Un pueblo donde no pasa nada. Un chico que desaparece sin dejar rastro. Una hecatombe que desata en la pequeña comunidad que le sobrevive. Esta es la premisa de El pozo, la primera novela gráfica de la dibujante e investigadora académica Lauri Fernández, que es también, su primer trabajo de historietista como autora integral. Contada así, esta consigna inicial podría remitir a cierta memorabilia anglo que moldeó la educación sentimental de varios autores de su generación: esas obras donde los niños son protagonistas y, a través de la aventura, se vuelven adultos después de hechos inexplicables que sus padres no logran asimilar ni resolver. Pero Fernández parece bastante más interesada en revisitarla desde un sentimiento mucho menos optimista, uno bien anclado en la realidad rioplatense más corrosiva. Tragedias silenciosas y silenciadas ubicadas en el interior de una Argentina áspera, sin bicicletas voladoras ni tesoros escondidos, deudora de cierta tradición literaria local y con decidida predilección por retratar una precariedad y podredumbre que eriza la piel.
“El pozo tiene mucho de experiencia personal porque es acerca de un mundo que yo he conocido muy bien: vivir en un pueblo pequeño en los años ochentas. Cómo se construyen las relaciones en esa pequeña sociedad que tiende a ser muy endogámica y que parece generar sus propias reglas. Y cómo el peso de las decisiones parece ser más grande, cuanto más pequeño sea el pueblo”, explica Fernández al teléfono desde Cataluña donde, al momento de esta entrevista, se encuentra terminando una estancia de investigación sobre historieta y memoria reciente en la región. Aunque esta imponente novela gráfica de misterio y drama sea su primer trabajo como autora integral, esta artista mendocina no es ninguna cara extraña en el mundo de la historieta argentina. Primero, como una de las pocas y extrañas voces locales especia
lizadas en historieta desde el área académica. Su trabajo Historieta y resistencia. Arte y política en Oesterheld (1968-1978) la puso en la mira en el 2012, por ser uno de los ineludibles textos interesados en la militancia política de Oesterheld y las formas en que este ímpetu influenció su obra. Y después, como dibujante de varios proyectos publicados en conjunto con guionistas como Damián Connelly, Roberto Von Sprecher y Javi Hildebrandt.
En su Mendoza natal, Lauri Fernández fue agitadora de necesarios encuentros de fanzines e historietas autogestivas locales, y también, artífice de algunos de los primeros intentos de emprendimientos de mujeres dibujantes: el blog Vacación –donde empezó a gestarse esta novela gráfica– reunió trabajos cortos de una serie de autoras locales. “Siento que estoy en un espacio muy en medio del mundo académico y el de la producción artística, me llevo muy bien con ambos mundos, pero me genera cierto choque la corporación académica. Creo que en el mundo autoral nos salva la amistad y eso me encanta. Muchos de nosotros hacemos todo esto por voluntad, no es nuestro trabajo principal pero amamos lo que hacemos. Como no son grandes mercados, hay grandes vínculos de solidaridad, eso no siempre pasa en otros ámbitos” se entusiasma. Hace pocos meses, tras haber dejado la escritura de ficción suspendida por varios años y dedicarse de lleno a este periplo intenso de trabajos colaborativos y reflexión sobre el medio, se animó a hacer eso que varios ya le estaban reclamando: un trabajo que reuniera sus múltiples intereses en una obra integral. Y verdaderamente, lo hizo en sus propios términos, con este experimento extraño que cuenta la historia de las miserias de un pueblo perdido, a través de dos soportes en el mismo libro: por un lado nouvelle, por el otro, novela gráfica a todo color, aprovechando las potencialidades únicas de ambos lenguajes.
“Es verdad que me llevó bastante tiempo decidirme a hacer algo sola, siempre me gustó trabajar con guionistas, pero a veces me daban ganas de contar mis propias historias. Esto se terminó de gestar en el taller de Leo Oyola, que fue toda una experiencia de reencuentro con la escritura de ficción”, cuenta Fernández. El Pozo, que feditado por el sello Maten Al Mensajero –una de las editoriales pequeñas que actualmente han ido apostado por una tirada constante de nuevos autores locales– empieza con la desaparición del nene más pequeño de la pandilla, en uno de esos pueblos inubicables lejos de las capitales. Claro que la desaparición, que nunca llega a resolverse, es apenas una excusa para hablar sobre el entramado social del pueblo, y la tribulación de los que quedan después. Hay antiguos secretos y tensiones que se develan, sospechosos e inocentes, chicos que cargan culpas hasta convertirse en adultos y el silencio de los pueblos que parecen olvidados, al costado de las vías de grandes ciudades que no les prestan atención. Lauri elige, por un lado, contar una historia cruda, y por otro, el costumbrismo por sobre la experimentación gráfica. Se interesa por eso que varios nuevos autores hoy optan por dejar más bien de lado, o no explorar del todo, cierto amor por retratar una contemporaneidad histórica sin inocencia.
Asidua al policial negro y a la nueva literatura argentina que elige examinar el conurbano, el interior y los lugares invisibles, El pozo parece tener tanto de sus lecturas predilectas como de investigación etnográfica de su Mendoza natal. Entre sus influencias, reconoce consumos latentes generacionales como Los goonies o Cuenta conmigo, claro, pero también a Onetti o Paul Auster. “A mi me tira mucho más la cosa rioplatense podrida o la de la Argentina del interior. Hay cierta fantasía en la novela pero creo que siempre es más fácil para mí encontrar las respuestas ancladas en la realidad”, dice Lauri. “Y creo que la parte más oscura de la historia se relaciona a algo que es muy común en los pueblos, aun hoy ocurre, claro, pero es algo que recuerdo mucho de los 80: la cantidad de chicos que desaparecían. Pero hay chicos que se buscan y chicos que no. Chicos que solo son buscados por sus cercanos y que parecen no importar al resto de la sociedad. Esto es algo que vemos todos los días. Hay personas que consideran valiosas y otras que se dejan extraviar”.