Los derechos no se piden, se aprueban. El junio del 2018 de la Argentina hace historia. Se para sobre las sillas de las mesas redondas en donde las mujeres no se sentaban a decidir, ni sobre sus cuerpos, ni sobre las políticas sobre sus cuerpos. Gana la calle y logra que el clamor que no es vencido por el frío, ni las horas, ni el desaliento o el miedo, no solo abrigue el deseo de libertad, sino que gane una pulseada política, que durante toda la noche del 13 de junio y la madrugada del 14 de junio, estaba perdido y que terminó en victoria. La primavera adolescente que copó las calles, apareció, una y otra vez, en modo singular, en modo político, en modo colectivo, en el discurso de diputados y diputadas, acompañada, precedida y motorizada por pioneras feministas en un lazo de género intergeneracional que rompió las fronteras de la política tradicional y de tradición, familia y propiedad que combatió, hasta el último aliento, la posibilidad del goce pleno de derechos sobre el sexo y el cuerpo. La batalla, finalmente ganada, tiene una serie de tejidos que van desde la autonomía política, la transversalidad partidaria, la convicción sin titubeos, la presión de la calle, la toma por asalto de las redes sociales, la irrupción de actrices y figuras de peso en el discurso público, la alianza de expertas y pioneras con adolescentes que tomaron colegios y la hinchada callejera, tres años después, del primer Ni Una Menos.
La revolución de las hijas, no en un sentido propio, familiar o acomodaticio, sino en un sentido político, logró, por primera vez, voz en el debate legislativo sobre el aborto legal, seguro y gratuito. Pero su voz no tenía voto (ni siquiera pueden ser legisladoras si son menores de 25 años) aparecieron, una y otra vez, en el discurso de los diputados y diputadas. Las jóvenes feministas no solo disputan en la vía pública, sino que tomaron a sus casas como campo de batalla y lograron transformar las mesas y las camas de sus propias familias. La intimidad es política y ellas ganaron esa batalla que se extendió a la política, el periodismo, la televisión, las actrices, las redes sociales, los colegios y las marchas.
Desde que comenzó el debate, el miércoles 13 de junio, a las 11 de la mañana, los discursos se sucedían sin freno, pero en voz baja solo importaba el poroteo: ver con cuántos votos se contaba para aprobar el aborto legal, seguro y gratuito. El intento de diputadas/os, activistas feministas y por la salud sexual y reproductiva, dirigentes políticas, ex gobernadoras, actrices y periodistas era incesante. A las 12 “TN” anunció “126 a 124”, con el aborto legal como goleador de un campeonato entre el Siglo XXI y la Edad Media y los votos arriba se aplaudían como un gol de penal en una final del mundo, en un mundo que, un día antes del Mundial, vibró como pocas veces frente a un hecho político y, más que nunca, por una reivindicación feminista en un país que ya está tomado por el temblor feminista.
Pero la calle era más optimista que el recinto en donde se transpiraba con el costo de una derrota política sin virtualidad, sino con las masas juveniles en lo más parecido a una democracia directa que la democracia tenga por estos días. En todo momento, atrás de las cortinas del Salón de los Pasos Perdidos, se intentaba convencer a los indecisos. Las cifras cambiaban, subían, bajaban, hasta que, ya entrada la noche, con la decisión de Elisa Carrió de no permitir que, entre los indecisos de sus filas (la Coalición Cívica) se votara a favor del proyecto, la posibilidad de aprobar el aborto legal parecía perdida. En la calle mientras tanto, la vigilia combatía el frío con frazadas, gorras y guisos, en las pizzerías “el aborto legal en el hospital” se cantaba entre las birras que apoyaban los vasos de vidrio y hacían cola por una muzzarella que llevara la noche a una épica de fraternidad colectiva.
