Cuando una década atrás le dió la bienvenida a Leonard Cohen en el Salón de la Fama del Rock & Roll, Lou Reed subió al escenario con un ejemplar del Libro del anhelo bajo el brazo. De allí leyó el poema “Cosa”, en el que Cohen se apasiona y se resume: Soy esta cosa que necesita cantar. Un verso con el que comienza y termina el poema, y que convoca inmediatamente al canto en su idioma original, al rimar de manera sencilla pero contundente “thing” con “sing”. “Canto, luego existo” parece decir Leonard, que inmediatamente precisa que ese canto es tanto hacia Dios –o “G-d”, como escribe en inglés– como hacia esa “otra cosa” de su amada. (el “pelo inferior”, aclara un verso más tarde, por si hiciera falta). Confesional, devocional y sexual, así es el poema que eligió leer Lou al llamar a su lado a Leonard en representación del rock, que bien podría suscribir semejante enumeración. Y también es así el Libro del anhelo, un fascinante poemario en el que el canadiense lamenta y celebra al mismo tiempo sus creencias y sus limitaciones, al reunir dibujos y versos que retratan tanto su época en el monasterio como su posterior aceptación de que no estaba preparado para los rigores de la vida espiritual.
Publicado originalmente en el 2006 –dos años antes de aquel ingreso al Salón de la Fama–, y cuya reedición en castellano se acaba de distribuir en las librerías locales, el Libro del anhelo estuvo escribiéndose durante unas dos décadas y fue el último que Cohen publicó en vida (para octubre de este año se anuncia el póstumo The flame, con prólogo de su hijo Adam). Fue un sucesor tan demorado de El libro de la misericordia, que apareció en 1984, que los amigos de Cohen habían rebautizado al Book of longing –su nombre original– como Book of prolonging, ya que el poeta no hacía más que prolongar una y otra vez su fecha de entrega. Hay incluso un breve poema en el libro que hace referencia a esa demora: “Puedo aguantar mucho sin hablar/ hasta que las aguas se desbordan/ y rompen el dique”/ Así pude retrasar este libro más allá/ del final del siglo veinte.
El compositor Philip Glass, que musicalizó varios de los poemas del libro en una obra del mismo nombre, recuerda que la primera vez que les pegó una mirada su autor aun no habia ingresado al monasterio en el que se recluyó al finalizar la desgastante gira presentando The future, en la que confesó terminar necesitando beber tres botellas de vino antes de salir a escena. Por entonces, Cohen ya llevaba dos décadas sumando zen a su judaísmo, siguiendo las enseñanzas de su maestro japonés Hoshu Sazaki Roshi. Se dió cuenta, dijo, de que Roshi tenía 90 años, y él estaba cumpliendo 60: era ahora o nunca. Así fue como decidió entrar al monasterio a tiempo completo, para ponerse al servicio de su maestro. Cinco años más tarde, cuando dejó a Roshi para irse a la India, siguiendo la voz de un nuevo maestro, Cohen ya había reunido gran cantidad de canciones y poemas, que terminarían apareciendo en los dos discos que editó después de salir de monasterio y antes de la publicación del Libro del anhelo, Ten new songs (2001) y Dear Heather (2004). Por entonces dos grandes cambios habían sucedido en su vida: la depresión que parecía atormentarlo desde siempre se había desvanecido, y descubrió que su representante le había robado todos sus ahorros. Funcionaron como prólogo para el prolífico último acto de su vida, donde sacó un disco tras otro y estuvo de gira casi permanente, realizando conciertos cada vez mas multitudinarios. Pero antes necesitó vaciar los cajones, cumplir lo que consideraba su deuda con la literatura, y sacarse de encima ese libro pendiente.
