Si la votación por el aborto en la Cámara de Diputados hubiera reflejado la movilización callejera, el resultado debería haber guardado una proporción de 9 a 1. Y tal vez algo mayor aún. La marea verde literalmente copó el barrio de Congreso en la noche del miércoles. El operativo de seguridad y la divisoria de aguas en la Plaza del Congreso quedaron totalmente desbordados por los cientos de miles de manifestantes a favor de la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo. El contraste con el sector celeste, que identifica a los antiabortistas, fue abrumador: un pequeño grupo en la esquina de Hipólito Yrigoyen y otro frente al escenario montado a tres cuadras de allí, que en su caso no llegó a sobrepasar media cuadra más o menos compacta de la avenida.
También fue notoria la diferencia entre la composición de uno y otro grupo. El verde, mayoritariamente de jóvenes y adolescentes; el celeste, algunas familias, gente mayor y pocas chicas.
El dato más llamativo fue el evidente fracaso del diseño de seguridad montado por la Policía de la Ciudad. Desde la tarde del martes se había dividido con dos hileras de vallas la Plaza del Congreso. En el costado norte se ubicarían los militantes a favor del aborto; en el sur, los opositores. En el medio y a lo largo de toda la plaza quedó conformada lo que iba a ser una “tierra de nadie” en la que se instalaría la policía para impedir el contacto de uno y otro grupo.
La convocatoria proaborto se fue nutriendo desde el mediodía del miércoles. A las seis de la tarde, hora en la que estaba convocado el acto “por las dos vidas”, el sector verde ya había desbordado e ingresado en el celeste. Alguna poca gente con pañuelos de ese color y banderas argentinas caminaba a la par de quienes portaban los pañuelos verdes. A lo sumo, un cura que pasaba con una bandera en la espalda debió escuchar –y lo hizo con estoicismo– los reclamos a los gritos de un grupo de adolescentes pintadas de verde. Una vendedora ofrecía pañuelos, celestes en una mano y verdes en la otra.
Casi a las siete de la tarde ya no había “tierra de nadie”: todo el lugar era ocupado por el verde. Como la marea avanzaba, la policía rediseñó de urgencia el operativo. Atravesó con vallas la calle Yrigoyen a la altura de Solís, para impedir el contacto entre verdes y celestes. Estos últimos se congregaron en la esquina de Yrigoyen y Entre Ríos. A lo largo de esa avenida hubo gente raleada de ese sector y una algo nutrida media cuadra llegando a Belgrano, donde estaba instalado el escenario.
En la zona celeste, un pequeño grupo de rodillas rezaba el rosario. Otro, que había instalado un pequeño altar con velas y una estatuilla de la Virgen, cantaba con las manos tomadas entre sí.
En los cincuenta metros de vallas improvisadas sobre Solís sucedió lo que el operativo buscaba evitar: que hubiera militantes de uno y otro lado a centímetros de distancia. Unos y otros se trenzaron entonces en una batalla verbal. Grupos verdes, principalmente chicas jóvenes, lanzaban sus consignas al otro lado. “Aborto legal, en el hospital”, cantaban. “No al aborto, sí a la vida”, respondía del otro lado un grupo de muchachos con cara de pocos amigos.
–Putas del imperialismo –fue el insulto elegido por uno de ellos, mientras sus compañeros esgrimían afiches con imágenes de niños ensangrentados.
La situación no pasó a mayores, aunque enseguida llegaron refuerzos policiales para hacer del lado celeste un nuevo cordón que separara ambos bandos. Cada uno siguió con sus cantitos, pero ahora más distanciados uno de otro.
Mientras los pequeños grupos celestes que quedaron confinados allí no pasaban de un par de miles de personas, la ola verde tenía dominio total sobre toda la Plaza del Congreso, y mucho más. La Avenida de Mayo se colmó densamente hasta la 9 de Julio. Callao, otro tanto hasta Corrientes. En la esquina de Sarmiento, la muchedumbre era impenetrable: allí estaba el escenario verde. Al mismo tiempo, estaban repletas todas las calles comprendidas en el área conformada entre Rivadavia, Callao, Corrientes y Paraná.
En alguna cuadra, sentadas y rondas de mate; en otra, batucadas y guitarreadas; en una tercera, cientos de adolescentes que combatían el frío a puro salto y grito. Mientras, un incesante ir y venir de gente: bastaba bajar al subterráneo de la línea B o la A para observar el recambio de manifestantes con el verde identificatorio.
Adentro del recinto, el recuento de votos seguía mostrando paridad. Aunque victorioso para el verde, el 129-125 final quedó lejos del duelo callejero con el celeste.