¿Oyeron hablar del pinkwashing? Lavado rosa. Algo así como lavado de dinero, conciencias y otras inequidades por parte de empresas y políticos vía apoyo explícito a la comunidad gay. Es un concepto que hace años viene preocupando a la militancia lgbttiq. Tanto colaboradores de este suplemento hasta Judith Butler y más allá, alertan sobre esta treta que consiste en sobreactuar apoyo (económica y discursivamente) a las causas de las diversidades (pink) mientras otras zonas de esa misma diversidad se hunden en la marginación de siempre (washing). Un ejemplo cercano es el gesto copado del ultra homolesbotransfóbico gobierno ruso que dio vía libre a la bandera del arco iris en las canchas mundialistas para calmar la indignación del mundo.
En Argentina casi no existe el pinkwashing. ¿Es esto una buena noticia? Comparando la cantidad de marcas de hamburguesas, zapatillas o gaseosas que ponen sus logos (y billetes) en las marchas del Orgullo a lo largo del mundo occidental, la ausencia de estos gestos en marchas y publicidades en Argentina llama la atención. Habrá que averiguar si es por falta de público, o por falta de qué. Lo que sí existe en cambio, sobre todo en los medios de comunicación, es otro recurso de consecuencias similares y que podríamos bautizar como Odio Washing. Un modo más burdo y barato de usar a la diversidad sexual, esta vez haciendo gala de una injuria que a veces alcanza el carácter de delito para esconder otras cuestiones que no tienen nada que ver con el asunto. Esto mismo es lo que con estilo, glamour y furia trava Flor de la V en su última respuesta a Jorge Lanata dejó en evidencia.
El periodista devenido capocómico (al estilo de las viejas revistas donde el machirulo se burlaba de la vedette ya que si no dejaba de ser capo) desestimando no solo la realidad sino la ley de identidad de género, volvió a aludir al tema del disfraz, para referirse a la identidad de la actriz. Flor de la V. podría haber respondido ofendida o con una clase de educación sexual y legal sobre los errores que este comunicador transmite con sus chicanas a una población que está (estamos) en vías de aprendizaje sobre este y tantos temas. En esta misma línea se encuadra la acusación de Amalia Granata sobre si era o no cierto el relato sobre la muerte de su madre a raíz de un aborto clandestino, donde la desacreditación de los dichos de Florencia de la V apuntaban en realidad a desacreditar los discursos a favor de la ley que se discutió esta semana. Podría haber puesto en evidencia el lugar de víctima frente a la injuria pero no: “La verdad, Jorge, lo que vos pienses de mí me tiene sin cuidado. Lo que yo pienso de vos es que sos un cagón, eso es lo más importante”. Optó por desenmascarar el procedimiento de odio washing que opera en el discurso de Lanata y de muchos comunicadores que cada tanto lanzan una injuria al aire (en general contra la comunidad trans o sacando del closet a alguien) en busca de los 15 minutos de escándalo o la cortina de humo para no hablar de temas cajoneados. Sigue Flor: “Se te cayo la boca hablando de Cristina, del gobierno no has parado de decir cosas, ahora el país está a punto de explotar, la gente no tiene para comer, se está quejando, está todo aumentando, el FMI…. Tenés para tratar... y venís a hablar de mí… ¿Le tenés miedo a Macri? ¿Le tenés miedo a este gobierno?”
La reflexión sobre el pinkwashing que vino de la misma comunidad favorecida por esto, como el desenmascaramiento del odio washing (chicanas sin consecuencias legales en busca de simpatías retrogradas en baja) son muestras de un pensamiento que podríamos llamar queer en el sentido de que no acepta dádivas de normalidad, no se regodea en la victimización y no deja de problematizar lo establecido.
Un detalle nada menor: en esta respuesta, Flor de la V no está hablando sólo de política, no está simplemente actuando un duelo entre mediáticos, sino que en el remate final se la puede ver poniendo en acto ese orgullo trans que tanto su comunidad le reclamaba. Su breve monólogo termina con estas palabras: “Mirá cómo te digo, me hago el pelo y me voy… Contenta a mi casa…”. Y en ese taconeo y revoleo de mechas y caderas está resonando toda una comunidad afeminada, la misma que canta a los gritos el himno trava de Gloria Trevi cuando dice: “Me solté el cabello, me vestí de reina, me puse tacones…. Te escuché gritar. Pero tus cadenas ya no pueden atarme”.