El Espacio de Arte de la Fundación Osde presenta en el primer piso dos exposiciones, de Enrique Ježik y Cecilia Ivanchevich, que pueden leerse en contrapunto.
En la sala mayor se despliega En defensa propia de Jezik (Córdoba, 1961) que reúne once trabajos de su intensa y extensa labor y una nueva instalación ejecutada especialmente para esta, su primera muestra antológica en Argentina. Ježik creció en Buenos Aires, realizó estudios de Ingeniería e Historia del Arte y se formó como escultor en la Escuela Nacional de Bellas Artes “Prilidiano Pueyrredón”. En 1986 y 1987 formó parte del Grupo de la X. En 1990 se radicó en México desde donde ha construido una prominente carrera artística internacional.
Curada por María Teresa Constantin, la exposición no da tregua al espectador, no solo visual sino acústicamente. Los audios de los videos que ocupan la extensa sala, componen una polifonía perturbadora, rimada por golpes y disparos a repetición. “El que usa la fuerza con crueldad sin retroceder ante el derramamiento de sangre por grande que sea, obtiene ventaja sobre el adversario. Siempre que este no haga lo mismo.” La cita, extraída del libro De la guerra de Karl von Clausewitz, aparece en el video Fuerza y adversario (2015) donde Jezik, con pulso de escultor, escribe a cincel sobre una placa de plomo letra por letra. Cual epígrafe de la muestra, la frase instala las encrucijadas acerca del instinto bélico, de la definición de la víctima y el victimario. Percute el preguntarnos una y otra vez ante cada pieza, quién ejerce la fuerza, cómo y para qué se descarga violencia en tiempos que ataque y defensa parecen ser figuras intercambiables en la jurisprudencia contemporánea.
Artista performer, activista de las formas, Ježik se compromete de cuerpo entero, se posiciona ante la cámara, esculpe a balazos, extiende sus fuerzas a través de máquinas excavadoras, manipula imágenes de los medios masivos en nuevas sintaxis que no dan lugar al equívoco de lo que muestran por acumulación. La instalación realizada especialmente para la actual exposición atraviesa la sala, condicionando la circulación de los visitantes. Sobre el piso se lee Traigamos la catástrofe con grandes letras de chapa, en el medio se disponen caños, algunos semejantes a los usados para armas tumberas o a latentes proyectiles. Ježik habla de armas con la precisión de un pacifista que sabe que debe empuñarlas para provocar el desarme
Dominación del otro, destrucción de la naturaleza y autodestrucción como origen y destino de la raza humana. ¿Cómo defendernos de nosotros mismos? ¿Quién es sujeto de conflicto y quién ejerce el control? Las llamadas fuerzas de seguridad se desempeñan como fuerzas de inseguridad día a día, valla a valla, reclamo a reclamo. En Ejercicio de percusión (2006) el artista coreografió otros cuerpos, los de la policía antidisturbios. Los hizo entrar a un museo- Ex Teresa, templo religioso del siglo XVII- en formación y golpeando sus escudos con los bastones, sin advertir a los visitantes presentes en un Festival Internacional de Performance. Dos pantallas muestran diferentes puntos de vista de la acción, los policías en marcha siguen estrictamente la técnica de intimidación, acorralando al público en forma física y ensordecedora. Algunos retroceden, otros se enfrentan con los brazos en cruz, muchos comienzan a producir imágenes con sus celulares, disparando fotos como armas civiles frente a la alineación de escudos retumbando. Así como en aquel ejercicio de percusión, los sonidos de la exposición afectan la experiencia del visitante. “Persistentes, repetidos incansablemente, ejercen ellos también un acto de violencia”, señala la curadora.
Es por eso que luego de atravesar la incisiva y punzante exposición de Ježik, entrar en las salas 2 y 3 de la Fundación, donde Cecilia Ivanchevich (Buenos Aires, 1977) presenta su instalación sitio específica Ritmos y variaciones sobre un tema, se siente como un refugio, hasta de nosotros mismos. Artista y curadora formada en la UNA y Untref, Ivanchevich desarrolla proyectos interdisciplinarios que investigan las interrelaciones entre la imagen y el sonido. En esta intervención parte del complejo vocabulario arquitectónico dado, para redibujar y transformar la experiencia espacial y acústica de las salas. Un ejercicio de trasposición de lenguajes que conjuga líneas, puntos y planos que recorren el piso y paredes, en apariencia, sin patrón definido. Pronto vemos esas líneas corporizarse en efectos de encantamiento, como serpientes de rectilínea sinuosidad que hechizan la mirada con giros mecánicos, modulando dos y tres dimensiones. Realizados en papel blanco reflectivo los trazos se presentan como espectrales. La penumbra mágica de la luz negra baña todo transformando de modo semejante a los cuerpos que transitan el lugar.
Como en un imaginario templo profano se escucha una breve melodía que se repite serena y constantemente orbitando las salas, junto a visibles líneas estáticas o en movimiento. La sucesión de diagonales del diseño del parquet en espiga del piso apenas se percibe pero resuena en triángulos rosados que giran sobre las paredes, yuxtapuestos en proyección. Nuevos ángulos azulados se arman y desarman con trazos plenos que avanzan, cambian de dirección y retroceden para no tocarse. Solo nuestra presencia reflejada en los vidrios de unas puertas, perturba aquella abstracción calibrada con precisión de relojería. Como recorriendo el interior de una cajita de música, las salas 2 y 3 son un páramo. La artista debió ecualizar la sonoridad de su proyecto ante la convivencia lindante con las impactantes obras de Ježik. La sutileza de la intervención de Ivanchevich, se engarza como una fuga –en el amplio sentido del término– en el terreno expositivo. Sin duda, un acierto curatorial de Constantin asumir el riesgo de aparear estas muestras, que aun en sus abismales diferencias podrían intercambiar sus títulos. Son los ritmos y variaciones sobre un tema: el constante uso de la fuerza con crueldad sobre el considerado adversario lo que Jezik nos muestra y es en defensa propia que el espacio construido por Ivanchevich se nos brinda para el resguardo y reflexión luego del impacto. Ante la mirada que filtra, anestesiada ya de tanto estímulo diario, es ineludible el oír con todo el cuerpo para dar lugar al pensamiento. La urgencia de hacer visible y audible la violencia que se ejerce en nombre de quién y sobre qué cuerpos. La imperiosa necesidad de ejercitar la sensibilidad como una pulsión lírica o pulso vital. Arte explícito y poesía envolvente. Ambas por la misma causa. Al fin de cuentas, somos tan capaces de destruir como de crear, esa es la cuestión.
Simultáneamente con las muestras del primer piso, en la planta baja también exhiben sus instalaciones Paula Otegui (en la vidriera) y Eugenia Streb (en el ascensor, antiguo y en desuso).
Espacio de Arte Fundación OSDE, Suipacha 658, 1° piso, hasta el 21 de julio. Entrada libre y gratuita.
Viviana Usubiaga: Investigadora y docente Conicet-IDAES/Unsam-UBA.