Las chicas van tomadas de la mano hacia Callao por la vereda de Presidente Perón, ese nombre al que la semana pasada cierto revisionismo justicialista patriarcal quiso empastar sin suerte en la línea antiderechos. “Nosotras estamos en un espacio nacional y popular también”, dice una de ellas palpando los contornos del corazón verde que estampa su frente. “Pero esas discusiones están saldadas hace rato con las leyes de Identidad de género y de Matrimonio igualitario. Queremos decidir porque queremos vivir libres y en el disfrute de nuestros cuerpos. No hay machirulaje político que pueda torcer este rumbo.” Una estudiante, la otra cajera de un supermercado, tienen 19 y 22 años, se conocieron en una de las plazas de Amor Sí, Macri No, y nunca más se separaron. “Estamos cansadas de que nos digan lo que tenemos que hacer. Bah, ya nadie nos dice qué hacer y eso es lo que más nos gusta.” Son las 18.30 y a sus espaldas la marea verde avanza desde Sáenz Peña, adonde el subte A llega salteado porque un chofer hace alianza desde el altavoz de los vagones y avisa que no habrá parada. “Pero no se preocupen, arriba es una fiesta y todes van a bajar en la próxima estación para poder marchar.” Uno de los vagones, esas formaciones que por un día abandonaron el amarillo para convertirse en verde brillantina y magenta feminista, detona en aplausos y aullidos tribales de adolescentes que cantan abrazadas hasta que una voz difusa de varón les dice “por qué no van a estudiar, che”. Una de ellas le interrumpe la frase con un cachetazo a la recomendación. “Callate, fértil de mierda. No te das cuenta de que tenemos derecho a abortar”, y el vagón vuelve a estallar en carcajadas. El resto, las veteranas que viajan sentadas, se descubren sonrientes, aliviadas. En sus miradas parecen decirse esta vez sí ganamos.
Desde Rivadavia hasta Corrientes la vigilia es un tumulto panorámico de intervenciones, performances en ronda con las manos pintadas de verde, tamboras haciéndole eco al deseo y fogatas que se comen el pálido latido político que transcurre en el recinto y poco estuvo a la altura de esa marea feminista, popular y diversa. Por dos días y una noche, lo histórico fue la determinación aguerrida de adolescentes, mujeres, lesbianas, trans y travestis exigiendo derechos. “No importa si Diputados aprobaba o no el proyecto. Más tarde o más temprano se iba a ganar. En este reclamo ya dejamos claro qué queremos para nosotras y para nuestras hijas”, dirá la mesera de un bar próximo a Sarmiento. La escucha una mujer migrante del Movimiento Popular La Dignidad que entrega volantes #Se Va a Caer, convocando a las brigadas de agite callejero y a los talleres de formación sobre ESI y contra la violencia machista en las escuelas y los barrios. “Feminismo popular disidente para jóvenes”, agrega orgullosa Aída mientras sujeta el brazo de la cronista. “Los derechos de las niñas y las mujeres tenemos que hacerlos realidad juntas.”
Es que en ese adueñarse del espacio público, todo lo construido en una manifestación inmensa y propia, y la toma de colegios secundarios son decisiones políticas colectivas y poderosas que terminaron de inclinar la balanza en forma decisiva. Sólo así podía ser aprobado el proyecto de la Campaña Nacional por el Aborto Seguro, Legal y Gratuito, con una pueblada en las calles.
“La movilización social es conmovedora, sobre todo por el compromiso que asumieron y el cuerpo que le están poniendo las pibas de los secundarios y las estudiantes universitarias. Tomaron la causa y la hicieron suya. Es esperanzador escuchar la claridad de los argumentos con que hablan y defienden sus derechos”, sostiene Cecilia, sin apellido pero anoticiando 42 años. “Y las que somos más grandes lo hacemos por ese colectivo enorme y heterogéneo que conformamos las mujeres, pero especialmente lo hacemos por ellas, por las más jóvenes, por nuestras hijas.” ¿La legalización es producto de de este impulso? “Sí, pero también de una seriedad y un compromiso impresionantes que tienen que ver con la militancia y con una causa de siempre que hace trece años empezó a mover la Campaña (por el derecho al aborto) por todo el país.”
La euforia recorre esta parte de la ciudad, mal que les pese a los vallados de las avenidas bombardeadas por las obras del Gobierno de la Ciudad. Nada importa salvo las escenas colectivas encendidas en miles de fueguitos verdes. “¿Te gusta cómo me queda el pañuelo? Mañana no quiero ir a gimnasia, quiero salir de nuevo a la calle a marchar”, protesta una adolescente del brazo de su madre, que la abraza emocionada junto a la bandera de NiUnaMenos. “Las mujeres queremos decidir, la Iglesia se tiene que ir”, canta en la esquina de La Opera una agrupación felizmente premonitoria. “A ver Mauricio/ a ver si nos entendemos/ Las mujeres nos morimos por aborto clandestino/ Salimos a la calle/ Salimos a luchar por aborto libre, seguro y legal.”
Cerca, una chica trans con un moño precioso que el viento se empecina en arrimarle a la nariz, regala pedagogía. “Nosotres queremos ayudarles a sacarse la vergüenza.” El cielo de Callao nunca estuvo tan cargado de estrellas como esta noche.