Cristiano Ronaldo encara en el área, en una de sus primeras intervenciones en el partido, hace una bicicleta, lo enganchan y es penal. Ronaldo mira fijo el arco como ajustando la mira, como agrandando el amor de los que lo quieren, y la bronca de aquellos a los que no nos cae bien el vedettismo del tipo. Ronaldo tira con clase a la derecha del arquero, que se mueve para el otro lado. Gol de Ronaldo. Uno a cero contra España. Pasan otras cosas en el partido, España y Ronaldo están 1-1 cuando Ronaldo recibe un pase en la entrada al área y patea. No es un tiro débil, pero tampoco es difícil. De Gea se recibe de arquero del Liverpool y no pone bien las manos y la pelota se le esfuma. Gol de Ronaldo. Dos a uno. Pasan cosas, España pasa al frente y sobre la hora le hacen foul a Ronaldo. Tiro libre para Ronaldo. “Lo único que le falta a este cabrón es meter el gol de tiro libre”, debe haber dicho más de uno en la Argentina y en España. Tira Ronaldo, la barrera se levanta, pero no llega, De Gea hace fuerza con la mirada, pero nada. Gol de Ronaldo. Golazo de Ronaldo. Ronaldo festeja como le gusta con ese último saltito de atleta sobre un aparato para que todos vean que ahí está él. Termina el partido. España 3, Ronaldo 3. Cuando termina el partido la cámara se queda con Ronaldo, mientras en todo el mundo se piensa en duplicar la fabricación de camisetas de Portugal con el número 7, y se escriben crónicas tan poco originales como ésta, que gira en torno de una de las figuras del Mundial que en 90 minutos respondió a todas las expectativas. Ronaldo no toca muchas veces la pelota, parece formar parte del decorado de la cancha, pero de pronto aparece con el cuchillo afilado y lo clava en el corazón de los rivales y de todos los que solemos odiarlo y una vez más tenemos que terminar admirándolo. El tipo es un monstruo porque él solo se las ingenió para mandar a segundo plano la deslumbrante producción colectiva de su rival.
Lo que pasó entre gol y gol de Ronaldo es eso, que España jugó muy bien, un calificativo que surge de promediar los pasajes en los que brindó un fútbol de alto vuelo, los ratitos en que conservó la pelota sin agredir, y algunos ratitos de dispersión en los que no superó colectivamente a los portugueses. Los buenos momentos hicieron que nadie se sorprendiera por la llegada de los goles.
1) El empate de Diego Costa, después de cometer un foul que el árbitro no advirtió o quizás lo vio y dejó seguir, generosamente, porque la escena incluía un cuádruple amague y un empate “a la ratonera”, como decían los antiguos cronistas; 2) El otro gol de Diego Costa sobre la raya de gol en una jugada que pareció de laboratorio (“producto del trabajo de Hierro”, podría llegar a decir algún comentarista trasnochado); y 3) una joyita de Nacho, después de una genialidad de Iniesta que sólo se puede advertir si repiten completa la escena y muestran cuando el jugador del Barcelona inicia la acción ganando una pelota que parecía perdida.
Fernando Hierro puso un equipo que se sabía de memoria sin modificar nada de lo que tenía planificado el cesanteado Lopetegui; y los jugadores que saben lo que tienen que hacer, juegan de memoria. Da la sensación de que se la pasan entrenándose todo el día para el llamado “loco” (el toque cortito y de primera ante rivales que se desesperan para pellizcar al menos la pelota) en todos los sectores de la cancha. El toque de los mejores momentos se complementó con cambio de ritmo, aceleración, centro atrás y remate al arco cuando se logran los espacios.
¿Cometió algún pecado España para empatar un partido que con el 3-2 parecía liquidado? Tal vez toqueteó demasiado la pelota sin profundidad, reteniéndola en sesiones de un minuto, dos o tres. Por otro lado, el técnico sacó a Iniesta y a Diego Costa, que habían sido dos de los mejores del equipo junto con Isco, Nacho y Busquets, aunque podrá argumentar que los vio cansados.
Pero más allá de esos detalles, la razón del 3-3 final hay que buscarla por el lado de Ronaldo, Ronaldo y Ronaldo.