Pero la tensión entre las puertas afuera del Congreso, que entraban por las ventanas con un canto que no dejo de sonar en toda la noche, ni en toda la mañana, se percibía con preocupación. El peligro acechaba como una posibilidad si una derrota, teñida por las prácticas más cuestionables de la política (denuncias de corrupción; sorteo de votos en redes sociales; extorsiones y amenazas de la Iglesia y sectores conservadores; pedidos u ofrecimientos de dinero, viajes, cargos o negociaciones a cambio de votos; cambio de posiciones por presiones eclesiásticas con métodos non santos de extorsión cuerpos a cuerpo; denuncias de diputados de doble moral que obligaban a sus amantes a abortar pero que votaban en contra del aborto legal) que no solo podían liquidar la posibilidad de elegir de las mujeres, sino enterrar la credibilidad de la política, en una discusión no regida por un dilema de valores, sino por prácticas cuestionables, fraudulentas y extorsivas de la política.
–¿No es una irresponsabilidad política abrir un debate y, después, perder una votación, con miles de jóvenes en la calle, que no tienen pensado volver a sus casas con la cabeza gacha, por votos en contra de dudosa procedencia moral? –le preguntó Las/12 a diputados oficialistas alienados con el aborto legal.
–Preguntale al gobierno que no lo entiende y no atiende el teléfono –se quejaba un diputado, en off the record, desde el oficialismo. Los diputadas y diputados de Cambiemos, definidos dentro de la marea verde, sabían que la conquista podía estar tan cerca como desencadenar un final inmanejable, con la presión de la vigilia en la calle. Habían pedido que solo intervenga Policía de la Ciudad y que el clima no fuera represivo. Pero la posibilidad de un estallido posterior a la derrota ocupaba gran parte de la tensión nocturna.
–Este es el dilema de las democracias modernas con libertad de acción, después se vuelve inmanejable la disputa interna -evaluaba otra diputada. En ese sentido, la interna entre el ala conservadora (encabezada con saña por Nicolás Massot, Presidente del bloque PRO en la Cámara de Diputados y el gran derrotado del 14 de junio junto con Elisa Carrio) y el ala verde o pro derechos (conformada por Daniel Lipovetsky, Karina Banfi, Sergio Whisky y Silvia Lospennato, entre otras/os) generó una grieta que es difícil que se cicatrice en una fuerza política dividida claramente entre dos sectores en pugna en relación a derechos sexuales, civiles y reproductivos.
Massot, además, heredero de una tradición familiar ligada al respaldo a la dictadura militar en el diario “La Nueva Provincia”, de Bahía Blanca, terminó nombrándose a sí mismo como parte de la dictadura en un cruce memorable. “La libertad de la mujer se impone al más importante de los derechos humanos en el que espero que todos seamos referentes porque las mujeres ya no van a tener derecho a nacer y los hombres no tienen ninguno de los dos”, alegó. Y cuando aludió a los derechos humanos reflotó un ensañamiento contra el diputado Horacio Pietragalla, nieto recuperado e hijo de padre y madre desaparecidos/as (FPV) que le contestó con un gesto de roce de dedos en alusión a que los conservadores solo son los jóvenes con dinero. Pero, además, cruzó, directamente a Juan Cabandié, también nieto recuperado.
–¿Vos dónde estás hoy Juan, dónde estás parado?, le preguntó Massot. “Nunca en democracia nos animamos a tanto Juan, ni en democracia ni de otra manera”, argumentó el Presidente del bloque PRO. En ese momento, la diputada Mayra Mendoza (y una de las más fervientes defensoras del proyecto desde el kirchnerismo y constructora de la transversalidad con la otra ala de Cambiemos, la UCR, la izquierda, Libres del Sur y Movimiento Evita) lo interpeló: “Pero sí en la dictadura se animaron”. Y Massot respondió: “Tampoco en ese momento Mayra, tampoco en ese momento nos animamos a tanto”, en el uso del “nosotros” como parte de la dictadura militar que cometió un genocidio, robó bebés, obligó a las mujeres a parir en centros clandestinos de concentración, ejecutó violaciones sexuales, forzó a mujeres a abortos no consentidos y prohibió de forma total los anticonceptivos.
