“Aquí me han dicho que soy enfermo, que me van a someter a un tratamiento... entonces, ¿qué culpa tengo yo si no puedo sujetarme?”. La frase la dijo Cayetano Santos Godino, en el Hospicio de las Mercedes, y fue publicada en el diario La Patria degli Italiani, en noviembre de 1915. Entonces él mismo declaraba haber cometido once delitos, “tres muertos y ocho lastimados”. Los muertos y lastimados eran niños. “El petiso orejudo como Estropeado –el personaje del cuento ‘El niño proletario’ de Osvaldo Lamborghini– fue el blanco de todo lo que su época barajaba entre la modernidad científica y el cromagnonismo retórico. Literatura postochentista dispuesta a difundir que el puerto de Buenos Aires es la gran vagina que expulsa sobre la ciudad una inmigración bacteriana –en la cama del cocoliche sólo se podría parir un degenerado–, sociología biologista, psiquiatría fantástica, estética policial, todo converge en ese cuerpo con orejas en pantalla que posa para los legajos policiales contra un fondo de nubes de cartón pintado, con traje marinero, un hilo en la mano o desnudo, las piernas separadas, exhibiendo un sexo elefantiásico”, plantea María Moreno en El petiso orejudo, originalmente publicado en 1994, que se vuelve a reeditar en la colección 8M y saldrá mañana junto a PáginaI12.

“El petiso orejudo era la figura mítica de los relatos de mi abuela. Lo que más me impresionaba era que era un niño que mataba a niños. Me contaba la escena esa morbosa en que le clava un clavo en la cabeza a una de los niños”, recuerda Moreno el principio del interés por la figura de Cayetano Santos Godino (1896-1944). “Como siempre en mi vida, el libro empezó por un encargo. Lo que pasa es que me encargan lo que deseo. O adivinan o me las arreglo para desear lo que me encargan. Yo trabajaba para la revista Delitos y castigos, que dirigía Mauricio Cohen Salama, que fue director de la colección ‘Memorias del crimen’ para Planeta, donde se publicó el libro”, agrega la escritora, que había hecho un primer intento de escritura cuando estaba embarazada, entre los 25 y 26 años. “Estaba embarazada y escribía sobre El petiso prejudo; era para que las psicólogas me pusieran en el cuadro de honor de madre desnaturalizada –ironiza la autora de Oración, Black out y Vida de vivos, entre otros títulos–. Entonces estaba muy copada con Manuel Puig, pero también con las historias de vida que aparecían a partir de la antropología y la revolución cubana, como la Canción de Rachel y Biografía de un cimarrón, de Miguel Barnet”.

En plena dictadura cívico-militar, Moreno consiguió ver el prontuario de Cayetano Santos Godino gracias a un periodista que trabajaba en Tribunales. Tomó algunas anotaciones del expediente y escribió una versión en primera persona, como si fuera el petiso orejudo. “Quedó un texto sádico –reconoce la escritora–. Entonces se lo llevé a Tomás Eloy Martínez a La Opinión, a quien no le debe haber gustado mi versión de Puig mezclado con Barnet. Me dijo que estando bajo un gobierno militar parecía una apología de la tortura. Y que a Jacobo (Timerman) le parecía que no iba a pasar la censura”. Las curiosas piruetas del destino regresan con una anécdota sobre cómo consiguió un puñado de viejas revistas. “A pesar de que mis padres eran profesionales, vivíamos en un conventillo, donde estaba mi abuela Asunción, que no se quiso mudar jamás, por más que había habido un ascenso de clase –cuenta Moreno–. En ese conventillo había un sargento Vera, que dirigía la garita de vigilante de la esquina, que compartió la pieza con un tipo que resultó ser un chorro que se llamaba Alcides Zurbarán. Todos nos reíamos del policía porque había vivido años con un chorro, sin saber que era un chorro. Además, el chorro era muy elegantón, usaba unos trajes impresionantes, tenía unas corbatas con una sirena pintada, zapatos de doble color... Tenía siempre artículos importados, por ejemplo un burrito de plástico que por el culo largaba el cigarrillo encendido. Era un extravagante. Zurbarán me decía en joda: ‘cuando yo no estoy, Vera se prueba mi ropa, pero no sabe de qué se disfraza’. No hizo mucha carrera el sargento Vera. La Comisaría 7° tiene una biblioteca policial muy grande y me lo encontré a Vera ahí. Dirigir la biblioteca como cana no es un ascenso. El sargento Vera me dio todas las revistas en las que apareció El petiso prejudo”.