Casi como si estuviese respondiendo al estricto rigor formal de su predecesor, un impecable libro de oraciones, el Libro del anhelo disfruta de una libertad que por momentos convoca a la sonrisa. Todo parece caber en él –dibujos, autorretratos, poemas manuscritos–, y su autor se debe haber divertido armándolo. Está tan lleno de guiños que, al resumirlo en una entrevista como una reflexión irónica sobre la vocación religiosa, Cohen llegó a agregar que en realidad no se trataba de poemas, sino de bromas. “¿Entonces el Libro del anhelo es un libro de chistes?”, se vió obligado a preguntar el entrevistador. “Todo es un chiste”, fue la inmediata respuesta de Cohen, cuyas bromas siempre han cortado hasta el hueso. Sin embargo, cuando le preguntaban directamente de qué se trataba el libro, se excusaba enseguida. “Los que tienen que decirlo son los críticos y lectores”, decía, y apuntaba que algunos consideraban que era sobre la edad tardía, el deseo y la vida interna de los ancianos, mientras que otros lo consideraban una autobiografía enmascarada. Leonard no podía con su genio y agregaba: “Tiene una historia enterrada, que funciona como prólogo del entierro de su autor en el futuro”.
A dos años de su muerte, mas allá de sus bromas y de sus guiños, de sus pistas autobiográficas y sus recurrentes referencias al sexo oral, el Libro del anhelo se lee efectivamente hoy como una despedida cómplice, un largo adiós compasivo, emotivo y en voz baja. Y aunque aparece apropiada en la nueva edición española la elección de uno de sus autorretratos matutinos para ilustrar la portada, se extraña el dibujo del pájaro de la edición original, elegido personalmente por Cohen. “Lo que me gusta de ese dibujo es que lo había descartado, y no parecía servir para nada”, explicó alguna vez. “Pero yo reciclo incesantemente mis borradores, y es maravilloso cuando algo reaparece. No deberíamos descartar nunca nada, y me refiero también a personas o ideas. Es realmente verdad que no se debe perder la fe en nada ni nadie”, decía entonces Leonard, el poeta venerado que cada mañana se miraba en el espejo, se dibujaba rápidamente y después escribía una frase acorde a lo que le sugería esa imagen. Un rito que explicaba diciendo que, si tenía algún valor, era porque no invitaba a ninguna reflexión profunda ni le hacía daño a nadie.
PREOCUPADO ESTA MAÑANA
Ah. Eso.
Eso era lo que me preocupaba
esta mañana:
mi deseo ha regresado,
y te vuelvo a desear.
Me estaba yendo muy bien,
estaba por encima de todas las cosas.
Los chicos y las chicas eran hermosos
y yo era un viejo, que amaba a todos.
Y ahora te deseo otra vez,
quiero toda tu atención,
tu ropa interior bajada a toda prisa
colgando todavía de un pie,
y nada en mi mente
más que estar dentro
del único lugar
que no tiene interior,
ni exterior.
CÓMO PUDE HABER DUDADO
Dejé de buscarte
dejé de esperarte
dejé de morir por ti
y empecé a morir por mí
envejecí rápidamente
se me puso la cara gorda
y la barriga blanda
olvidé que alguna vez te había amado
estaba viejo
sin foco ni misión
andaba comiendo y comprando
ropa más y más grande
y olvidé por qué odiaba
cada interminable momento que tenía que llenar
¿Por qué has vuelto esta noche?
Ni siquiera puedo levantarme de la silla
Lágrimas caen por mis mejillas
He vuelto a enamorarme
No puedo vivir así
PENAS DE LA GENTE MAYOR
Los viejos son amables.
Los jóvenes son ardientes.
El amor puede ser ciego.
El deseo no.
POR UNAS CUANTAS CANCIONES
Por unas cuantas canciones
en las que hablaba de su misterio,
las mujeres han sido
excepcionalmente amables
con mi vejez.
Hacen un rincón secreto
en sus ajetreadas vidas
y me llevan allí.
Se desnudan
cada una a su manera
y me dicen:
“Mírame, Leonard
mírame por última vez”.
Después se inclinan sobre la cama
y me tapan
como a un niño tiritando de frío.
DEJANDO MOUNT BALDY
Bajé de la montaña
después de muchos años de estudio
y rigurosa práctica.
