Como este texto fue escrito antes de Argentina-Islandia pero seguramente será leído después, el foco está puesto en la única certeza que podía pronosticarse antes del debut: nuestra hinchada no hizo la ola en las tribunas del Spartak -el segundo estadio de Moscú, que a diferencia del Luznhiki no tiene a sus puertas una estatua de Lenin con rasgo imperial-. Y no haberla hecho significa no haberla comenzado o, directamente, haberla interrumpido en el caso de que los islandeses la hubiesen iniciado –los rusos parecen demasiados serios hasta para gritar un gol, difíciles imaginarlos en un festejo sin un motivo específico-. Si una aerolínea alemana publicitaba sus vuelos baratos, a 20 euros, dentro de Europa, bajo el lema “somos alemanes, no bromeamos”, en el sábado moscovita alguien pudo haber dicho “somos argentinos, no hacemos la ola”.
Pero un Mundial, aunque sea en Rusia, un país para amar y maldecir en partes iguales (al final de cada día en Moscú la experiencia pudo haber sido grandiosa o desastrosa, depende de cómo haya soplado el viento, si desde el pulso hipnótico y fascinante de la ciudad o si desde sus latidos caóticos e indescifrables), implica a estadios de fútbol en los que decenas de miles de hinchas de diferentes países cumplen un rito: en algún momento de los partidos, no en todos pero sí en muchos, los espectadores harán un movimiento radial, levantándose de sus asientos y alzando sus manos, hasta dar una vuelta completa a la cancha. La ola es un clásico de las Copas del Mundo y los Juegos Olímpicos pero la hinchada argentina, que nunca se sumó ni se sumará, la destrata como si fuera un elemento intruso a la cultura futbolera. Y bajo esa mirada sectaria, en parte tiene razón: la ola surgió en Estados Unidos, en un partido de… béisbol.
Así como los Mundiales dieron hinchas famosos (el Cole, de Colombia; Manolo “el del bombo”, de España), el fútbol debería reconocer alguna vez al inventor de la ola, George Henderson, alias Krazy (sí, con K) George, o sea el Loco Jorge, hoy de 74 años y residente en Maryland, un estadounidense que hizo una larga carrera como animador de espectadores, profesión que en su país se llama cheerleader. Cuando la ola se desató por primera vez, en 1981, el Loco Jorge trabajaba para un equipo de béisbol, los Oakland Athletics, pero ya tenía un extenso currículum en diferentes deportes. En total, fue contratado para animar las tribunas de 29 franquicias de fútbol americano, béisbol, básquet universitario, hockey sobre hielo, fútbol (en la antigua NASL, el campeonato que duró de 1968 a 1984, pero no en la MSL), fútbol sala y, como si fuera poco, las selecciones de fútbol de Estados Unidos, de mujeres y de hombres, en Mundiales.
En 2013, el diario inglés The Guardian publicó una divertida nota en la que el Loco Jorge sacaba pecho: “No es que yo reclamo que inventé la ola, yo la inventé”. Si a los hinchas futboleros se les pregunta dónde nació la ola, la respuesta más probable apuntará a México, específicamente al Mundial 86. Incluso muchos mexicanos lo creen de esa manera; y, sin embargo, no fue así. Es cierto que el fenómeno se universalizó en esa Copa del Mundo, al punto que en Inglaterra y otros países pasaron a ser llamadas y practicadas bajo el nombre de “la ola mexicana”. Pero la historia es anterior. Incluso en una edición de la revista El Gráfico, en septiembre de 1984, hay una referencia a esa “extraña forma de aliento del público mexicano” durante un amistoso que Argentina jugó ante el seleccionado azteca en Monterrey, el 18 de ese mes. La novedad era tan grande que, entre los puntos positivos del frustrante 1 a 1 de aquel equipo de Bilardo todavía bamboleante, en la célebre revista se destacó que los jugadores argentinos, al menos, no habían perdido la concentración mientras el público se levantaba de sus asientos y generaba un movimiento que dio varias vueltas al estadio Universitario.
La primera ola recordada y reconocida ocurrió el 15 de octubre de 1981, en un partido de playoffs en Oakland, en California, entre los Athletic’s y los New York Yankees. Ese partido fue televisado y la nueva forma de aliento se dispersaría por el resto del país y de los deportes. El 31 de ese mes, apenas 16 días después, otro cheerleader, Robb Weller, de la Universidad de Washington, de Seattle, tomó nota de lo que había ocurrido al otro lado del país y provocó una segunda ola en el estadio Husky, durante un partido del campeonato universitario del fútbol americano, ante Stanford. Como si se hubieran desplazado las placas tectónicas que forman un tsunami, la ola se haría indetenible y en 1984 llegaría al fútbol de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, desde donde los mexicanos, proclives a adoptar las modas de su vecino del norte, la importaron, la bautizaron como la ola y en 1986 se la mostraron al mundo.
