El vuelco político que ha vivido España en las últimas semanas va mucho más allá de un relevo en el gobierno. El país se encuentra ante un cambio de ciclo y muy probablemente de la llegada de una nueva cultura política.
Para los españoles parece que han transcurrido meses y hasta años, pero fue sólo hace unos días cuando el Congreso dio su aprobación por mayoría a los Presupuestos Generales del Estado de 2018, una situación que aparentemente daba al gobierno del Partido Popular (PP) aire suficiente para recorrer el año y medio que resta de legislatura.
Los diez días entre el jueves 24 de mayo, cuando se conoció la sentencia del “caso Gürtel” –que confirmaba la financiación ilegal del PP desde la época de José María Aznar– y el sábado 2 de junio, cuando el socialista Pedro Sánchez juró ante el rey como presidente del Gobierno, pasarán a la historia como los más vertiginosos de la historia desde que España recuperó la democracia en 1977. Nunca antes en estas cuatro décadas se había producido un vuelco político tan drástico e inesperado.
Esta situación inédita en una democracia relativamente joven pero extraordinariamente sólida no es más que el reflejo de los profundos cambios que ha experimentado la cultura política española y que hasta ahora había tenido su expresión más sobresaliente en el surgimiento de dos nuevos partidos, Podemos a la izquierda y Ciudadanos a la derecha, aunque no es la única.
Lo más relevante de lo sucedido en los últimos días es que Mariano Rajoy, el paradigma de un hombre del sistema e impulsor sin fisuras de las políticas más conservadoras, ha sido desalojado del poder precisamente por el funcionamiento del propio andamiaje institucional del que se consideraba principal valedor. El proceso judicial que ha puesto en evidencia el funcionamiento de una red de corrupción en el seno de su partido dio comienzo con una investigación de la policía iniciada durante su propio mandato; continuó en los tribunales, que pusieron en duda la veracidad de su declaración como testigo, y concluyó en el Congreso, que decidió democráticamente desalojarlo del poder. Legislativo, ejecutivo y judicial, todos en la misma dirección, terminaron con la carrera política de un hombre del sistema.
La crisis económica que comenzó en 2008 y el hastío con las clases dirigentes dio lugar en 2014 al surgimiento de Podemos como representación política del movimiento de los indignados. Como contrapunto a ese fenómeno y con evidente aliento mediático y empresarial se produjo la expansión a todo el territorio nacional de Ciudadanos, una pequeña formación liberal creada en 2005 en Cataluña y vista como el recambio que la derecha necesitaba.
Ambos entraron con fuerza en el Congreso en las elecciones de 2016, que parecieron acabar con el bipartidismo y obligar a tejer nuevas alianzas. Sin embargo, los viejos partidos persistieron en las viejas prácticas y en su resistencia a negociar políticas con los recién llegados. Hasta tal punto que cuando el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, intentó formar una mayoría alternativa con Podemos y los nacionalistas catalanes y vascos, su propio partido, en una iniciativa liderada por los socialistas andaluces e inspirada sin disimulo por Felipe González, lo obligó a dimitir.
Sánchez renunció entonces a su escaño en el Congreso e inició una travesía del desierto recorriendo provincia por provincia para recabar apoyos con los que retomar el liderazgo socialista. Lo consiguió en mayo de 2017 al vencer en las elecciones primarias a Susana Díaz, líder del PSOE en Andalucía, presidenta del gobierno autonómico en esa comunidad y referencia de lo que podría considerarse el ala más conservadora del PSOE, reacia a cualquier tipo de alianza con Podemos y de acuerdos con los nacionalistas.
Desde entonces, mientras los socialistas aparecían estancados en las encuestas, Podemos se desgastaba por sus interminables luchas internas y las torpezas de sus dirigentes y sólo Ciudadanos se beneficiaba demoscópicamente de la descomposición del PP, Sánchez no hizo más que esperar su oportunidad. Esta vez contaba con un aval de la militancia que lo ponía a salvo de las conspiraciones de la vieja guardia de su partido. La corrupción del partido de Rajoy le ofreció la oportunidad que esperaba y no la desaprovechó. Apenas unas horas después de conocerse la sentencia del “caso Gürtel” presentó la moción de censura. Apenas tuvo tiempo para negociar apoyos, pero en todos estos años el PP se había labrado enemigos diversos con facturas pendientes de cobrar. Siete partidos que representan a más de 12 millones de votantes respaldaron la propuesta, que sólo cosechó el rechazo de PP y Ciudadanos, representantes de 11 millones de votos.
Diez días después de conocerse la sentencia, España había entrado en un nuevo ciclo político.
Sánchez tiene ahora la difícil tarea de gobernar en minoría (84 diputados en una cámara de 350), con presupuestos elaborados y aprobados por el PP, con una oposición que seguramente será feroz, con los resquemores de su propio partido ante cualquier acercamiento a Podemos, y con aliados con quienes sólo lo unían su rechazo a Rajoy. Por delante tiene un panorama más que difícil, pero de momento ya hizo historia.
* Máster en Comunicación Política.