Entre las recomendaciones que C.S. Lewis incluye en sus Cartas a un diablo novato destaca aquella en la que lo exhorta a que procure demostrar que no existe. La certeza que la gente tenga de su no existencia le permitirá moverse sin dificultades y realizar aquellas cosas que desee sin encontrar impedimentos o resistencias. El mundo actual de las comunicaciones es un mundo de muchos intereses que han aprendido bien esta regla básica y la aplican utilizando todos los recursos que tienen a su alcance. Así, las comunicaciones modernas se presentan como aportes bondadosos para la sociedad y no como un problema.
Como toda auténtica tentación, las comunicaciones masivas se presentan como un bien necesario al que se tiene derecho. No se imponen, apelan a las necesidades humanas. Resulta por demás simple compartir sus posturas. ¿Será éste uno de los motivos por los cuales, en muchos sectores, se manifiesta una actitud pasiva a lo que comunican?
Sabemos que los creadores de ilusión no están interesados en responder a reclamos. Los utilizan como una pantalla para ocultar sus verdaderos propósitos. Por ello inducen a creer que las acciones del gobierno solo buscan beneficiar al pueblo. Pero, no se trata de que están procurando transformar el mundo, como decía Bertolt Brecht, sino de hacerles olvidar por un momento la miseria.
Habría que preguntar si los diversos problemas que aquejan a nuestro mundo tienen algún núcleo conductor y aglutinante, ya sean tanto los derechos humanos, deuda externa, racismo, ecología como el lugar de la mujer, entre otros. Lo cierto es que corresponden a una manera de entender la vida y la sociedad que abarca la justicia, la paz y el bienestar de los pueblos. Por eso se considera que cualquier afectación al sistema actual de la sociedad no proviene de sí mismo, sino de elementos extraños que vienen a erosionar su propia integridad. Una ancestral ideología con resabios de cultura cristiana, puja por absolutizarse abortando todo intento de crítica.
Tal sistema, lo sabemos, está basado en el poder y en su concentración. Promueve el incentivo del lucro. Estimula el consumo. Procura la seguridad de los poderosos y la sumisión de los muchos. Se maneja a partir de la internacionalización de su sistema económico, desarrollando una penetración colonial. Se sustenta en los intereses de las elites locales dominantes y ejerce su gobierno por medio del control y la represión social. Desarrolla una técnica precisa de corrupción a distintos niveles, mientras se auxilia con cierta justicia para dominar a los espíritus rebeldes. Sabe cómo desvalorizar las culturas autóctonas y descalificar a los movimientos populares. Conoce la fragilidad de la naturaleza humana y utiliza varios cebos para atraer y minar los esfuerzos y la voluntad de cambio.
Este sistema para poder funcionar necesita, entre otras cosas, un elemento de conexión que verifique y convalide su razón de ser y su permanencia. El mundo moderno ya hace tiempo ha encontrado una respuesta: las comunicaciones. Por eso, la concentración acentuada en el poder de la información se convierte en un arma sumamente poderosa para anular toda expresión del derecho humano a comunicarse. La información se pone al servicio de una estrategia de dominación y se acentúan los valores que predominan en los centros de poder. Se busca, así, neutralizar toda posibilidad de que el pueblo se exprese libremente.
Lo que para algunos es un peligro y una amenaza un tanto lejana, en varios otros países del mundo es una catástrofe que están sufriendo los pueblos desde hace mucho. Las probabilidades de vida se han ido limitando para millones, por falta de trabajo, desnutrición y enfermedades. Son víctimas de la rapiña, económica y política, y muchas veces también religiosa, cuyos efectos hoy se expanden a las sociedades que las han generado. Ya no es suficiente referirse a esos problemas en términos generales. Hacerlo sería ocultar su verdadero origen y evitar denunciar responsabilidades. Pero la realidad universal de muchos problemas no debería hacer olvidar que no se puede acceder a un camino de solución sin partir del hecho que justicia, paz, y bienestar del pueblo son elementos inseparables. No hay camino de restauración si no se comienza desde la perspectiva de los sectores más desprotegidos, muchos de los cuales están desconcertados por el silencio al que han sido condenados, y con quienes hay que empezar a construir la comunidad.
Carlos A. Valle: Comunicador social. Ex presidente de la Asociación Mundial para las Comunicaciones Cristianas (WACC).