Se fue Federico Sturzenegger, uno de los peores presidentes del Banco Central que tuvo la economía local. La afirmación no remite a ideología o a cuestiones personales, relativamente improcedentes para el análisis, sino que se basa en la relación entre los objetivos enunciados y los resultados conseguidos.
Repasemos algunos. Sturzenegger comenzó su gestión con un dólar a poco más de 9 pesos por unidad y el último viernes rozó los 29. Es decir que en poco más de 30 meses “la defensa del valor de la moneda por parte de un Banco Central independiente” dejó una suba de la divisa de más del 200 por ciento o una devaluación del peso de casi el 70 por ciento.
En paralelo, antes que “desinflar” los precios, para lo que estableció un sistema de Metas de Inflación que incumplió sus metas hasta el ridículo, se infló la bola de nieve de las Lebac. Para no tirar al bebé con el agua sucia de la bañera vale aclarar que no está mal utilizar la herramienta del carry trade, es decir ofrecer a los inversores internacionales un diferencial de tasas positivo para atraer dólares financieros. Se trata de una herramienta clásica para financiar los déficits de la Cuenta Corriente del Balance de Pagos que utilizan la mayoría de los países en similares circunstancias. No existen muchas herramientas más, las otras vías son endeudarse o liquidar reservas. Lo positivo del carry es que el ingreso de dólares se obtiene contra pasivos en pesos.
La limitación, como fue el caso de las restricciones cambiarias en tiempos de Guillermo Moreno, fue el manejo inadecuado de un instrumento válido. En este caso, la creación de inmensos vencimientos de corto plazo que terminaron presionando sobre el tipo de cambio, precisamente lo que se quería evitar. Luego, la alta nominalidad de la tasa de interés de referencia no alcanzó ni para frenar la inflación ni, ya en 2018, para garantizar la suficiente tasa positiva en divisas, requisito fundamental para que los inversores del exterior opten por quedarse en pesos. La devaluación brusca a partir de diciembre de 2017 fue una señal de que las reglas del juego habían cambiado y por lo tanto un dato para que estos inversores salgan de la plaza argentina.
La corrida iniciada a fines de abril, que prácticamente no dio respiro desde entonces, fue consecuencia, pero también causa, de la aceleración del proceso. El precipitado regreso al FMI tiene esta función; el Fondo será el proveedor de última instancia de las divisas que retiren los inversores en su salida del país. Cuando el proceso termine sólo quedará la deuda externa y habrá sido a cambio de casi nada. El “casi” corresponde al financiamiento transitorio del déficit de la cuenta corriente que permitió la avalancha importadora, la remisión de utilidades, la formación de activos externos y los viajes de los argentinos por el mundo.
Puede decirse, con justicia, que Sturzenegger no fue el único responsable. El diferencial de tasas puede ayudar a financiar transitoriamente, durante años, un déficit de cuenta corriente de magnitud razonable. Sin embargo, si no se resuelve el problema estructural en algún momento aparece la restricción de la economía real. Más aun en un marco de apertura comercial en un país dónde las importaciones crecen más rápido que las exportaciones. Sin embargo, el ahora ex banquero central sí fue responsable de haber generado el contexto institucional para limitar los dólares disponibles en la economía. La aberración máxima fue la eliminación de la obligatoriedad de liquidar las divisas de exportación y la total libertad de entrada y salida de capitales. Con estas medidas, el mercado cambiario quedó en mano de los exportadores y los capitales especulativos. Además, la economía también quedó completamente expuesta a los cambios de las condiciones externas, cambios con los que hoy el gobierno intenta explicar las “turbulencias” poniendo a un lado que fue él mismo quien generó las condiciones de exposición. En una economía con escasez crónica de divisas, los resultados de las decisiones de Sturzenegger están a la vista.
Por detrás también estuvieron la mala teoría y los negocios. Empezando por la primera, el ex banquero central siempre creyó que la fuerte emisión de Lebac no importaba porque servía para retirar pesos de la plaza, una presunta herramienta antiinflacionaria. El detalle no fue, como suele creerse, que estos títulos se inflaran a tasas de entre el 28 y el 40 por ciento anual, casos como Brasil demuestran que las tasas nominalmente altas son sostenibles en el tiempo, aunque sin déficit externo crónico. El problema fue la magnitud de las operaciones y la presión de la nueva masa incrementada de Lebac sobre el dólar, el verdadero factor inflacionario, a la vez complementando con el resto de las medidas, el cóctel que su sucesor, Luis Caputo, deberá desactivar.
Luego, los resultados del laboratorio de la historia volvieron a demostrar que la inflación es un fenómeno de precios relativos, como hasta el mismo BCRA se vio obligado a reconocer durante los últimos meses. La evolución del índice general de precios depende de la evolución del dólar, las tarifas y los salarios. Sturzenegger, en cambio, dijo primero que la suba de tarifas no era inflacionaria porque operaba la restricción presupuestaria, es decir suponía que al restársele a las familias recursos para el consumo por el shock tarifario caería la demanda y con ella los precios, equilibrando la suba provocada por las tarifas. Después afirmó que el tipo de cambio tampoco era inflacionario, dato que fue desmentido con cada devaluación. Dicho de manera sucinta, toda la teoría del ex banquero central fueron supercherías.
Pero con la mala teoría no alcanza. El grueso de los analistas hablan de mala praxis. Sin embargo, la pérdida de casi 9000 millones de dólares durante la corrida iniciada abril, con intervenciones erráticas y difíciles de desentrañar, tiene una lógica incomprensible si se excluye la circulación de información privilegiada. Aquí tampoco Sturzenegger estuvo sólo. El Memorándum de Políticas Económicas y Financieras enviado al FMI, del que surge evidente otro precio para el dólar, llegó a los banqueros cuando la divisa rondaba los 25 pesos. Desde entonces no paran de comprar