Custodiando y proyectando el eterno esplendor de la balada romántica por los escenarios más queers de la cartelera, Carlos Casella es de los pocos crooners sensibles, deseante y deseado, que llega a su quinta década con el sex appeal intacto a flor de piel y de voz.
Su habilidad para mantener vivas las canciones más apasionadas, revivir las olvidadas, resignificar los nuevos clásicos y, ahora, componer, le permite hacer continuos giros y vueltas de tuercas en el imaginario melodramático de desengaños, pasiones y súplicas desesperadas a amores imposibles. No se agota. Tantas generaciones atravesadas por el bolero y todas sus posibles fusiones dan la sensación nebulosa de que hay demasiados dentro de la legión de trovadores galanes, pero si leemos el fenómeno desde la perspectiva actual, en pos de la deconstrucción tan necesaria de estos arquetipos no siempre saludables, ¿con cuáles nos quedamos? Con Carlitos, seguro, que cada día canta mejor.
Dificilísimo el trabajo de glamourizar las relaciones apasionadas, encontrar matices con soltura, novedad y flexibilidad. El melodrama siempre está en continuo equilibro entre la tragedia y la parodia, Carlitos sale airoso en cada desafío que se propone. De sus más celebrados, con tantos años en cartel, fue el espectáculo Babooshka, Canciones de Mujer, donde con saco, corbata y chaleco, entre el luto y el novio de boda, resignificaba cada perla de un repertorio femenino perfecto: Libertad Lamarque, Rocío Durcal, Kate Bush, Britney Spears, Gloria Trevi, Mina, Lía Crucet y más. Los aplausos no se detuvieron, siguieron agradecidos ante la alianza con su camarada Griselda Siciliani en Estás que te pelas y Sputza. Ahora inaugura Scorpio, una serie de conciertos en La Trastienda, con invitadas especiales en cada función y la dirección musical de Martín “Tucán” Bosa.
Cantante, actor, coreógrafo e indiscutido ícono queer porteño, ha dejado varios cuadros musicales para la posteridad, el más visto: su versión en castellano de “Splendido Splendente” para la película Muerte en Buenos Aires, dentro de un traje plateado con plumas rosadas en los hombros, más una decena de chongos con pantalones de jean rosa como cuerpo de baile, que lo levantan como una vedette en medio de la coreo sudorosa.
Mientras cuenta cómo planifica su nueva hazaña en las tablas, dice estar algo pudoroso pero inmediatamente se arrepiente, al ver la portada de su nuevo disco y el poster correspondiente, diseñados por Juan Gatti, donde aparece completamente desnudo, de espaldas, mostrando un tatuaje gigantesco del signo zodiacal regido por Marte y Plutón, destrucción y renacimiento
–Tuve que mostrarle a mi madre que no me había hecho el tatuaje.
¿Y tenés tatuajes?
–Sí, en el antebrazo, dice “Dúctil y pacífico”, que me lo hice después de una época un poco alocada. Cuando Gatti diseñó el tatuaje del escorpión pensé en hacérmelo pero no creo que me anime. Yo tenía unas fotos así, provocativas y él eligió esa. Me encanta, lo luzco como una obra que me regalaron. Quiero aclarar que el culo no lo voy a mostrar aunque mi profesor de gimnasia dice que tengo que hacerlo.
¿Por qué ese pudor repentino?
–No soy pudoroso. Cuando salió el poster me impactó. Tuve que bancar un poco la vergüenza de que me gustara mostrar eso. Amo el trabajo físico, me gusta estar lindo y eso da una imagen de superficialidad. Pero estoy en un momento en el que sé que tengo que agarrar las riendas de eso porque tengo muchos proyectos por delante, aprender cosas, hacer lo que me da cierto placer. Siempre tuve libertad pero ahora es un momento de revolución porque cambié de década y, aunque parezca una boludez, algo pasa internamente sin que vos lo tengas tan claro, que te pone en lugares raros.
¿Qué lugares serían esos?
–Repienso lo que hizo en los últimos años, me diversifico y me redefino. Siempre fue así pero ahora siento que tengo que trabajar en estar tranquilo con irreverencia artística para poder hacer todo y bancármela. Me quedo con un lugar donde el movimiento de las cosas es constante, donde todo se puede transformar todo el tiempo. Me encanta ese estado. Es una conversación conmigo, de que quiero confiar cada vez más en mi intuición y menos en decisiones preestablecidas. Siempre he trabajado en equipo y con el otro tenés que ponerte de acuerdo, conciliar, recortar y en la música es un espacio donde soy más yo. Está buenísimo pero me da vértigo. Con el público tengo muchas certezas.
¿Exponés más cosas de tu vida?
–Mezclo. Por ejemplo la canción “Cuando te conocí” la hice con un poema anónimo que le hicieron a mi abuela cuando ella tenía 13 años, hace cien años. Se lo tiraron por abajo de puerta y ella lo recitaba siempre, re orgullosa, porque fue lo único que le escribió alguien en su vida; mi abuelo no le escribió nada. Ella hablaba de ese poema como si fuera el verdadero amor. “Tú me enseñaste a amar” le llegan a decir. Empecé a presentar este tema contando la historia y ahora cuento cómo era mi abuela. Queda raro dentro del show. También cuento anécdotas de loser, como la de la versión de “Bailando” de Enrique Iglesias que surgió por un amante que tenía y fui a visitarlo a España y no hubo onda.
