Año nuevo, vida nueva. Y mapa nuevo: la tarjeta que, vía Internet, enviara la ministra de Desarrollo Social Carolina Stanley, anunciaba con la calidez y el amor que el momento exigía: “Que el 2017 nos encuentre unidos y en paz, ¡Feliz Año Nuevo”, un mapa de la República Argentina, rodeado de simpáticos globos Pro, completaba la cariñosa postal. Un solo detalle: el archipiélago Malvinas, con las islas que lo componen, no figuraba en el mapa.
¡Alegría!: este molesto grupo de islas, que tantas desventuras nos trajera, dejaba de ser un problema para el país. En definitiva, se estaba cumpliendo lo que el propio Presidente anunciara en septiembre del pasado año, horas después de su primera visita a la Asamblea General de Naciones Unidas. En esa oportunidad, confesó campechanamente que durante el almuerzo ofrecido por el secretario general Ban Ki Moon, él (Macri) en una charla, igualmente campechana, con la primera ministra británica Theresa May, dijo que le había dicho: “estoy listo para comenzar un diálogo abierto, que incluya por supuesto el tema soberanía sobre las islas”. ¿A qué soberanía se refería, a la argentina o a la británica?
Aquella vez la desestabilizadora mala prensa señaló que había sido un papelón de nuestro primer mandatario. Ahora queda claro que Macri estaba hablando con la verdad y transparencia que lo caracteriza. La propia canciller Susana Malcorra se ocupó de zanjar esa duda: con el rigor que su cargo exige, investigó de qué modo se había comportado el gobierno de Carlos Menem, tan afín al actual de Macri, frente al conflicto Malvinas. Supo que en la Navidad de 1998, su colega Guido Di Tella había intentado seducir a los kelpers enviándoles seiscientos libros –uno por familia– con los cuentos infantiles del osito Winnie the Pooh, todos iban acompañados por un peluche del tierno animalito. Ese gesto de buena voluntad no había dado buen resultado.
Pragmática, Malcorra comprendió que ese no era el camino. En el último Mini Davos que se llevó a cabo en el Centro Cultural Kirchner, entre el 12 y el 15 de septiembre pasado, se reunió con el vicecanciller británico de Asuntos Exteriores, Alan Duncan. En uno de esos tres venturosos días, nuestra canciller y el vicecanciller británico acordaron un sistema de cooperación con Gran Bretaña y las Islas en materias que iba desde la explotación conjunta de pesca e hidrocarburos en la zona marítima del conflicto hasta la navegación y el turismo.
En diciembre de 2013, el Congreso de la Nación aprobó una enmienda a la Ley de Hidrocarburos que preveía penas de cárcel y multas millonarias a aquellos ejecutivos y empresas que participaran, sin el permiso de la Argentina, en la explotación petrolera del archipiélago del Atlántico sur. Con el fin de no sufrir la angustia que padecieron nuestros patriotas cuando decidieron independizarse de España, el presidente Macri se comprometió a eliminar las sanciones que le aplicábamos a Londres por la explotación petrolera en las islas. En definitiva, como la propia Malcorra había señalado en el Financial Times, de Londres: “las relaciones bilaterales con frecuencia son buenas en un 80% y malas en un 20%. Queda claro que ese 20% tiene que ver con las Malvinas. Pero en el largo plazo, podemos encontrar una solución”.
Había que demostrarle a Gran Bretaña que a nuestro mandatario no le temblaba el pulso: el 13 de diciembre pasado no vaciló en vetar una ley que beneficiaba con dos jubilaciones mínimas a los veteranos de Malvinas. Hombre de paz, pero firme en sus convicciones, Macri creyó necesario escarmentar una vez más a esos soldados que durante la contienda habían incurrido en repetidas indisciplinas, y habían obligado a que sus superiores, probos militares de carrera, los estaquearan en la nieve. Hubo libros que intentaron cuestionar esos lógicos y castrenses episodios, tal el caso de Iluminados por el fuego, escrito por Edgardo Esteban, un veterano de Malvinas. Testimonio que Tristán Bauer convirtió en una película que incomprensiblemente ganó varios premios en América y Europa.
Por fortuna, las aguas (al menos las del Atlántico Sur) parecen volver a sus cauces: no hubo que esperar tanto para poner fin al conflicto que nos acosa desde hace siglos, la ministra Carolina Stanley se ocupó de solucionarlo: bastó emitir una tarjeta de fin de año con el mapa de la Argentina, en donde sobraran los globos pero faltara el archipiélago Malvinas, ese 20% que afectaba nuestras relaciones con Gran Bretaña fue borrado: desde ahora llamaremos Falkland Islands lo que hasta el año pasado llamábamos Islas Malvinas. Lancemos globos al aire, bailemos sin descanso: estamos ingresando al primer mundo.
Si bien es cierto que horas después de colocar la tarjetita, la ministra Carolina Stanley, compungida, se ocupó de aclarar lo que, dijo, fue un malentendido. Como no cuadraba afirmar que fue fruto de “la pesada herencia recibida”, explicó que había sido un error del Departamento de Diseño. Los artistas, es fama, suelen estar alejados de la realidad social, y los ministros no controlan lo que hacen sus artistas.
El asunto Malvinas ya está zanjado, ahora habrá que prestarle atención a la provincia de Santiago del Estero, no sea cosa que cualquier día de estos aparezca un santiagueño con aspiraciones presidenciales. No temer, a Cambiemos le restan tres años de gobierno y, como bien se ve, está en condiciones de poner fin a esos desmanes.