Películas como Calling for your name, Love, Simon, la historia central de Bruno y Pol Rubio en la serie Merlí, best sellers tales como Two boy kissing (2016) de David Levithan, entre otros, parecen marcar –con desiguales resultados– el boom de las historias de amor entre muchachos, púberes o adolescentes.
A esa movida se suma, o de esta movida saca su provecho, Simona (Claudio Lacelli, Lily Ann Martin y Esteban del Campo, 2018) con el romance gay de Junior (Renato Quattordio) y su amigo Blas (Gabriel Gallichio). La estrategia es doblemente efectiva para la telenovela prime time de Canal 13: le permite acercarse –aunque sin exagerar– a los desafíos de los nuevos tiempos y sobre todo de su principal competidora 100 días para enamorarse (Telefe) que con sus enrevesados amores de gays, lesbianas e identidades trans viene arrasando en el rating y de rebote lavar con corrección política los escándalos mediáticos por acoso sexual que involucraron a algún actor de la casa y que hicieron mermar los números que arroja Ibope.
Hasta ahora no fue nada mal. Junior y Blas lograron cierta popularidad. El argumento aunque remanido es efectivo: en un pasado reciente los adolescentes se dieron un beso en los labios una noche de borrachera. Un beso que resultó traumático para Junior que se debate –o más bien se debatía– entre su novia y el amor de los muchacho; emotivo para Blas que es gay asumido e inolvidable para ambos. El regreso de Blas después de un viaje al Canadá reactualiza el conflicto de Junior.
Son de destacar, entre otros aciertos, la lentitud con que transcurre la historia, las tiernas miradas entre los enamorados, la forma lograda en que son retratados los estados angustiosos psicológicos de Junior, el deseo a hurtadillas, la estética que realza la belleza juvenil y sobre todo el beso –¡al fin un beso de verdad entre jóvenes en horario central en Canal 13!– que se dieron la semana pasada. Las salidas del clóset de Junior de esta semana tuvieron la dosis justa de dramatismo y conflictividad que éstas situaciones entrañan en los peores escenarios (con su padre) y aún en las mejores circunstancias (con su tío y con sus hermanos).
Los actores que interpretan a Junior y a Blas manifestaron en diversos medios haber recibido testimonios de jóvenes que se sintieron identificados y no cabe duda de que las imágenes proyectadas contribuyen a alivianar la vida de muchxs. Pero si en muchos aspectos podemos decir que se progresó en otros se advierte cierto retroceso. Por un lado, el conflicto parece reducido al mundo interior del protagonista. Es decir, uno de los principales problemas de la historia de Junior y Blas es que parece no haber sociedad y eso es en varios sentidos. Más allá del miedo al rechazo de sus hermanos, de su padre o de sus amigos ¿no hay en Junior miedo de la violencia exterior del cual gays y lesbianas no están exentxs en estas épocas que se presentan como tolerantes (y precisamente por eso más peligrosas) cuando fueron salvajemente golpeados gays en plena ciudad y fueron presas por besarse dos chica? A Blas le pegan en la calle pero es un operativo del padre de Junior). Por otro lado, ¿la seguridad de Blas es una construcción subjetiva meramente individual? ¿No cuenta con una comunidad de amigos gays y que Didier Eribon definía como necesarias en las trayectorias vitales de los gays? ¿No tiene una amiga loca? ¿Dónde están las solidaridades sociales y la militancia? ¿O en la edénica ciudad neoliberal cada sujeto se construye a sí mismo?
La ficción de Junior y Blas contribuye con imágenes positivas a naturalizar para el gran público formas de amor de las llamadas diversidades sexuales. Pero ¿a quiénes representa y a quiénes deja afuera? Hasta ahora las imágenes brindadas pecan a menudo de sesgadas y sectorizadas. ¿Para cuando una historia de amor con locas y no exclusivamente esos romances de jóvenes tan bellos, tan blancos, tan masculinos y tan cool? ¿Por qué no recuperar para la comunidad LGTB el formato clásico de la telenovela –presente en la historia central de Simona– con sus conflictos de amor que eran a la vez también conflictos étnicos y de clases? ¿Regresarán para nosotrxs esas historias que inmortalizaron al género culebrón y donde ahora el muchacho rico se enamora del muchacho pobre o del mucamo (no del bartender) y/o la muchacha pobre concreta con la muchacha rica y desafían el mundo social que quieren imponer los adultos? Porque la capacidad de los jóvenes puede ser la subversión de las formas de amar pero también de los sistemas económicos naturalizados. No se pide mucho. Un poco menos del mundo de Rebelde way y poco más de la universidad de la calle como en, por ejemplo, la siempre recordada película Dulce amistad de 1996.
Simona se puede ver en Canal 13 de lunes a viernes a las 21.30.