Casella fue uno de los fundadores del grupo de danza El Descueve, con intensa actividad en los años noventa, además de haber realizado creaciones para el Ballet del Teatro San Martín, el Teatro Colón o Teatro Argentino de La Plata. Aquellas musas que lo acompañaban continúan a su lado como invitadas ocasionales.
–Siempre invito a alguna compañera de trabajo. Inés Estévez con la que tengo una especie de idilio–romance, Alejandra Radano, que cuando venía de invitada en Babooshka hacía cosas de hombre, o Ana Frenkel, mi compañera de toda la vida. A los 18 salí del secundario y me metí en un grupo de dementes que se llamaba Modelo Blanco, hacíamos música entre Talking Heads y Virus, pero más deforme. Yo era el ángel femenino del grupo.
¿Medio New Romantic?
–¡Sí! Hay algo de eso que volvió, ¿viste? Era New Romantic. Estuve dos años con ellos, prácticamente vivíamos juntos, los amaba pero era muy pegado a mis amigas, sobre todo a Ana Frenkel. Ella estudiaba danza y la acompañaba a las clases. Empecé a estudiar, a hacer cosas juntos, a creernos que éramos lo más. Hicimos cosas como coreógrafos y la música quedó un poco atrás, pero después volvió. En El Descueve cada uno hacía lo que le salía mejor. Aparte de bailar, siempre trataba de meter alguna escena para cantar una cancioncita pero estaba muy encorsetado en lo que era el show. Eran solo escenas.
¿Scorpio sigue teniendo esa impronta teatral?
–Lo coreográfico siempre está pero no vengo con mucho montaje preconcebido. Estoy con músicos con los que trabajamos desde hace años. Me gusta interactuar bastante con ellos, ponerlos en aprietos, como a Tommy, que es muy lindo, siempre le declaro mi amor y cachereo un poco, armo un cuadro medio erótico.
En Scorpio vuelve a ver la luz “Si espento il sole” del Adriano Celentano de los sesenta (salteando la versión popular de Vinicio Caposela de hace algunos años atrás), con “Toda la noche oliendo a ti” se suma a los recientes homenajes tributo a Jeanette, “Mirada Speed” de Virus pero brillan muy fuerte sus composiciones propias.
–Para componer algo me tiene que convocar. Me dicen “necesito un tema para mi muestra de pintura, fijate qué podés hacer”. Tienen que ver con el imaginario del otro o de una obra. Puedo hacer tanto una copla flamenca o un valsecito peruano, o una canción un poco más dark, depende la situación. Tiene más que ver con lo teatral. Paralelo a este show subí un disco a Spotify. Para mí la música tiene mucho que ver con el vivo. Sacar un disco es algo que siento ajeno, como si tuviese que hablar conmigo y pedir permiso para sacarlo.
Noto constantemente una raíz folclórica en este disco.
–Sí. Parece que al folclore lo tuviese aprendido pero no sé si me copo tanto con el folclore local. Cuando era chico estudiaba guitarra con un folclorista. Tal vez haya algo pero del folclore mexicano.
Ahí surgieron muchos íconos de la canción romántica. ¿Qué te parecen los íconos más recientes?
–Las construcciones que hay ahora no me divierten. Convengamos que Raphael es una construcción, o Juan Gabriel. Es fascinante ver esas construcciones pero de ahora, ¿cuál sería? ¿Maluma? Me gustan otro tipo de cantantes. En el escenario no tengo una línea estricta, no adhiero a un Carlos Casella.
Pero a tu signo zodiacal sí adherís.
–Me encanta todo lo que dicen de mi signo, que somos curativos, que nos animamos a mirar algo que otros no se animan aunque después no sepamos cómo coser el muerto, ¡pero las tripas las miramos! Movemos un poco la mierda. Conecto mucho con la vida del otro, me pongo muy pendiente de la anécdota del otro, pero creo que a su vez es una especie de defensa y de salir de mi enrosque. Por ejemplo, ahora que estoy más grande puedo estar más tiempo solo. Siempre estuve con alguien, con diferentes, pero con alguien. Me costó estar solo mucho tiempo y ahora me copé, siento que puedo estar conmigo sin estar muy enroscado. Igual, es un laburito. No le tengo miedo a la oscuridad, la debilidad, ya la conocí. La vi y era una parte mía que no la tenía presente, ya sé lo que puede hacerme y lo que quiere. La reconocí y no trato de careteármela, no le tengo mucho miedo, por eso digo que este show es un claroscuro de mí mismo. Siempre que me hacen una nota para el Soy me pongo a pensar quién soy yo.
Supongo que estamos para eso. ¿Y qué pensás?
–Pienso: ¡qué puto aburrido soy! Y, a la vez, veo que tengo un movimiento gay propio.
Funciones: viernes 15 de junio, 20 de julio, 17 de agosto y 21 de septiembre a las 23.30 en La Trastienda, Balcarce 460.