Dejé mi hábito colgado en una percha
en la vieja cabaña
donde me senté tanto tiempo
y dormí tan poco.
Al final comprendí
que no tenía ningún don
para los Asuntos Espirituales.
“Gracias, Querido”
oí exclamar a un corazón
cuando entraba en el flujo de coches
en la Autopista de Santa Mónica,
dirección a Los Ángeles.
Cierto número de personas
(algunas de ellas practicantes)
han empezado a preguntarme con enojo
sobre La Realidad Esencial.
Supongo que es porque
no les gusta ver
al viejo Jikan fumando.
- 1999
DEMASIADO VIEJO
Soy demasiado viejo
para aprenderme los nombres
de los nuevos asesinos
Este de aquí
parece cansado y atractivo
devoto, profesoral
Se parece bastante a mí
cuando enseñaba
una forma radical de Budismo
a los locos de atar
En nombre de la suprema
y vieja magia
ordena
que quemen vivas a familias
y mutilen a niños
Probablemente conozca
un par de canciones que escribí
Todos ellos
todos los que bañan sus manos en sangre
y mastican entrañas
y arrancan el cuero cabelludo
todos bailaban
al son de la música de los Beatles
y adoraban a Bob Dylan
Queridos amigos
somos muy pocos los que quedamos
callados
siempre temblando
escondidos entre los fanáticos
embobados por la sangre
mientras nos reconocemos
unos a otros como testigos
de la vieja atrocidad
la vieja y obsoleta atrocidad
que ha expulsado
el cálido apetito del corazón
que ha humillado la evolución
y de una oración ha hecho un vómito
CUANDO BEBO
Cuando tomo
el whisky escocés de 300 dólares
con Roshi
mi sed queda saciada
Una canción llega a mis labios
una mujer se acuesta conmigo
y todo deseo
me invita a acurrucarme desnudo
en sus chorreantes mandíbulas
Ya no lloro, ya no lloro
pero Roshi me vuelve a llenar el vaso
y nuevas pasiones me consumen
nuevos apetitos
Por ejemplo
caigo dentro de un tulipán
(nunca toco el fondo)
o me lanzo a la noche
en una sudorosa unión sexual
con alguien el doble de grande
que la Osa Mayor
Cuando como carne con Roshi
los animales de cuatro patas
ya no lloran
y los animales de dos patas
no tratan de escapar volando
el exhausto salmón
se rinde en mi mano
y el lobo de Roshi
mordiendo su rota cadena
causa sensación
en la cabaña
haciéndose amigo de todos
Cuando me pongo a cenar con Roshi
y corre el Ballantine’s
los pinos entran lentamente en mi pecho
los grandes y aburridos cantos rodados grises
de Mount Baldy
penetran sigilosamente en mi corazón
y todos se alimentan
de la deliciosa grasa
y las rosetas de maíz con queso blanco
o lo que sea
que han querido todos estos años
TÍTULO
Tenía el título de Poeta
y quizá lo fuera
por un tiempo
También el título de Cantante
me fue concedido amablemente
aunque
a duras penas podía afinar
Durante muchos años
me conocieron como Monje
me afeité la cabeza y llevé hábito
me levantaba muy temprano
odiaba a todo el mundo
pero obraba generosamente
y nadie se dio cuenta
Mi reputación
de Mujeriego era un chiste
que me hizo reír con amargura
las diez mil noches
que pasé solo
Desde la ventana de un tercer piso
sobre el Parc du Portugal
he mirado la nieve
caer todo el día
Como de costumbre
aquí no hay nadie
Nunca hay nadie
Misericordiosamente
la conversación interior
es cancelada
por el blanco ruido del invierno
“No soy la mente,
Ni el intelecto
ni la callada voz en tu interior...”
también se cancela
y ahora Amable Lector
¿en nombre de qué
en nombre de quién
vienes
a perder el tiempo conmigo
en estos lujosos
y menguantes reinos
de la Vida Privada sin Sentido?