Aunque el objetivo de la colección “Memorias del crimen” era que Moreno escribiera un policial “popular y excitante”, le salió un libro foucaultiano, impactada por la lectura del filósofo francés Michel Foucault. “Yo hice un libro híbrido porque tendría que haber puesto en el final toda la bibliografía en torno a un trabajo muy grande de investigación”, explica la escritora.

–Por ejemplo, se entrevistó con Isaak Vainicoff, el hermano menor de Reina Bonita, una de las víctimas del petiso orejudo.

–Sí, pero como después pongo en la parte “Conjeturas de un novelista tropical”, creo que El petiso orejudo no mató más que al primero, a Jesualdo Giordano. Hubo bastantes textos posteriores que un poco probaron que la muerte de Reina Bonita tuvo que ver con la mafia ligada a la prostitución. En esa época te podían condenar en base a tu confesión, no se tenía que probar el crimen, como sucedió posteriormente. El Petiso era megalómano; por lo tanto, aprovecharon para endilgarle todos los crímenes que no estaban resueltos en la ciudad. Lo mismo el caso (Arturo) Laurora, que está ligado a un crimen de tipo sexual. Y también se lo achacaron o él lo confesó. No había categorías para pensar en ese momento al Petiso Orejudo.

–¿Cómo se le ocurrió comparar a Estropeado de “El niño proletario” y al petiso prejudo?

–Quería arreglármelas para hacer el libro que deseaba. Entonces hice una cosa muy marcada por la revista Literal, que es una apropiación del personaje de Estropeado y de Larvas, de Elías Castelnuovo. Hay párrafos enteros que están intervenidos. La cita del Estropeado es explícita porque además me parece que lo que hace ahí Lamborghini es una parodia de la literatura victimista de la izquierda, ¿no? Y hace un objeto de sadismo, denuncia ese goce, donde el detallismo a favor de la víctima en realidad delata un goce sádico. Eso no le pasó al Petiso, que no fue levantado como víctima nunca.

–El petiso nunca fue visto como víctima hasta su libro...

–Sí, puede ser... Hay algo de pretender ser la abogada postrera del último orejón del tarro. Lo que hubo, al contrario, fue un ensañamiento. Usé reportajes de la época que tenían ese modelo esperpéntico de escritura y le daban con todo.

–Lo definen como “un desgraciado que lleva el estigma de la más profunda degeneración”...

–Era la prosa de época, en la que no diferenciás al cronista del médico legista; era una prosa modernista, esperpéntica y super literaria, disfrazada de científica. Hay que pensar que (José) Ingenieros publicaba en su revista textos titulados “Cómo blanquear a un negro” o “Infanticidio entre los pájaros”. Las metáforas eran absolutamente caprichosas y no podían pensarse del lado de la ciencia.

–¿Por qué le interesó tanto la     familia del petiso, cómo eran sus padres, sus hermanos?

–Quería hacer una recreación de toda esa literatura sentimental y al mismo tiempo sádica, por ejemplo el libro Corazón, de Edmundo de Amicis. El Petiso también tiene marcas de Corazón; hice folletín con él. Pero fui relativizando la sospecha primera sobre los padres; hubo una estigmatización de los extranjeros y pensaron que la muerte de Jesualdo fue producto de las enormes palizas que había recibido, de que el padre era borracho, de que había violencia ejercida contra él. Los pobres no confiaban en la policía, a los testigos había que ir a buscarlos a las casas, porque no se presentaban espontáneamente las madres con hijos agredidos supuestamente por El petiso orejudo. Tuvimos testimonios únicos en cada caso. Había una violencia propia del pobrerío que no lo hacía un sujeto muy diferente del resto. Se organizó una asociación para proteger a los niños, pero pensada para proteger a los niños de clase media de los niños de clase baja. Lo que se generó alrededor de él fue el paradigma del inmigrante pobre transformado en enemigo público número uno.

–¿El petiso orejudo fue algo así como el gran monstruo nacional?

