El italiano Paolo Genovese ya había dirigido siete películas y más de trescientas publicidades cuando estrenó en 2016 Perfectos desconocidos, el film sobre la hipocresía de las relaciones sociales que se deterioran con el empleo de la tecnología. Fue tal el boom del largometraje que defenestra el uso que las personas le dan al celular, que tuvo diez remakes en todo el mundo (actualmente la obra teatral homónima, dirigida por Guillermo Francella, está en cartel en Buenos Aires). Y Genovese se volvió un director mucho más conocido de lo que ya era. Por eso, cuando tuvo que pensar su siguiente film, Los oportunistas (The Place), el cineasta sintió la presión. “Muchos querían Perfectos desconocidos 2 o algo similar, pero preferí algo distinto, algo dramático que fue filmado en sólo doce días. Y con un tema que para mí era muy importante contarlo a través de una película”, explica el realizador, que vino a la Argentina la semana pasada con motivo de la quinta Semana de Cine Italiano, en la que presentó su más reciente film. El próximo jueves se estrenará Los oportunistas en los cines argentinos.
El film es una adaptación de la serie estadounidense The Booth at the End, creada por Christopher Kubasik hace ocho años. “Normalmente se pasa de una película a una serie. En este caso, fue al revés. O sea que hubo que hacer primero un trabajo de síntesis y después agregarle un final a cada historia, cosa que en la serie no sucede porque las historias pueden quedar en suspenso hasta la siguiente temporada. Ya tuvo dos temporadas, va a pasar a una tercera y tal vez ahí se vayan resolviendo, mientras que la película es una dramaturgia que dura una hora y media, y las historias tienen que terminar. Este fue el trabajo más difícil”, sostiene Genovese.
Los oportunistas tiene un personaje principal: un enigmático hombre (Valerio Mastandrea) se encuentra con distintas personas, por separado, en el mismo bar. Allí, cada personaje le cuenta el deseo que tiene y este hombre le dice qué tiene que hacer en su vida para lograrlo. Claro que lo que cada persona tiene que hacer “a cambio” para que se le conceda el deseo puede ser algo común o intrascendente, pero también puede resultar peligroso e inhumano. Así lo demuestra, por ejemplo, una anciana que quiere que se cure su marido del mal de Alzheimer y este hombre le propone poner una bomba en un lugar público; a una monja que tiene sus conflictos religiosos le dice que quede embarazada, y a un hombre que asesine a una niña si quiere que pueda seguir viviendo su hijo con cáncer.
–¿Este hombre misterioso es una especie de un Fausto moderno?
–Podría ser, pero no es un Fausto: es quien uno quiere que sea. Para alguien puede ser un Fausto moderno, puede ser un ángel, puede ser Dios o un espejo al que nos enfrentamos.
–La imposición que este hombre les hace a las personas en cuanto a los pedidos a veces juega con el límite. ¿Es una película que pone en jaque la moral del ser humano?
–El sentido de la película es justamente ese: reflexionar sobre nuestra moral, nuestra ética, y cómo esa moral y esa ética pueden cambiar en determinadas circunstancias. O sea, cuando somos puestos en situaciones límite, porque justamente la película lleva a ponernos en la situación del otro, antes que juzgar y preguntarnos si en esas mismas circunstancias no obraríamos de la misma manera. Todos somos buenos, pero ¿hasta dónde podemos seguir siéndolo? Porque tal vez dejaríamos de serlo si nos encontráramos en la situación en la que se encuentran los personajes de la película.
–¿Hasta qué punto lo que las personas hacen para conseguir sus deseos son por cuenta propia o son manipulaciones de este hombre?
–El hombre, en realidad, es un espejo que hace reflexionar a estas personas y, a la vez, siempre está el libre arbitrio. Siempre decidimos hacer lo que realmente queremos hacer y podemos elegir también otro camino. El hombre siempre está diciendo lo mismo: que hay sólo una oportunidad, pero cada uno de los personajes podría haber elegido no hacer lo que el hombre propone y elegir lo que creyeran que sería mejor para esa situación.
–A diferencia de Perfectos desconocidos, no hay hipocresía en los vínculos sociales que se establecen entre este hombre y las otras personas. ¿Coincide?
–Sí, las dos películas tienen atmósferas completamente diferentes. Perfectos desconocidos cuenta justamente la vida real, habla de las hipocresías, de las falsedades de los personajes, mientras que Los oportunistas es más bien una metáfora sobre la idea de que es necesario quitarnos las máscaras para saber quiénes somos en realidad.
–¿Cree que, como sucede en la ficción, el ser humano busca controlar todo?
–El querer controlar es parte de la naturaleza del hombre. Es lo que lo ha ayudado a sobrevivir. El primer control que el hombre ejerce es sobre la naturaleza y después sobre la sociedad, pero en definitiva es un arquetipo porque siempre es lo que le ha permitido sobrevivir.
–El mensaje que deja Perfectos desconocidos es que la tecnología se inventó para mejorar la comunicación humana y, en realidad, la empeoró. ¿Es también su opinión personal?
–No siempre. La tecnología tiene un aspecto fisiológico y uno patológico. El primero nos ayuda a tutelar el progreso, a estar conectados e informados. En cambio, el aspecto patológico tiene que ver con el uso equivocado, excesivo de la tecnología, que nos lleva a falsear las relaciones y nos aísla.
–¿Cómo vivió el pasaje de la carrera de Economía a una profesión humanística como es el cine?
–Más bien soy Licenciado en Comunicación, porque es una economía dirigida hacia la comunicación. Tuve algo de matemática, pero con un profundo aspecto social que implica conocer al hombre, sus aspectos, sus deseos. Por eso, la publicidad y el cine son similares: no están tan lejanos cuando uno lo piensa porque los dos tienen que ver con el hombre y con contar, relatar el hombre. Por eso, el tipo de Economía que yo había elegido me ayudó y fue bastante más cercano de lo que puede pensarse.
–¿Qué le permite expresar el cine que no podía con la publicidad?
–La libertad de poder elegir las historias y la duración para contarlas. La publicidad tiene siempre un segundo fin relacionado con lo comercial para promocionar el producto que sea, mientras que en el cine uno puede contar cualquier historia, más allá de los resultados comerciales que pueda tener.