En la misma fuerza (Cambiemos), pero desde otro origen ideológicos los diputados/as radicales (y otras con mandato cumplido presentes en el recinto), pedían a Cambiemos responsabilidad política y recordaban el ejemplo de Raúl Alfonsín y Florentina Gómez Miranda que llevaron adelante el proyecto de divorcio con la oposición de la Iglesia. “A Florentina la escupieron, le pegaron chicles en la cabeza y le gritaron asesina. Hay que estar a la altura de su ejemplo”, recordaba una ex diputada radical.
En el top ten de los anti derechos que se retiraron, con la luz del día, y la campera amarilla como emblema de un conservadurismo frenado está el diputado Alfredo Olmedo que atacó el corazón del feminismo: “¿De qué respeto me hablan las de Ni Una Menos? Ni Una Menos. O se va un hombre o se va una mujer”. Pero, además, defendió los derechos de los varones en decadencia de poder y lloró por la pérdida de hegemonía: “Cuando tienen vida lo buscan al padre para que cargue con todos los gastos, pero cuando lo quieren matar el padre no tiene derecho a criarlo”.
El premio al papelón y la defunción política se lo llevo Facundo Garretón, ( Cambiemos, de Tucumán) que había denunciado presiones para que vote en contra de la legalización y decidió abrir una encuesta para que la gente opine sobre el aborto legal. Ganó el sí. Pero el anunció su voto en contra. Y, su nombre se convirtió en símbolo de traición y fantochada política, en redes sociales y en los cantos de la mañana en el recinto.
Otro hit fue el de la dipu-pet Estela Regidor (UCR-Corrientes) que llevo la discusión a una comparación veterinaria. “Seguro que muchos de ustedes tienen mascotas ¿Qué pasa cuando una perrita queda embarazada? No la llevamos al veterinario a que aborte. Enseguida salimos a buscar a quién regalarle los perritos”, propuso. Yeguas, perras y aborteras. Qué sea ley.
A la mañana, después de una conferencia de prensa de las diputadas firmantes del dictamen para el aborto legal, seguro y gratuito, después de una salida por móviles de Dolores Fonzi y Alejandra Flechner. A las siete, ya con el cansancio en sus ojos, sin maquillaje, con el conteo que daba perdida la ley, Dolores se paso simplemente manteca de cacao por los labios, escuchó y se levantó de su silla para ir a pedir aire y apelar, desde las cámaras de televisión, a la necesidad social de la aprobación de la ley.
El clamor y la presión mediática, política, pública, juvenil, feminista, se hicieron sentir. A las 8.30 de la mañana apareció la noticia. Un tuit del periodista Gabriel Sued (gran contador público de los votos) anunció que no solo el pampeano Sergio Ziliotto iba avotar a favor del aborto, sino que (por una intervención del gobernador de La Pampa Carlos Verna) Ariel Rauschenberger y Melina Delú (PJ) también iban a votar a favor de la ley. El cambio se originó en un pedido del Gobernador Carlos Verna y en la presión que implicaba que el aborto legal estaba perdido y las jóvenes en la calle desamparadas frente a una política sorda a su reclamo. No era igual no acompañar un proyecto ganador que ser verdugos de la derrota. Eso dejo la votación a 129 a favor, 125 en contra y una abstención. A partir de la noticia, el Congreso de la Nación se empezó a palpitar una fiesta, arriba de las sillas, con un canto unánime por el aborto legal y los abrazos y lágrimas de una jornada época. Arriba, en el cuadro, que mira como un mural de museo, sesenta muchachos pintados al óleo miraban una escena que nunca podría estar colgada en la historia argentina. En la política pintada solo había varones. Ahora, en cambio, las mujeres copaban en voz, voto y demanda el acceso pleno al derecho a la salud y al goce. Ya paso al Senado de la Nación. Qué el sexo sea un derecho y el aborto legal una ley.