No es común volver cargado, irradiado, de una concentración, objeto humano que se crea para protestar una injusticia. Claro que está la solidaridad entre desconocidos, la alegría de ver otros preocupados por lo mismo, el encanto de apropiarse de la calle o de la plaza. Pero en alguna parte eso que uno anda protestando pesa y tira para abajo. Pero la enorme, masiva, concentración por la legalización del aborto dejaba como mareado y alegre al más experimentado. Por algo nadie se quería ir.
La concentración fue una demostración de poder de una agenda construida fuera de los formatos de la política tradicional, un mar de verde que hace un corte diferente en la sociedad. Las calles del lado norte de Callao fueron abrumadoramente jóvenes, aunque se veían canosas y canosos que caminaban entre estos colectivos con aire de asombro encantado. Por eso abundaban los cantos, los tambores, las sonrisas y hasta las consignas contra el patriarcado sonaban alegres. El pulso era el poder construido, una conciencia de ser tantas, una sospecha de ser la mayoría y poder llegar a cumplir un sueño de salvar vidas, mejorar el país, hacer un huequito a lo bueno entre tanta oscuridad política.
De hecho, no se andaban contando porotos y la única conversación sobre la sesión en Diputados que merece recordarse fue lacónica: "Si no es ahora, es en 2019". Nadie se molestó siquiera en abuchear la pantalla donde algún diputado anunciaba su voto negativo.Y más allá de los porotos contados y sin contar, lo que queda fue la impresión eléctrica. Aquí hay algo que no se termina con una votación, algo que ya no sabe callarse.