El debate sobre el aborto legal, seguro y gratuito entierra, definitivamente, el “que se vayan todos” por el “que se vengan todas”. Es una demanda del movimiento de mujeres fruto de una construcción de más de treinta años de feminismo, de una tradición de tres décadas de Encuentros de Mujeres y de una forma horizontal, federal y autónoma de hacer política.
Aunque, por sobre todas las cosas, es una primavera juvenil. Las grandes protagonistas políticas de la marea verde son adolescentes. Hay una ruptura de género y generacional con el poder político. Las chicas son las que llevan la batuta: las que levantan la voz, las que mandan, marchan, conducen, cantan y piden por ellas en su singularidad vital y libertaria. Son las pibas de pañuelos y puños en alto. Las Increíbles Hulk de Argentina no tienen sobredosis de músculos, tienen brillantina contra la invisibilización histórica del machismo.
El boom de la participación adolescente marca una ruptura generacional y mete el dedo en la llaga con la crisis de la política tradicional (conservadora y tradicional). Hay que tener 25 años para poder ser diputado/a. Las chicas que toman, mayoritariamente, las calles, los colegios, los subtes, los colectivos, las plazas, las mesas de las familias, las redes sociales, tienen menos de 25 años. O sea: pudieron hablar en el Congreso de la Nación como oradoras (con el destacado discurso de Ofelia Fernández como ejemplo), pero no pueden ser diputadas. Tienen voz, pero no voto. Y esa tensión marca la tensa –pero no calma- trasnoche del 14 de junio.
La grieta ya no es partidaria con una inusual foto que muestra de la mano a Mayra Mendoza (FPV), Karina Banfi (UCR- Cambiemos), Silvia Horne (Movimiento Evita), Daniel Lipovetzky (PRO), Mónica Macha (FPV), Lucila De Ponti (Movimiento Evita), Victoria Donda (Libres del Sur), Araceli Ferreyra (Movimiento Evita).
El debate permitió un trabajo transversal que recuperó la historia de la construcción política de las mujeres que llevo a la victoria del cupo femenino en los noventa–también ganado de trasnoche y con los votos en contra que se dieron vuelta cuando las velas no ardían y el reloj bajaba las pestañas- pero que abrió una agenda de género que jamás se hubiera propuesto ni aprobado sin un piso de treinta por ciento de mujeres en el Congreso de la Nación.
El abrazo multipartidario no es solo una fiesta cívica, ni una entrega de convicciones éticas, económicas y políticas. Es entender la posibilidad de construir política aún en tiempos de desaliento y desazón colectivos. La construcción de la grieta no marca un enfrentamiento sin conciliación, sino, más astutamente, la cancha marcada solo por la victoria y la derrota, sin matices, ni conquistas. Los brazos enlazados son, también, una hilvanación de una forma de construir acuerdos y discutir desacuerdos que no es naif, sino una esperanza que, justamente, saca los brazos del lugar de la derrota.
Hay varones claves en la construcción del aborto legal: Lipovetsky, Sergio Whisky (PRO), Maximo Kirchner (FPV), Daniel Filmus (FPV), Leo Grosso (Movimiento Evita), Nicolás del Caño (Frente de Izquierda), Horacio Pietragalla (FPV). Pero no solo el protagonismo transversal fue de las mujeres, sino que la forma de construcción política no es casual, sino un mandato histórico y vigente de la forma de construcción política del movimiento de mujeres en la Argentina.
Pero, además, la tensión entre la vieja política y la nueva política se reflejó, de manera tajante, entre el Congreso, con sus puertas adentro, sin los votos seguros e idas y vueltas para conseguir las manos levantadas por el aborto seguro, legal y gratuito. Y el ruido que entraba por las ventanas del recinto, la gente que tomaba sopa o guisos entre guantes, las carpas donde abrazarse y cubrir con gorros el aire frío de las pieles en el calor de la multitud, la música sin noche, los cantos en un grito colectivo que tiene como anticipación del Mundial en las avenidas vueltas estadio y las pizzerías vivando por el aborto en el hospital como se canta un gol en las pizzaras de los canales de televisión que suman votos a favor del aborto legal.
“La más maravillosa música es la que viene de las calles”, dice Cristina Álvarez Rodríguez, la diputada del PJ-FPV, la sobrina de Evita, a las tres y media de la mañana, demasiado tarde para dormirse, demasiado temprano para votar, mientras la música entra literalmente y la marcha nocturna genera la mayor vigilia histórica en treinta años de debates en democracia. Una nueva democracia. Una democracia en donde la voz se alza y los votos se exigen, ya no es una representatividad formal y vacía, sino una asamblea permanente, nocturna, atenta y vital, que no quita sus ojos.
El resultado, todavía, no estaba claro. El reloj marca casi las cuatro de la madrugada. Las activistas siguen tejiendo estrategias. Mayra Mendoza, Aracely Ferreira, Facundo Suarez Lastra (UCR), hacen referencia a la revolución de las hijas y al fervor de las nuevas generaciones en sus discursos. Daniel Filmus se pregunta como mira a los ojos a sus hijas si vuelve a su casa sin ley. Pero, por sobre todo, más allá de las palabras que traen a las jóvenes, a la solemnidad del Salón de los Pasos Perdidos, un cuerpo desnudo, pintado sobre Callao, con un espejo a la altura de los ojos, interpela a la política tradicional.
¿Qué ven cuando las ven? ¿A dónde miran cuando no las ven? Ellas, por las dudas, la multitud de hijas que pueblan el Congreso, que no se mueven, o se mueven en una marea conjunta, que pelea por un sexo verdaderamente libre, hacen una revolución brillante y de glitter verde. No se esconden. Y solamente pueden no verlas quienes no son capaces de ver a las grandes actoras políticos del Siglo XXI. Son ellas. Las hijas. Tomaron las calles. Y no las mueve nadie. No las ve solo quien no quiere verlas.