–Claro, el petiso orejudo es el gran monstruo nacional. Claramente, cada médico lo construyó de acuerdo a lo que estaba investigando en su propio discurso. (Víctor) Mercante lo vio bastante inteligente. Para los doctores de la policía era un imbécil, una categoría de diagnóstico psiquiátrico. (Domingo) Cabred era un psiquiatra progresista que creía en el manicomio como un espacio de educación y planteó que el Petiso era inimputable, quiso mantenerlo en su propio territorio, que a su vez se pensó como un lugar utópico. Trabajé bastante ese espacio del Hospicio de las Mercedes, donde los locos proveían al Estado y fabricaban féretros para el hospital Rawson, fabricaban sus propios chalecos de fuerza... Todas las partes que eran de investigación rigurosa del libro fueron tomadas como una invención mía. Es un libro pensado como delirante, cuando es una reconstrucción de discursos de la época.

 

–¿Por qué hay partes del libro que trabajó como si escribiera una novela?

–Para mí eso es un error, es algo en lo que pensé que me había equivocado. Trabajar la subjetividad del Petiso, por ejemplo, cuando en realidad me estaba peleando con medios que le atribuían intenciones indemostrables, porque además lo leían de acuerdo a la bibliografía internacional. Trataron de hacerlo encajar con fórceps en “la fauna de la miseria”.

–El juez de primera instancia, el doctor Oro, sobreseyó a Cayetano Santos Godino y dictaminó su internación en el Hospicio de las Mercedes. ¿Por qué terminó preso en Ushuaia?

–Empezó a aparecer la presión social y un cambio de criterios en el espacio jurídico, se pasó de castigar un crimen cometido a la prisión para prevenir un crimen por cometer. La condena estuvo ligada a la idea de que iba a reincidir, que era un concepto nuevo en ese momento. Antes primaba la idea de castigar el crimen cometido. A su vez, apareció la idea de defensa de la sociedad; por eso a él no lo soltaron nunca. Si bien la voz del Petiso no se puede reconocer nunca, salvo esa frase maravillosa que puedo aplicar para mí misma: “¿qué culpa tengo yo si no puedo sujetarme?”. Cuando ya había sido castigado a prisión por tiempo indeterminado en Ushuaia, ya no estaban ahí los médicos apremiándolo para que fuera funcional a sus modelos ideológicos. Lo interesante es ver cómo el mito sobrevive a cualquier tipo de investigación con cierta lógica, porque la gente que leyó el libro igual se sigue quedando con la idea de que lo mataron los presos porque el petiso mató a dos gatitos de la cárcel. Pero eso había sucedido diez años antes de su muerte. El murió por un estado de abandono absoluto, por una úlcera no cuidada.

–Aunque la familia del petiso   tuvo contacto con él un tiempo,    pareció sentir vergüenza y lo dejó abandonado a su suerte. ¿Intentó comunicarse a través de la guía telefónica con los Godino?

–Lo dejaron caer, si se quiere. Más allá de que no eran analfabetos, era impresionante ver cómo esa familia quedó en un estado de pobreza. Yo hice una lista de las profesiones de cada uno y siguen perteneciendo a la más baja capa proletaria. Creo que pantalonera era lo máximo a lo que habían llegado. Ni siquiera había un empleado público. Cuando llamaba a los Godino, me cortaban. Algunos no eran parientes ni sabían del caso, pero en un caso que sí eran parientes, me cortaron. Seguía siendo un horror en la familia y por supuesto no tenían ningún interés en testimoniar sobre esa historia.

–Quizá para los familiares fue difícil escapar del estigma, ¿no?

–Sí, o seguían pensando en la herencia en términos lombrosianos y creyeron que hablar sobre el apellido podría traerles algún tipo de conflicto. Pero no sabemos...

–¿De Cayetano Godino “no queda ni el polvo de sus huesos”?

–Esa frase genera un efecto literario en el libro. Cuando levantaron el cementerio de Ushuaia, me contaron que alguien se robó los huesos de Godino. Y como se destruyó el cementerio, no hay una tumba. Escribí sobre la vida de un hombre infame, como lo registró Daniel Link en la primera presentación del libro, tomando categorías de Foucault... Es un libro que tenía olvidadísimo, leerlo ahora fue como leer el libro de otra persona. Lo que me impresiona es mi identificación con El petiso, parecería que comparto sus pulsiones...

–Aunque los diálogos sean documentos de interrogatorios y entrevistas, se percibe cierta simpatía hacia la figura de Godino.

–En el final hice un poco de malditismo, me salté a otro género literario porque me sentía muy constreñida a hacer un relato literal, con los recursos del cronista de policiales de generar suspenso. Me daban ganas de poder canibalizar otros géneros. De hecho, es el libro más ambicioso en cuanto a apropiarme de elementos de otros proyectos literarios.