qué más da el género, en todo caso es lo que menos importa—, el escritor retrata la vida del doctor John Sassall, a quien acompañó en 1967, junto con el fotógrafo Jean Mohr, para observar y compartir la experiencia del ejercicio de la medicina en un pueblito inglés. El libro comienza con la anécdota de un “caso”, el de un leñador que quedó atrapado debajo de un árbol. La llegada de Sassall supone un gran alivio para el herido y sus tres compañeros, testigos del accidente. A pesar de que les garantiza que no perderá la pierna, sus compañeros, cada vez que miran el hoyo en el que había estado atrapado el leñador, ponen en duda las palabras del médico. Además de las historias de varios pacientes y el relato minucioso de sus sentimientos, Berger bucea en la subjetividad del doctor, en las reacciones de la población y en una suerte de imperativo categórico de Sassall: “Curar a los otros para curarse a sí mismo”.
Berger, el hombre que nunca le temió el compromiso político, escribió un artículo titulado “En defensa del pueblo palestino” junto con Noam Chomsky, José Saramago y Harold Pinter en julio de 2006. Ese mismo año, en una videoconferencia en la que cerró el Segundo Encuentro Internacional de Pensamiento Urbano en Buenos Aires habló brevemente sobre las Madres de Plaza de Mayo: “Respeto y honro a esas mujeres que se opusieron a la locura de los poderosos”. En 2007 viajó a México y llamó a la movilización en defensa del zapatismo.”No vengo a decirles qué está pasando en su país, de lo que sí puedo hablar es de mi propia sensación, que es de gran peligro para el proyecto zapatista, el cual si es eliminado tendrá consecuencias en todo el mundo. Es necesario que la sociedad civil los apoye”, advirtió entonces este escritor que se consideraba un campesino. “Toda mi vida, primero intuitivamente y después con más equipo intelectual, he sido anticapitalista; odio el capitalismo”. En 2010, durante un homenaje que le hicieron en Madrid, reflexionó sobre cómo veía el mundo. “Los ricos se hacen cada vez más ricos y hay empresarios que tienen más dinero que países enteros. Y esto es lo que hemos llamado el nuevo orden económico”, afirmó el escritor, un viejo luchador que ha mantenido intacta sus raíces marxistas. “Hay muchos en el mundo que resisten y luchan para evitar que esto siga ocurriendo, que ven todo esto con la claridad con la que estoy hablando. Y a mucha de esta gente, que resiste y que lucha, se la llama rebelde o terrorista o criminal –agregó Berger—. Y sabemos que los poderes públicos y los medios de comunicación de masas utilizan hoy día la palabra libertad para traicionarla y ensuciarla. Pero cuando pienso en lo que pasa en el mundo me doy cuenta de que ahora es necesario más que nunca resistir. Ese momento, cuando decides resistir y luchar, es cuando empiezas a dar los primeros pasos para dejar de ser lo que nos obligan de alguna forma a ser para empezar a ser algo que eliges”.