Una reacción de remakes en cadena: así nació Sin filtros, nueva película como director del comediante español Santiago Segura, “inspirada” en Sin filtro, del chileno Nicolás López, que en 2016 metió casi un millón trescientos mil espectadores, suficientes para convertirse en la segunda más vista en la historia del cine de su país. La noticia no tendría mayor relevancia fuera de Chile si la película, o más precisamente su guion, no se hubiera transformado en un fenómeno de exportación, una bola de nieve que empezó a rodar en México. Ahí, bajo el título de Una mujer sin filtro, fue la segunda más vista de 2017 entre las películas dirigidas por mexicanos, sólo superada por La forma del agua, de Guillermo del Toro. Luego vino la española protagonizada por Maribel Verdú que acá se estrena hoy, unas semanas antes de Re loca, la versión argentina con Natalia Oreiro en el rol principal, que llegará a los cines el 5 de julio. Y el propio López ha alardeado de que hasta Hollywood tendrá su propia Sin filtro con Eva Longoria al frente del elenco, pero eso está por verse.
Desde que sale de su casa a la mañana a Paz (Verdú) le pasa de todo. Vive con un chanta que se hace el artista pero es un vago y tiene un hijo adolescente insoportable; trabaja en una agencia de publicidad donde el jefe le pone de compañera a una youtuber / influencer que no entiende nada; su mejor amiga no la escucha y en la calle la maltratan hasta otras mujeres al volante. De algún modo, la película la pone en el mismo tour de force que Michael Douglas recorría en Un día de furia (Joel Schumacher, 1993), en la que un tipo tenía un día tan malo que decidía volver a su casa a pie, cargándose todo lo que se le ponía delante. En el caso de Paz, una poción que le suministra un gurú supuestamente indio la libera de su corrección y comienza a decirle a todos lo que hasta ahora callaba para no confrontar. El resultado es que en lugar de empeorar, las cosas comienzan a encausarse.
Resulta difícil evaluar qué distancia hay entre el original chileno y su versión española sin haber visto el primero, aunque en la redes no son pocos los que hablan de clonación, mencionando como única diferencia la letra “S” agregada al final título. Más allá de eso, de Sin filtros puede decirse que es una película sencilla que trabaja sobre arquetipos rígidos y que, por lo tanto, resultará más eficaz cuanto más conservador sea el público. Porque aunque juegue con el imaginario de la mujer liberada (su título en inglés es Empowered, empoderada), no hay liberación alguna en el cambio de actitud de Paz. De hecho sus reacciones son comparables a las de ese viejo chiste gráfico en los que una mujer persigue al marido con la sartén, “como una loca”, pero que todos saben que si hubiera una próxima viñeta, esta volvería a tener el mismo final. Paz no se gana el respeto de sus iguales, sino el temor de los que la creen (otra) loca: ahí está el título de la versión argentina como prueba irrefutable. No es que la película debiera ser otra cosa, pero el sayo de la “liberación” que pretende calzarse le queda un poco holgado.