“Yo acá puedo decirles que no aborté, también puedo confesarles que abortaría, y otra persona podría decir que ella no, pero una sociedad más justa no la voy a construir hablando de mí misma, la voy a construir militando la libertad de los otros y de las otras”, dijo la referente estudiantil Ofelia Fernández, ¿y los conquistó?
Este cuerpo de Diputados es elenco hoy para un episodio histórico: la votación de la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo, la posibilidad de una madre de realizar un aborto en un contexto seguro, de forma gratuita y en una situación no punible para ella ni para los médicos. Será un episodio sin héroes legislativos, porque comprometer el servicio al bien común y la protección de la sociedad es lo que se debe y no reviste ninguna espectacularidad. Pero habrá villanos en la cámara baja, debido a que seguir exponiendo a las que de todas maneras elegirán abortar a las condiciones a las que se las expulsa hoy es un crimen no de esas madres sino del Estado.
Las presiones del Opus Dei y de vastos sectores eclesiásticos, y desde Presidencia y las gobernaciones, volvieron a exhibir además cómo la independencia entre los poderes del Estado y su separación de la iglesia son materia de estudio escolar pero en la práctica persisten en crisis por la voluntad de incidir de esos mismos poderes ejecutivos y religiosos, además de por las operaciones de los grupos de medios. Clarín, por caso, puso el eje de un reporte sobre las tomas de colegios por la legalización en cómo los estudiantes usaban el lenguaje inclusivo “como milénicos”; en tanto que TN jugó a exponer la falta de correlatividad entre tomar una escuela y la aprobación de la ley, con la habitual actitud insoportable con la que los poderes establecidos desdeñan al piberío.
Esta jornada, durante la noche y a lo largo de toda la madrugada, los diputados deben apuntalar esos límites y además anteponer su función pública a su cuerpo de creencias. Ahí es donde deberán tener importancia histórica, más que en eso que orondos destacan de ser la primera cámara en debatir el aborto legal. Luego de abrir la sesión con el canto de un himno que habla de la libertad como grito sagrado, irán teniendo que responder a la necesidad concreta de las otras. A eso que con tal claridad y contundencia explicó hace dos semanas Fernández, presidenta del centro de estudiantes del Carlos Pellegrini en 2016 y 2017, en su intervención ante las comisiones de diputados en las reuniones informativas previas a la votación.
Esa frase y todo lo otro que de manera descollante y sin leer ni dudar expuso Ofelia, además con un ritmo arrollador y funcional, selló el ingreso al debate de una generación que está peligrosamente afectada por las problemáticas que ataca la ley de aborto legal, seguro y gratuito. No es caprichoso que en la mañana de hoy al menos trece escuelas y tres facultades de la UBA permanecieran tomadas por estudiantes que exigen el tratamiento de una nueva normativa que proteger la libertad de las mujeres.
No es la libertad de no parir para seguir de joda, como indica ese discurso agriado que no es forzado acomodar junto a otras acciones de lobby feroz como las amenazas y los llamados a los hijos de los legisladores a cargo de defensores del aborto clandestino. Sino la libertad del acceso a la información y la educación sexual integral, a círculos de contención y tratamiento médico, la libertad de la protección legal a los derechos, la igualdad por la gratuidad de la intervención, y el fin de la maternidad forzada.
El pañuelo verde es un uniforme en las escuelas: reúne y aglutina, pone a pensar, dudar y charlar a las pibas y los pibes, hoy más que los guardapolvos. También es un distintivo en subtes, recitales, plazas y clubes, y en muchos ámbitos de reunión adolescente. Ya es notable cómo entre los legisladores son los más jóvenes los más voluntariosos a favor, así que aunque sea por renovación generacional, la legalización del aborto saldrá. Si no es ahora, se convertirá en tema de campaña. Y el ingreso inminente de nuevas generaciones a la escena pública hará aún más evidente que es un asunto urgente para la salud pública.
La intervención de Fernández fue intensa, certera y sólida, en el nudo del debate, ante los responsables de su media sanción. Es notable e icónica, pero no aislada: son miles las pibas que salieron a proponer lo mismo con sus presencias en torno al recinto los martes y jueves, durante las exposiciones de voces y posturas diversas en el Congreso. Los muros de Facebook, timelines de Twitter y lupitas de Instagram se tiñeron de verde. De un lado a otro de la juventud, de cuadros políticos como Ofelia a figuras pop como Oriana Sabatini, de cantautoras independientes como Mariana Michi a actrices eróticas como María Riot, y toda esa bella y fuerte marea de anónimas autoconvocadas, artivistas, pibas embarazadas, abusadas o vírgenes, católicas y ateas, lesbianas, heterosexuales, chetas, cumbieras, rockeras. Y varones también.
Las jóvenes hicieron propia la discusión y la circulación de información, y más allá de la estética del pañuelo verde impusieron la ética de la reducción del riesgo al aborto clandestino, que es una más de las formas en las que las mujeres permanecen en peligro en el estado de cosas actual. La interrupción voluntaria del embarazo encausó así en el ala juvenil de la militancia en torno del #NiUnaMenos, sin dudas el movimiento más determinante y urgente de la actualidad. La legalización de la interrupción del embarazo la votan hoy los diputados pero llega hasta ellos la voz de miles de pibas en la calle, que como jóvenes que son tienen la fuerza y el altruismo que aquellos en apariencia tan adultos, pero deudores de lealtad a sus caudillos y sus crucifijos, no pueden siquiera impostar.