Si la nostalgia es un pequeño desamparo, cada cuadradito de milanesa en este almuerzo en Moscú nos hace sentir menos solos, menos lejanos: más nosotros. Porque, claro, luego de una tarde como la de ayer, en la que la mina linda no nos dio bola otra vez en el estadio del Spartak, y siendo día del padre, todos, sin decirlo, nos sentíamos un poco ajenos. Por eso, caminamos media hora, gastamos el cuádruple que lo que invertimos que en nuestros habituales almuerzos del centro de prensa y llegamos justos a Alemania-México, sólo por sentir que nos merecíamos ese pequeño abrazo que el pan rallado siempre sabe dar. Éramos cuatro, nunca lo mencionamos abiertamente, pero todos hoy extrañamos.
Extrañamos cuando, a pesar de haber tomado clases de ruso durante los últimos meses, no les entendemos nada. Los moscovitas son correctos, aplicados y terminantes, pero en su mundo no caben otros mundos. Si la orden es destapar todas las gaseosas, no habrá manera de hacerles comprender que uno tiene que subir hasta lo más alto del estadio a escribir y que siempre es mejor llegar hasta allí con la botella tapada y no haciendo equilibrio. Si todas se destapan, esta también se destapa. Simplemente hay que vivir con esto. “Da svidaniya (adiós)”, y a otra cosa.
Extrañamos cuando no podemos entrar con el mate al estadio, luego de una frustrada experiencia con un guardia que quiso tirarnos el termo a un contenedor, como si en vez de un refugio para el agua caliente se tratara del recipiente de una bomba. También nos sentimos otros cuando persistimos en los miles de viajes en Metro e intentamos mirarnos a los ojos con un par de amargos con Canarias suave y los rusos nos repasan de arriba a abajo, como si aquello que estuviéramos ¿fumando? fuera un subproducto del narcotráfico mundial.
Extrañamos, pero menos, cuando Roberto, el cronista italiano del puesto de al lado en Alemania-México, se pone a hablar sobre Nueva Chicago como si en vez de vivir en Turín, hubiera nacido en Cárdenas y Corrales, en Mataderos. En un ratito de charla cuenta que ama a Juan Román Riquelme, que quiere ir al hotel a tocar la puerta de Diego Maradona y canta enajenado canciones de Boca. Y logra, demostrando ser un total “fuoriclasse”, la mejor mueca del día cuando, ante el gol de Chucky Lozano, hace señas para que veamos su monitor, abre Facebook, escribe un estado y manda un ineludible mensaje para los teutones en perfecto y porteño castellano: “¡Gol, Chucky Lozano, Alemania la concha de tu abuela!”. Su elocuencia no deja lugar a más aportes.
Extrañamos cuando vemos los abrazos de abuelos, padres e hijos mexicanos, todos entonando a viva voz, en el impensado reducto del estadio Luzhniki, “Canta y no llores”. Los corazones, que se alegran y se encogen, siempre tienen a alguien a quien añorar en días así. Y acá, en la última butaca del estadio, casi en el techo del mismo, sentimos que estamos más cerca del cielo de Ale y de Paco, aquellos a los que también hubiéramos querido saludar en este día. Usted tendrá los suyos. Todos los tenemos.
Extrañamos, además, cuando nos encontramos con viejos colegas de otras épocas y de otros laburos y rememoramos relatos y nos acordamos de aquellos que nos trajeron hasta acá. O también cuando Juancito Lagares, vía chat, hace unos días lo nombró al Ruso Gourovich y nos dijo que disfrutemos mucho y durmamos poco, porque -citó al Ruso- “ya vamos a dormir para siempre y ahora estamos acá”. Si esto tiene valor, también es por aquellas enseñanzas que nos dejó el que se sentaba en el escritorio de atrás, el que producía sin parar y el que nunca, jamás, decía que no a un mate. Siempre un crack, desde donde nos lea.
Extrañamos, pero claro, vinimos a esto y por eso desde el pupitre hablamos vía videollamada con papá, aunque nos perdamos el asado de su día. Igual, cuando se sueña lejos, todos los que ayudaron a soñar vienen en la mochila y eso, aunque suene a consuelo, es tenerlos sentados acá, en la silla de más cerquita. Y en el final, cuando la historia está a punto de volver a caer en la nostalgia que acompaña desde el primer párrafo, la multitud brama como nunca antes. Acaban de perder los alemanes. Y si el fútbol sabe de justicias poéticas, eso, justo en este día, es una invitación a la esperanza. Mañana, la crónica no necesitará de una milanesa.