El Loco Jorge es un personaje que tiene una página web acorde a su megalomanía. “El hombre, el mito, la leyenda”, se presenta, después de dejar en claro que es “el inventor de la ola, el hombre que hizo levantar al mundo entero y alentar”. Fue en octubre de 1981, ya al frente del público de los Athletics en el Oakland-Alameda County Coliseum, que tuvo una idea: hacer un aliento a 360 grados. “Me costó tres o cuatro intentos, pero el público finalmente me siguió”. Dos semanas después, la Universidad de Washington copió el invento, pero sería el propio Henderson quien lo llevaría al fútbol: en 1982 se fue a trabajar a una liga regional de soccer en Canadá y en 1984 empezó a mostrarle su creación al mundo en los partidos de fútbol de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. A los pocos meses, los mexicanos estrenarían la ola en el amistoso contra Argentina, en Monterrey, y terminarían de universalizarla durante el Mundial de 1986.
Sin conexión con la ola, los hinchas argentinos repetirán en Rusia el “olé olé olá, cada día te quiero más; Argentina es un sentimiento, no puedo parar”. Más de un cuarto de un siglo después, es una sinfonía que sabemos y que cantamos todos, pero de la que pocos reconocen su melodía original. Los hinchas de San Lorenzo que mejor rastrean en la arqueología de su cancionero aseguran que nació en 1989 para un aniversario del club (por lo que tuvo que haber sido en abril), y que fue estrenada en la cancha de Huracán, donde el equipo jugaba entonces como local. El mito agrega que los cuervos estaban en un asado y que se inspiraron en la canción menos futbolera que podamos imaginar, una canción infantil de tiempos inmemoriales y autor anónimo: “La mar estaba serena, serena estaba la mar”. Eso, y unos cuantos vinos de más, derivaron en el “ole ole olá”.
Sin contar el ya demasiado gastado “Vamos vamos Argentina”, el tema que explotó en el Mundial 78 y que continuó con sus efectos residuales en las décadas siguientes (en simultáneo a una larga batalla judicial por sus derechos que terminó en 2007), la otra canción que en los últimos años adoptó la hinchada argentina no tiene ritmo de vals sino de tarantela. Podemos imaginarla con castañuelas y panderetas: “Esta es la banda de la Argentina, está bailando de la cabeza, se mueve para acá, se mueve para allá, esta es la banda más loca que hay”.
La tarantela es un baile popular de Tarento, en el sur de Italia, que nació en la Edad Media como antídoto contra las picaduras de las tarántulas. La única forma de liberarse de las toxinas del veneno de las arañas era, en aquella época, ensayar movimientos espasmódicos. Ese meneo derivó en un baile festivo que, siglos después y en otro lugar del mundo, la hinchada de Vélez la llevó a las tribunas argentinas en 1992. Más curioso es todavía que la canción, acompañada por el desplazamiento de los hinchas unos metros a la derecha y otros metros a la izquierda, nació inspirada en un equipo dirigido unas pocas fechas por un técnico interino, Roberto Mariani, un obrero del fútbol con una larga trayectoria como futbolista en el Ascenso y como entrenador en Bolivia y Chile y en las inferiores en Argentina, pero fugaz en Primera División.
La primera versión de la tarantela parece delirante 25 años después: “Cuando la punta quedaba lejos, vino Mariani con los pendejos, se mueve para acá, se mueve para allá, es una banda que es sensacional”. Cuando a Vélez se le terminó esa pequeña racha positiva y Mariani dejó el interinato, la canción y su movimiento rítmico desaparecieron varios meses hasta que en 1993, con la letra reformulada, se instaló para siempre. Primero fue “Miren a Vélez cómo se mueve, está bailando la tarde entera (o noche entera, según el horario del partido), se mueve para acá, se mueve para allá, es una banda que es sensacional”, y finalmente quedó en “Miren a Vélez cómo se mueve, está bailando la tarantela, se mueve para acá, se mueve para allá, esta es la banda más loca que hay”. Aquella canción coincidió con el comienzo del Vélez multicampeón, las hinchadas de River y Boca la tomaron y el tema se hizo popular, aunque con el ingreso de “de la cabeza” en lugar de “la tarantela”.
Esta vez, el Loco Jorge se la perdió. Y encima Estados Unidos no se clasificó a Rusia.