La tarea editorial del rosarino José Sainz ya se revela fundamental. Los dibujantes que trabajan con él le reconocen una labor afilada, dedicada a la discusión crítica. Además de aportar una mirada distintiva en la Editorial Municipal de Rosario, con esos libros paradigmáticos que son Informe. Historieta argentina del siglo XXI (2015) y El volcán (junto a Musaraña Editora, 2017), hace también lo propio desde los sellos bonaerenses Maten al mensajero y Wai Comics. En el primero, junto a Santiago Kahn; en el segundo, con El Waibe e Iván Riskin. Los libros resultantes se cuentan entre lo mejor que el medio produce. Acá algunos de ellos.

 

Flores y sororidad

Tengo unas flores con tu nombre (Guía práctica de sororidad) (Maten al mensajero, 2018), de la rosarina Jazmín Varela, está camino a convertirse en un libro emblema, con una segunda edición en camino. Se trata de un libro problemático, complejo, definirle sería un atrevimiento. ¿Fanzine? No. ¿Historieta? Tampoco. ¿Libro ilustrado? Quizás.

En todo caso, el libro -con grapas, ojo‑ de Varela puede referirse desde la galería de retratos que la autora exhibe, con mujeres unidas desde la sororidad del título. Ilustraciones a página completa (24 x 17 cm), en color, donde el trazo de la autora delinea mujeres protagonistas. Así como Roy Lichtenstein inscribía sus cuadros en acciones suspendidas -cuadritos sin antes ni después‑, Varela hace lo propio mientras hilvana una sensibilidad compartida: entre todas ellas hay un vínculo que se entreteje.

La autora ha señalado que el germen estuvo en su propia experiencia, a partir del cuidado cotidiano con otras mujeres. El libro mismo, desde ya, puede señalarse como un gesto de sororidad hacia las lectoras, porque aun cuando el lector pueda ser masculino, lo cierto es que se trata de un libro feminista. Tengo unas flores es el reverso de la iconografía instaurada por el patriarcado, donde la mujer es cosificada. En Varela, los globitos de diálogo -otra vez Lichtenstein‑ dicen para que cada lectora complete: "Amiga, rajá de ahí", "La paja es clave", "La estigmatización nos margina", "No estás sola".

 

"Guía práctica de sororidad".

 

 

Ciudad digital

Adentrarse en Ciber‑City (Wai Comics, 2017) es hacerlo en un mapa sin brújula. Esto es más o menos así. Porque Juan Vegetal tuvo que ordenar y diseñar este libro colorido y atractivo, así como decidir dónde ubicar los cuadritos en la páginas, y organizarlas desde una especie de relato. Dentro de Ciber‑City pareciera no haber asidero.

Si se trata de una alteridad digital, fraguada desde las nuevas tecnologías -tal el acontecer dilemático del argumento, con personajes trasnochados en una ciudad hecha de pixels‑, las herramientas gráficas del artista son bien analógicas, con tachones, lápices y fibras de colores varios. Desde esta apuesta formal, Ciber‑City encierra una contradicción que es, justamente, atención por los procedimientos artesanales, en franca discusión con la otredad que las redes sociales promueven.

Ahora bien, no se trata de una bajada de línea, sino de la aseveración de que hay ánimas mutantes nacidas y por nacer. De esa combustión nacen las páginas de Juan Vegetal, algunas sin un rumbo aparente, habitadas por historias sugeridas, superpuestas; otras, con una predilección por el detalle y el diseño general, que las vuelven un lugar donde reposar la mirada y descansar, luego de un ir y venir casi caótico. Los dibujos de Vegetal serían algo así como el resultado de horas de insomnio pegadas a un monitor insatisfecho. El dibujante no se separa del asunto, sino que lo asume y afila sus lápices.

 

"Ciber‑City".

 

 

La infancia dibujada

Si el concepto de contar una historia pareciera estar -y lo está‑ en entredicho con los ejemplos previos, La barranca de la muerte y otras historias (Maten al mensajero, 2018), de Javier Velasco, aporta un libro a todas luces entrañable.

A partir de historias de la infancia, con el grupo de amigos y el viejo barrio por protagonistas, Velasco desgrana relatos teñidos de pantalones cortos, pelotas de fútbol, el primo del campo, autitos y bicicletas, rieles de tren y vecindario. El blanco y negro de la propuesta es bien clásico, de claridad expositiva en lo figurativo -apenas contornos para caracterizar de modo suficiente los personajes y lugares‑, con un clima de ensoñación patente desde la primera historia, con la pelota perdida en la noche que crece, y la última, con los niños vueltos puntitos, estrellitas, disgregados de igual modo.

A lo largo de este entramado, surgen recovecos que se saben piezas de un rompecabezas que sabrá armar el paso del tiempo: el vecino rockero con destino en Malvinas, las palomas mensajeras del abuelo ruso, la inquietud que despierta la vecinita, la viejita arrugada de tardes tristes. Podría decirse que el mismo libro de Velasco es el intento de dar respuesta a todo ello, desde un dibujar que le debe haber significado un golpe emotivo, con el que tuvo que haber lidiado. Eso es algo que las páginas dejan traslucir, y logran que el lector quede prendido de un clima cariñoso, también urticante. Salirse de la lectura cuesta.

 

"La barranca de la muerte y otras historias".

 

 

Los dibujos y uno mismo

Como corolario, un libro que es un diario íntimo, disperso y ordenado. Algo de todo esto hay en La vida real (Wai Comics, 2018), de Martín Garabal. Con elogios de Liniers, Tute y Oscar Grillo, el recorrido que Garabal practica pareciera un ajuste de cuentas consigo mismo.

Ilustraciones, ideas sueltas, casi historietas, chistes repentinos, toda una travesía que recopila, al decir del autor, doce años de hacer dibujos para nadie. Un tramo de vida que le alejó de la publicación pero, evidentemente, no del dibujo.

Este ponerse al día da la impresión de ser una exposición por momentos caprichosa, en otros muy sentida. Así como lo es el mismo día a día de cualquier vida. Garabal dice que guarda todos sus dibujos, de toda la vida. Revisarse a sí mismo no debió ser una tarea fácil, pero el libro consecuente ha valido la pena: la vida real del título aparece dibujada, y nada más cierto que ese estado de ánimo del momento vuelto grafía. Un atrevimiento al que el artista invita y que sabrá compartir en persona el próximo sábado, cuando en Gran Reactor (Moreno 477) presente este libro.

 

"La vida real".